Este jueves 23 de enero comienza en Panamá la Jornada Mundial de la Juventud 2019, que se extenderá hasta el domingo 27. Al país hispanoamericano, pues, han llegado ya peregrinos procedentes de todos los rincones del mundo y deseosos de vivir comunitariamente su fe (y de dar testimonio público de ella).
En este sentido, no hay mejor contexto para recordar dos discursos que, recogidos en el libro No anteponer nada a Cristo (Homo Legens), el difunto cardenal Carlo Caffarra dirigió a los jóvenes hace más de una década. Ambos coinciden en la exaltación de realidades humanas que nuestra época desprecia: la tradición y el deseo de Verdad, Bien y Belleza.
Empecemos por la tradición. En una alocución pronunciada el 8 de abril de 2006, víspera del domingo de Ramos, el purpurado estableció un hermoso símil entre la tierra que nutre a las plantas y la tradición, que alimenta a los seres humanos de todas las generaciones. Del mismo modo que no se puede desarraigar una planta de la tierra sin provocar su muerte, no se puede privar al ser humano del legado de sus ancestros, nos enseña el cardenal Caffarra.
Queridísimos jóvenes, habéis oído que una forma de locura, en mi opinión la más grave, es la pérdida del sentido de la realidad. Desearía transmitiros este pensamiento con una imagen: intentad desarraigar una planta de la tierra. Ya no podrá vivir mucho, está destinada a morir. ‘Desarraigar’, es lo que he dicho. Pues bien, es posible que también a vosotros os suceda que estéis como desarraigados de la tierra que puede nutriros. Si queréis vivir, es necesario que sepáis cuál es la tierra de la que no debéis desarraigaros. Es la vida, la cultura en la que habéis nacido. Digamos una palabra que tal vez os moleste, pero – tened paciencia –, os lo explicaré enseguida: la tierra que nos nutre es nuestra tradición. Esta magnífica tradición que tiene su origen en el encuentro que tantos hombres y mujeres han tenido con Cristo. Permaneciendo dentro de ella seréis grandes, fuertes y nobles, capaces de amar y trabajar.
Por su parte, en un discurso también dirigido a los jóvenes en 2004, en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud, el purpurado reflexionó sobre las aspiraciones más propiamente humanas, sobre los deseos que orientan en última instancia nuestras acciones: el deseo de verdad y bien.
Pero ¿en qué consisten exactamente estos deseos?, ¿cuál es su naturaleza? Empecemos por el deseo de verdad:
Es el deseo de tener una respuesta verdadera a las preguntas que habitan, inextirpables, en nuestro corazón […] Pero os dicen que la verdad no existe, que el signo de una inteligencia sana es dudar siempre de todo, que quien no piensa así es un intolerante. Agustín dice algo muy profundo: ‘He tratado con muchos hombres a quienes daría gozo engañar, pero ser engañado, a ninguno’.
El deseo de bien, por su parte, ¿en qué se concreta? En realidad, señala el cardenal Caffarra, en un sentimiento: ‘Vosotros sentís que no hay nada que deseéis más que amar y ser amados: amar y ser amados en la verdad, la dignidad y la belleza de una autoentrega sin límites’.
Ese deseo de verdad y bien nos conduce inexorablemente a Cristo: ‘Sí, quiero ver la vida. La Vida se ha hecho visible. Es la Verdad; es el Bien, es la Belleza, es la Comunión. Es todo, por en Él cada cosa tiene consistencia’. Lo más bello es, quizá, que todo eso ha venido a nuestro encuentro, y que nosotros sólo tenemos que decir que ‘sí’.