POBREZA Y MISERIA EN LA ARGENTINA

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POBREZA Y MISERIA EN LA ARGENTINA

Estoy harto como muchos otros argentinos del tema de la pobreza, que nuestros obispos mezclan con otros que nada o poco tienen que ver, como el aborto, la eutanasia, la ideología de género y hasta a veces para sintonizar con el papa Francisco, con el cuidado de la casa común, el ambiente y la ecología.

Lo primero que debemos hacer para clarificar y no confundir, es separar los temas, distinguir las cuestiones, establecer contextos, aclarar las cosas.

Damián Di Pace en “La Prensa” del domingo pasado aporta un dato interesante acerca de la evolución de la pobreza en los últimos 18 años en la Argentina y sus dos vecinos, Uruguay y Chile.

En nuestro país en el 2006 era pobre el 27% de la población y en el 2023 el 42°; en Uruguay en el 2006 era pobre el 25% de la población y en el 2023, el 10%; en Chile en el 2006 era pobre el 29% de la población y en el 2023 solo el 7%.

En resumen, mientras los dos vecinos mejoraron, nosotros empeoramos, bajo los gobiernos del matrimonio Kirchner, de Macri y de Alberto Fernández.

Y dentro de la pobreza se incluye la indigencia, o sea la miseria. En un país que podría alimentar a 400 millones de habitantes, somos solo 45 y bastantes pasan hambre. Y la gran responsabilidad de esta situación reside en los pésimos gobiernos: más claro imposible.

Tenemos más pobres, pero también nuevos ricos, partícipes de las oligarquías gobernantes. En el año 2008 el Instituto de Filosofía Práctica publicó una declaración “Acerca de la oligarquía el bien común”, donde denuncia al gobierno con motivo del regalo de Evo Morales de unos aros y de un collar de plata a nuestra presidente, botón de muestra “del crecimiento patrimonial desorbitado de la pareja gobernante, de los negocios y negociados de una nueva clase empresarial, de los enormes subsidios a organizaciones que motorizan los odios entre los argentinos, de la concentración del poder económico en el gobierno nacional a través del cobro de impuestos no participables, que luego en parte se adjudican a provincias y municipios a cargo de gobernadores e intendentes genuflexos en formas paradigmáticas de clientelismo político, en cuyo contexto dirigentes partidarios, empresarios, sindicalistas y hasta medios de comunicación son comprados o bien habilitados en los negocios que arma el poder, al tiempo que la súbita riqueza de esos alcahuetes se exhibe sin pudor alguno”.

El 30 de noviembre de 2014, el diario “La Nación” publicó un editorial interesante titulado: “Valores villeros o la veneración de la pobreza”. En el mismo se refiere a una iniciativa parlamentaria para instituir el “Día Nacional de la Identidad Villera” y como lo hizo “Trucho” Fernández en la UCA, darle una connotación positiva al hecho de vivir en un contexto indigno para un ser humano, que el hoy prefecto vaticano traducía como “dignidad de las villas miserias”.

El editorial denuncia que “bajo la piel del cordero benigno que es condescendiente con los pobres y que exalta a la pobreza como valor en sí misma se esconden

los lobos que lucran con ella, como los políticos que practican el asistencialismo y el clientelismo, que administran la pobreza como un negocio más”.

A ellos no les interesa erradicar las villas y combatir la pobreza, sino mantener su negocio y los votos cautivos; para ello cuentan con la colaboración de curas villeros y de obispos bobos. A esas villas urge erradicarlas y no urbanizarlas, porque incluso algunas como la 21, impiden el desarrollo armónico de la Ciudad.

Pero vamos a lo sustantivo. La Iglesia siempre se ocupó de los pobres y ya en el Antiguo Testamento existían cuatro categorías de personas que se debían asistir con el diezmo administrado por el levita: y que eran: el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero.

La Iglesia es heredera de esta gestión y el sacerdote no era el dueño sino el administrador del diezmo, “patrimonio de los pobres a quienes defraudaba con sus prodigalidades.

Hoy no existe el diezmo, pero si el aporte voluntario de los fieles. Y parte del mismo debería ser destinado al cuidado y asistencia de los verdaderos pobres ayudándolos a superar esa situación para ascender con esfuerzo y trabajo a una cierta medianía económica. También hemos reclamado que nuestro arzobispo ordene hacer un inventario de inmuebles vacíos, venda los inútiles y coopere con los necesitados.

El Estado como “empresario indirecto” tiene que cumplir un papel y parte de los impuestos deben volver a los particulares a través de caminos, ferrocarriles, puertos, energía, hospitales, escuelas, seguridad, justicia. Aplicar el principio de acción subsidiaria. Hace tiempo que, en este campo, el Estado está ausente y por muchas cosas se debe pagar aparte, o sea dos veces, lo cual los pobres no pueden hacerlo.

Recapitulando: La solución existe y requiere honestidad y esfuerzo. Debemos aumentar la producción y mejorar la distribución. Esto no se soluciona con huelgas, piquetes y menos con usurpaciones, protegidas y hasta a veces bendecidas.

Hace falta una ejemplar austeridad en los gobernantes: ¡Basta de viajes! ¿para qué están los embajadores? ¡Basta de payasadas! El país no es un circo, sino algo muy serio. ¡Basta de “Chocolates” Rigau! Que acelere el asunto la justicia, que devuelvan lo robado y acaben entre rejas, no en una cárcel VIP.

Si nuestros vecinos pudieron disminuir la pobreza, que no acabará nunca, pues está escrito en los Evangelios que pobres habrá siempre entre nosotros, debemos acabar con la miseria y sus reductos y tener un país sin indigentes.

Con la ayuda de Dios, es posible. Como dijo un escritor español: ¡“argentinos, a las cosas!

Buenos Aires, abril 13 de 2024 Bernardino Montejano