Es un documento que plantea numerosas preguntas precisas. ¿Quién favoreció, encubrió y protegió al ex cardenal Theodore McCarrick en su carrera como depredador homosexual? El documento da nombres precisos y, último en la lista, señala al Papa actual, que habría sido informado de la actividad criminal del cardenal por el propio nuncio Viganò el 23 de junio de 2013. Y que habría, a pesar de esto, rehabilitado al purpurado, que le habría aconsejado y guiado en todo lo relacionado al nombramiento de los obispos y cardenales que le agradaban, por parte de lo que ahora se llama el sector McCarrick. Entre ellos: el arzobispo de Chicago, Blase Cupich; el arzobispo de Newark, Joe Tobin; el arzobispo de Washington, Donald Wuerl; el actual prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, Ken Farrell; el obispo de San Diego, McElroy y muchos más.
En el viaje de regreso desde Dublín, el Papa dijo: “Leed atentamente el comunicado y haced vuestro juicio. Yo no diré una palabra sobre esto”. En realidad, habló. No de una manera directa sino indirecta, como hace habitualmente, tratando de ennoblecer bajo el manto del silencio de Jesús la ausencia de una respuesta conveniente a una pregunta concreta. E insultando -incluso en este caso, como suele hacer cuando está en una situación problemática-, a sus interlocutores: perros salvajes, grandes acusadores (léase demonios), etcétera, etcétera.
Y en realidad, si examinamos lo que sucedió después, podemos entender que sí hubo una respuesta. Y es dramática. El continuo «encubrimiento» de McCarrick, que continúa y continuará.
¿De dónde sacamos esta conclusión? El Pontífice no respondió directamente al caso McCarrick. Pero el cardenal Oscar Maradiaga habló; es la persona de más alto nivel que goza de la confianza del soberano, es el presidente (confirmado) del grupo C9, defendido por el Papa con una carta cuando el purpurado estaba en medio de la tormenta financiera y homosexual que le involucró, a él y a su diócesis (en las paredes de cuya catedral alguien escribió: «cardenal pedófilo»). En resumen, sus palabras tienen un peso específico importante. Sobre el caso McCarrick dijo: «No me parece correcto transformar algo que es privado en una bomba que estalla en todo el mundo, y cuyos fragmentos perjudican la fe de muchas personas. Creo que este caso de naturaleza administrativa debería haberse hecho público basándose en criterios más serenos y objetivos, y no con la carga negativa de expresiones profundamente amargas». (la negrita es nuestra).
Por lo tanto, hasta que el Pontífice no se digne poner en conocimiento de mil doscientos millones de católicos si el Papa ha encubierto y mimado, durante cinco años, a una persona que sabía que era un depredador homosexual de seminaristas y sacerdotes, basándonos en la fuente autorizada y más cercana a él, debemos pensar que en Santa Marta se considera “que es privado” el hecho de que un cardenal fuerce y obligue a sacerdotes y seminaristas a tener relaciones sexuales con él; y que, en el fondo, se trate sólo de una infracción de carácter administrativo.
Apliquen esto a toda la parafernalia del «metoo» femenino e imaginen los resultados… ¡y se dice de Weinstein!
Es una insinuación, dirán ustedes, dado que no sabemos si esta es realmente la posición del vértice. Pero claro que hay una confirmación, de hechos, no de palabras. Y es la actitud que el Pontífice y, en consecuencia, el Vaticano, han asumido hacia los obispos estadounidenses. Que vinieron a pedir una cosa muy concreta: una investigación apostólica, es decir, organizada y dirigida por la Santa Sede sobre el caso McCarrick, sobre su carrera, sobre los encubrimientos en América y en Roma, lo que le permitió, a pesar de lo que hacía (hay incluso noticias de una fiesta organizada en su honor por ambientes homosexuales en la zona de los «Castelli Romani»…), volar alto en el firmamento eclesiástico. Hasta que se interpuso la justicia laica; sólo entonces la Iglesia se despertó, y rápidamente.
Bien: la solicitud de una investigación «apostólica» ha sido simplemente devuelta al remitente. Y con razón. Ante una investigación como esta, no hay puertas ni archivos que puedan permanecer cerrados. Y, evidentemente, ni el Pontífice ni la secretaría de Estado –y mucho menos los «cardenalazos» mencionados por Viganò-, desean que se abran puertas y expedientes. Por lo tanto, el encubrimiento continúa. Entonces, queridos católicos, resígnense a vivir con dudas, y tal vez en este punto con algo más que una duda: que el actual Papa haya encubierto y continúe encubriendo a un cardenal depredador homosexual. No es una sensación agradable porque quita el valor y la credibilidad a todas las palabras, incluso a aquellas que son sanas y justas. Pero si la lógica y los hechos tienen un sentido, ¿qué podemos pensar de distinto? Sólo los pobres ilusos -o personas a las que intentan engañar-, pueden pensar que en la reunión de febrero de las conferencias episcopales se quiera dar «una estocada final» al problema de los abusos, que los cómplices del grupo de presión de Bergoglio continúan llamando pedofilia para no utilizar el verdadero término: homosexualidad clerical invasiva. Y, con razón, los comentaristas de los Estados Unidos juzgan negativamente el «no» romano a una investigación apostólica sobre McCarrick.
Cerramos con una constatación. Han transcurrido cuatro semanas desde la publicación del testimonio Viganò. Y aún no se han desmentido sus declaraciones. Un tímido intento en el caso de Kim Davis ha tenido como resultado una respuesta devastadora –y sostenida por un documento- por parte del ex nuncio. Mientras tanto, ha aparecido una carta del entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, mons. Sandri, que confirma lo que ha declarado Viganò. Ninguna de las personas llamadas en causa -ninguna-, ha dicho: «No es verdad». Los periodistas, con raras excepciones, se han dedicado a denigrar la persona de Viganò y de quienes creen en su testimonio; nada más. Y esto también refuerza la idea de que es fiable. Imaginemos si algún periodista del círculo mágico no hubiera podido, por casualidad, tener algún documento en las manos para desmentir al ex nuncio. Debemos pensar, entonces, que los documentos los tiene Viganò. Y que son ganadores. Son tiempos realmente terribles para quienes intentan todavía tener fe en esta Iglesia.
Publicado por Marco Tosatti en Stilum Curiae; traducido por Pablo Rostán para InfoVaticana.