El ex presidente del Consejo Pontificio Cor Unum asegura que «la iniciativa del Cardenal Marx ignora la clara revelación de Dios».
La Santa Sede vive una pesadilla de imagen, la tormenta perfecta, entre el ‘affaire’ de la carta misteriosa (en el que, por fuerza, alguien está mintiendo) de una víctima de abusos que O’Maley dice haber entregado a Francisco y Francisco asegura no haber recibido; el escándalo de la ‘traición’ a la Iglesia china de las catacumbas; la creciente contestación/confusión en torno a Amoris Laetitia, un quebradero de cabeza que se niega a desaparecer, y, ahora, el escándalo de las declaraciones de uno de los hombres de confianza de Su Santidad, el Cardenal Marx, no viendo inconveniente en que los curas bendigas las uniones homosexuales. En algunas ocasiones, claro.
Doctrinalmente, quizá esto último sea lo más incontrovertiblemente grave. Para el mundo puede ser lo de la carta, pero ese asunto no compromete la doctrina. El nombramiento de obispos cismáticos chinos puede ser deplorable, pero no es muy distinto del Concordato firmado por Pío VII con la Francia revolucionaria, reconociendo al ‘clero constitucional’ (previamente excomulgado) o la traición de la jerarquía mexicana a los cristeros. Y en cuanto a Amoris Laetitia, si potencialmente es una bomba, hay margen para una interpretación ortodoxa de la ambigua redacción del célebre Capítulo VIII.
No así de las palabras del cardenal arzobispo de Munich, de quien ha dicho su colega en el cardenalato, el austriaco Paul Josef Cordes, ex presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, que sus palabras son «sacrílegas».
«La iniciativa del Cardenal Marx ignora la clara revelación de Dios», asegura, tajante, en un comentario publicado en la web kath.net.
No hay por dónde cogerlo, señala Cordes, porque «la Iglesia, en su labor pastoral, está supeditada a la Sagrada Escritura y su interpretación a través del Magisterio de la Iglesia». Y tanto la una como la otra, ay, son meridianamente claras en este sentido, desde la Carta de San Pablo a los Romanos hasta el Catecismo de la Iglesia Católica.
Pero es que Marx ni siquiera se plantea, ni aun para negarlo, que la actividad homosexual siempre se opone a la voluntad de Dios, se lamenta Cordes. La idea, sugiere, es «espantosamente ingenua», porque quienes puedan solicitar esa ‘bendición’ no buscan que Dios la ayuda divina, sino «el reconocimiento y la aceptación de su modo de vida homosexual y su valorización eclesial».
Cordes pone el dedo en la llaga de buena parte de la confusión y de las prácticas de dudosa catolicidad que pueden verse en tantas diócesis y parroquias cuando advierte que el Cardenal Marx “malinterpreta aquí la idea de labor pastoral como forma de aceptación sentimental».
Cordes es implacable; añadiríamos que inmisericorde, al menos en un sentido figurado, cuando fulmina: «¿Y qué decir de eso de los «casos individuales»? ¿Más ánimos para las actividades de los mafiosos? ¿Aceptar la labor pastoral hacia médicos que practican abortos? ¿Qué eclesiástico es al fin tan presuntuoso que espera más salvación de su confusa «compasión» que de atender a la voluntad de Dios? ¿Qué siervo sabe más que su Maestro? En cualquier caso, una cita de San Agustín muestra al Cardenal sus límites: «Ama a la gente que yerra, pero combate con odio su error».
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