Los teólogos de cámara -esos voceros oficiosos de la ‘renovación’- han encontrado, al fin, un culpable apto para todo el tremendo lío de la carta, que tanto descrédito ha sembrado sobre las comunicaciones del Vaticano, y, como en toda novela policíaca que se precie, ha resultado ser el más inesperado: el propio Benedicto XVI.
Antes de enfrentarnos a esta orwelliana interpretación, nos había sorprendido comprobar que ni en la carta de renuncia de Viganò ni en la remitida por el Papa a este aceptando -de aquella manera- su dimisión, ni uno ni otro tuvieran una palabra, aunque fuera de pasada, para lamentar el daño causado al Papa Emérito.
Al fin, después de la verdad, el mayor ofendido con todo esto parece, prima facie, ser el anciano Benedicto.
A él se dirigió Viganò con el insultante encargo de que prologara, entre otras, la obra de dos teólogos que se habían destacado en la crítica acerba no solo a su pontificado, sino al papel del Papa en general.
En segundo lugar, el responsable de comunicación del Vaticano había hecho pública una carta de rechazo al encargo que ya en el sobre estaba marcada como personal y privada, es decir, no apta para su publicación.
Para seguir con la ofensa, Viganò había dado a la misiva un sentido muy diferente, podríamos decir, contrario al pretendido por Benedicto, por el vil procedimiento de omitir la parte que no les interesaba hacer pública mediante manipulación directa de la fotografía.
Y aun después del primer descubrimiento del párrafo difuminado, se siguió ocultando un día más un nuevo párrafo en el que Benedicto mostraba su desacuerdo con la selección de autores.
Después de esto, no sé, algunas excusas creemos que se le debían al Papa Emérito, alguna muestra, al menos, de arrepentimiento por el modo en que había sido usado.
Lejos de ello, leo que un grupo de teólogos culpan a la víctima de todo este embrollo del daño causado a la imagen de la Iglesia.
Leo en el blog del veterano vaticanista Marco Tossati, Stilum Curiae, que el profesor Alberto Melloni, en RaiNews24, ha creído necesario recurrir a la mentira pura y dura para defender al Papa reinante, asegurando que, en su carta, Benedicto exige «silenciar» a los teólogos critícos con su pontificado, especialmente al alemán Peter Hünermann.
Es una calumnia absurda, por lo demás, porque la carta está publicada y el sentido de lo que dice Benedicto es diáfano. Expresa su sorpresa -que, por lo demás, compartimos- de que se elija para reflejar la teología del presente pontífice a dos teólogos que se han mostrado detractores abiertos del ministerio petrino, por no hablar de que han exigido a Roma la ordenación de mujeres o una revisión de la doctrina con respecto a las relaciones homosexuales.
No nos parece que no ser publicados por la editorial del propio Vaticano, como si ello fuera un derecho universal, sea silenciar a nadie, o lo estaría la abrumadora mayoría de los autores católicos.
Por lo demás, Benedicto ni siquiera sugiere que se retiren esos títulos, limitándose a expresar su legítima sorpresa, en uso de su plena libertad.
Uno pensaría que este desgraciado asunto ya resultaba suficientemente penoso en todos sus detalles, pero la actualidad se empeña en contradecirnos y hacer que la defensa de lo indefensible saque a la luz nuevas y más profundas miserias.