La carrera de depredador sexual del arzobispo McCarrick no habría sido posible sin el silencio culpable o la complicidad activa de hombres pertenecientes a las más altas jerarquías de la Iglesia. La revelación de sus abusos ha dañado gravemente la credibilidad de toda la jerarquía católica.
Un grupo de jóvenes católicos expresa aquí, con una sola voz, la necesidad de un fuego purificador. Sus declaraciones no son partidistas, y tienen sólo la validez eterna de la doctrina de la Iglesia.
Piden una investigación independiente sobre quién sabía el qué y cuándo y una real y total tolerancia cero a los abusos sexuales por parte del clero; piden también actos públicos de arrepentimiento por parte del episcopado católico. Prometen trabajar y sufrir por la Iglesia y buscar la santidad en sus vidas. Como hijos de la Iglesia, piden padres que honren al Padre por antonomasia. Confían en que sus ruegos sean oídos por Dios y esperan ser escuchados, también, por los sacerdotes y obispos que Le temen.
Estimados padres en Cristo,
En el proceso de preparación al próximo Sínodo sobre los jóvenes, el Vaticano pidió a jóvenes católicos del mundo que enviaran informes sobre su fe y el papel que la Iglesia tiene en sus vidas. Algunos son más jóvenes, otros menos, pero todos somos hijos de las décadas que culminaron en la crisis de los abusos sexuales de 2002. A la luz de esta experiencia y las recientes revelaciones sobre el arzobispo Theodore McCarrick, respondemos a la invitación que nos ha hecho la Iglesia. Nuestras experiencias han sido, para nosotros, motivo de gratitud, pero también de enfado.
Estamos agradecidos por el modo cómo los buenos sacerdotes y obispos entregan sus vidas por nosotros día tras día. Celebran la misa, nos absuelven de nuestros pecados, celebran nuestras bodas y bautizan a nuestros hijos. Por medio de su predicación, enseñanza y escritos nos recuerdan que Jesucristo venció al mal para siempre. Sus sacrificios diarios son para nosotros bendiciones inapreciables. Por todo esto, estamos profundamente agradecidos.
Y estamos enfadados. Enfadados por el informe «verídico y confirmado» de los abusos que el arzobispo McCarrick perpetró contra un menor. Enfadados por las numerosas acusaciones sobre los abusos que perpetró contra seminaristas y jóvenes sacerdotes. Enfadados porque «todos estaban al corriente» de estos crímenes, pero casi nadie hizo nada al respecto, y los que lo hicieron fueron ignorados.
Además, hemos tenido conocimiento de redes de sacerdotes sexualmente activos que se fomentan mutuamente y amenazan a quienes no se unen a sus actividades; de sacerdotes jóvenes y seminaristas cuyas vocaciones son puestas en peligro porque se niegan a tener relaciones sexuales con sus superiores o porque revelan conductas sexuales inapropiadas; y, también, de orgías llenas de drogas en los apartamentos vaticanos.
Como católicos, creemos que la enseñanza de la Iglesia sobre la naturaleza humana y la sexualidad es dadora de vida y conduce a la santidad. Creemos que del mismo modo que no hay lugar para el adulterio en el matrimonio, no hay lugar para el adulterio en la Esposa de Cristo. Necesitamos obispos que afirmen claramente que cualquier acto de abuso sexual o falta de castidad en el clero degrada el sacerdocio y daña gravemente a la Iglesia.
Estamos escandalizados por el hecho que hombres como el obispo McCarrick hayan ocupados posiciones de autoridad en la Iglesia. Y nos alarman los informes que dicen que el Papa Francisco actuó por consejo de McCarrick en la creación de cardenales y en el nombramiento de algunos hombres en posiciones relevantes en la Iglesia. Hombres de los que McCarrick fue mentor y con los que vivió son ahora importantes arzobispos y jefes de los dicasterios del Vaticano. Queremos que estos hombres digan claramente qué sabían sobre McCarrick y cuándo lo supieron, dado que «todo el mundo estaba al corriente». Si el Papa también lo sabía, queremos que se diga claramente.
Ustedes son los pastores de la Iglesia. Si no actúan, el mal proseguirá su desenfrenado avance. Como miembros de su grey, les pedimos cuanto sigue.
Les pedimos que llevan a cabo una investigación detallada e independiente sobre las demandas de abuso de menores y adultos presentadas contra el arzobispo McCarrick. Queremos saber quién, en la jerarquía, sabía de estos crímenes, cuándo lo supieron y qué hicieron al respecto. Esto es lo mínimo que se esperaría de cualquier organización secular; no debemos esperar menos de la Iglesia.
Pedimos que el silencio que encubre la mala conducta sexual dentro de la Iglesia se rompa. Pedimos que los obispos tomen medidas contundentes cuando los sacerdotes incumplan la enseñanza de la Iglesia sobre el sexo y pedimos, también, que se erradiquen las redes de sacerdotes sexualmente activos. Pedimos que se dé libertad a los buenos sacerdotes para que digan a sus obispos lo que saben, sin miedo a represalias. Junto a estas acciones, pedimos que los obispos se comprometan en actos formales públicos de arrepentimiento y reparación.
Nosotros nos comprometemos a lo siguiente. Nos negamos a permanecer en silencio si llegan a nuestro conocimiento casos de acoso sexual en la Iglesia, ya sean perpetrados por el clero o por laicos. Si conocemos a personas que han sido víctimas de abuso, las animaremos a hacer públicos los abusos. Las apoyaremos hasta que se haga justicia. No aceptaremos el silencio y la inacción. Al contrario, haremos públicos los nombres de quienes dañan a otros y también de sus superiores, por encubrir el daño causado.
También haremos públicos los casos de conducta sexual inapropiada. Trabajaremos para proteger a los buenos sacerdotes y seminaristas que sean son amenazados por negarse a tolerar los pecados de sus hermanos en el sacerdocio, o si hacen pública su conducta.
Pero, sobre todo, rezaremos por la santidad de la Iglesia y la nuestra. Rezaremos por los buenos sacerdotes y obispos que nos guían hacia Dios. Ustedes nos recuerdan constantemente que Jesucristo es el origen de la misericordia. Por favor, no olviden que Él es también el Juez del mundo.
Suyos en Cristo,
Publicado originalmente en First Things, traducción de Helena Faccia para InfoVaticana
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