La vocación: estar enamorado de Dios

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Una buena amiga me lanzó toda una batería de preguntas diciendo, con buen criterio, que la presentación que hice en el post anterior se ceñía prácticamente a fechas y datos con “poco corazón” así que ahí van sus preguntas  y mis respuestas: Cuentas que un sacerdote misionero te toco el corazón y te hizo preguntar si sería esa tu vida. ¿Cual es la fuerza necesaria para responder a esa llamada? otros la oyen y no son capaces de dar el paso que tu diste. Desde luego la fuerza que te lleva a responder SÍ al Señor no sale de uno sino que, me atrevo a decir, me sentí empujado desde dentro. Porque el Señor que llama también te capacita para que tus miedos y tus debilidades no te echen para atrás. Supongo que debe ser algo parecido a lo que os empuja a quienes habéis formado una familia a decir SÍ a vuestra pareja y vencer miedos o inseguridades. Es cierto que todo es un proceso en el que el período de formación me fue afianzando en el primer SÍ que di. El temor a no ser capaz, el sentirse indigno o pequeño para tal servicio, el peso de las propias debilidades son las barreras que hay que saltar con decisión como el atleta en una carrera de obstáculos y el mismo Señor te sigue mostrando el camino poco a poco a través de personas y acontecimientos que te acompañan en ese proceso. Me imagino que el camino del discernimiento no fue sencillo, ¿que sentías?, imagina que otros están pasando por lo mismo en estos momentos, y que la respuesta les sirva para elegir el camino que mejor sirva a Dios, que no a ellos mismos. Tampoco lo viví como algo dificultoso, la verdad. Por mi carácter siempre he sido bastante decidido y en cuanto sentí ese “por qué no” fui a contárselo al sacerdote que nos hablaba de las misiones y empezamos una hermosa relación de amistad que seguro el Señor aprovechó para ayudarme a ir afianzando el SÍ. Si alguien se encuentra en ese discernimiento mi consejo es que vaya a hablarlo con su director espiritual o, si no lo tiene, que busque un religioso/a o sacerdote que le acompañen en ese discernimiento y le ayuden. Creo que es fundamental el acompañamiento personal y, por supuesto, intensificar la oración y la participación en la eucaristía más allá de los domingos. Yo no se como reaccionaría si mi hijo o una de mis hijas viniese y me dijese que se iba a hacer religiosa. Solamente soy capaz de intuir el fuego en el corazón de alguien que se entrega a Dios, esa alegría rebosante que llena el alma, y hace que se exprese a través de una sonrisa continua y luminosidad en la mirada. Dime Juan, a tus padres les sorprendiste, ¿como fue el proceso de aceptación de ellos? Seguro que ahora te ven feliz, pero cuéntanos un poco sobre esa etapa. Al principio lo llevaron francamente mal. Cayó la noticia en casa como un jarrón de agua fría ya que en mi familia no ha habido nunca nadie que optara por este camino de vida. Se esperaban que estudiara cualquier carrera pero jamás se imaginaban mi deseo de ser religioso y sacerdote. Luego con el paso del tiempo al verme feliz y que realmente amaba este estilo de vida lo fueron encajando mejor hasta llegar al momento presente en que ellos también comparten mi felicidad y sé que les daría un disgusto si dejara mi vocación. Si me leyera algún padre o madre de algún chaval que se esté planteando la vida sacerdotal o religiosa o alguna hija que desee ser religiosa les diría: “apóyenlos” No pierden un hijo sino que lo ganan. Aunque físicamente no estemos juntos esta vida nuestra nos enseña a amar y reconocer todo lo que los padres han hecho por nosotros y a amarles con intensidad. Sonreíamos aquel día con el café, sobre el clásico “Estar enamorado de Dios” como estado a alcanzar, o expresar un poco el porque de la vida sacerdotal, que por supuesto es mucho más. Claro que tú estás Enamorado de Dios y me gustaría que nos contases un poco, como es eso.  El seguimiento de Jesús es siempre una historia de amor. Un amor que te llena como ningún otro. Y cuando el Señor te llama para consagrar tu vida te llena de detalles que te hacen vibrar. El roce hace el cariño y cuanto más tiempo se pone a disposición de Dios en la oración, en la meditación… más lo llena el Señor con su amor y su ternura. Como en el matrimonio, si ese amor no se cuida, se protege y se alimenta acaba muriendo. Nuestra capacidad de amar a Dios puede morir pero la de Dios a nosotros es eterna y sin condiciones. GRACIAS ISA por tus preguntas, por tu interés y por tu amistad.