¡Qué mala fe la del arzobispo de Granada!

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Lo ha vuelto a hacer. Javier Martínez, arzobispo de Granada, ha vuelto a dar la nota. Esta vez alertando sobre el peligro de votar a VOX. Al parecer, de todas las opciones políticas que se presentan a las elecciones el próximo 28 de abril, la de Abascal es la más incompatible con la conciencia del votante católico. Más que todos los integrantes del Frente Popular, juntos o por separados. O por ponernos mitad tremendos, mitad apocalípticos: más, mucho más, que el PP.

Es verdad que en su carta, el arzobispo no se refiere explícitamente a VOX en ningún momento. Pero rebatir sin citar es costumbre típicamente veteroclerical, como sostiene el periodista Antonio Socci. Que lo de Martínez ha sido un pellizco de monja en toda regla -dado, eso sí, con muy mala fe- lo demuestra que los medios hayan titulado que el arzobispo compara a VOX con el fascismo y aboga por el voto útil y el de Granada no haya dicho esta boca es mía. Con lo aficionado que es a los comunicados. Bueno, no siempre.

Sí lo fue cuando el muy prestigioso profesor Josef Seifert osó titular uno de sus artículos con una pregunta no precisamente retórica : ¿la lógica pura amenaza con destruir la entera doctrina moral de la Iglesia católica? Se refería Seifert a las partes más confusas de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, aquellas que abrían la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar pudiesen comulgar.

El profesor austriaco no fue el único con dudas más que razonables. Cuatro cardenales de la Iglesia pidieron al Papa una aclaración al respecto. Con la diferencia de que ninguno de ellos tenía plaza en el Instituto de Filosofía Edith Stein de Granada, como Seifert. A este último la sola formulación de la pregunta le valió ser puesto de patitas en la calle por el arzobispo, que le arreó un duro comunicado donde le acusaba de dañar a la comunión de la Iglesia, confundir la fe de los fieles y sembrar desconfianza en el sucesor de Pedro. Solo le faltó atribuirle el gran incendio de Chicago y la muerte de Manolete.

A cambio, eso sí, Martínez se apresuró -vía comunicado, por cierto- a sumarse a la tesis de los obispos de Buenos Aires sobre las partes más dudosas de la Amoris Laetitia, tesis bendecidas por el mismísimo Francisco. De esta manera, el arzobispo de Granada cerraba filas acríticamente con el Romano Pontífice. En su descargo hay que decir que habría hecho lo mismo con cualquier otro que ocupase la Silla de Pedro, defendiese lo que defendiese.

Es más, de haberle preguntado por los resultados del cónclave de 2005 que enfrentó al Partido de la Sal de la Tierra -candidato: Ratzinger- con el Grupo de San Galo -candidato: Bergoglio- es seguro que Martínez hubiese expresado así su satisfacción: “pensábamos que íbamos a ganar los de Bergoglio y al final hemos ganado los de Ratzinger”. ¿Por qué lo llamarán obediencia cuando quieren decir papolatría?

Tanto seguidismo explicaría el estrepitoso ridículo que en comandita con Francisco hizo el arzobispo al hilo del caso de los Romanones. Todo empezó con una carta remitida al Papa por un joven granadino donde daba cuenta de abusos sexuales sin fin por parte de un grupo de sacerdotes de la archidiócesis de Granada, los llamados Romanones. Sin mayores comprobaciones, y quizás soñando con los titulares a los que daría lugar el gesto, Francisco llamó al joven… para pedirle perdón, otorgando carta de naturaleza a sus acusaciones y dando al traste con la presunción de inocencia y otras garantías procesales cuya conquista han precisado de unos cuantos siglos. No iba a ser menos el arzobispo de Granada, quien sin apenas esperar que se iniciase el proceso judicial, se postró de hinojos ante el altar mayor de la catedral, en señal de perdón.

Aunque no era Viernes Santo, aquello debió de suponer un zurriagazo más en el particular calvario de los acusados. Porque los integrantes del llamado clan de los Romanones finalmente fueron absueltos por la justicia, que no solo no apreció falta de pruebas sino graves incoherencias en el relato del acusador. Después de aquello, al arzobispo debieron de quitársele las ganas de escenificar grandes shows. O eso quiero pensar.

Lo digo porque a los dos años del numerito del altar llegaron a la redacción de Infovaticana preocupantes informaciones sobre la conducta inapropiada del entonces rector del seminario mayor de Granada, un depredador sexual que con nocturnidad, alevosía y la ayuda de una llave maestra, según denunciaban los propios seminaristas, se colaba en las habitaciones de los seminaristas, imaginen ustedes para qué.

De no estar convencido de la veracidad de mis fuentes, jamás habría llamado al arzobispo de Granada para alertarle de lo que se cocía en su seminario. La prueba es que de haber tomado Martínez cartas en el asunto inmediatamente yo habría archivado la información en la papelera, previo procesamiento por la trituradora de papel, como tantas otras veces he hecho.

Pero el arzobispo no se dignó ponerse al teléfono. Sí lo hizo, en cambio, su secretaria, quien me pidió que todo lo que le estaba contando se lo pusiese por carta. Como el asunto era urgente y uno no termina de fiarse del todo de Correos, publiqué la carta en Infovaticana. Que Martínez la leyó lo demuestra que enseguida encargó una investigación interna… pero para saber quién o quiénes nos habían filtrado la noticia, no para dilucidar si el rector de su seminario era un Harvey Weinstein con sotana.

El siguiente paso del arzobispo fue su intento de cerrar la investigación en falso, tratando de hacernos creer que la información de la que disponíamos era inexacta. Como nos mostráramos dispuestos a seguir adelante, al arzobispo no le quedó sino apartar a su rector. Eso sí, con publicidad la justa, que los derroches de la misma los reserva para desautorizar a aquellos fieles que osan convocar actos de desagravio frente a la imagen de la Inmaculada Concepción elegida por unos musulmanes para celebrar el comienzo del Ramadán.

Confieso ahora que fui duro juzgando como timorato -por decirlo suavemente- a Javier Martínez, arzobispo de Granada. Cómo iba a sospechar yo que el objeto de su preocupación entonces no podía ser la integridad moral -¡y física!- de sus seminaristas, siendo como lo era cierto partido político que por entonces reinaba indiscutiblemente en los terrenos del cero demoscópico.