FIRMA INVITADA: Testimonio de conversión de una familia de Dios.

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Consuelo Martín

 

 

 

 

Todo comenzaba un 7 de Julio de 1984, primer sábado de mes. Ese día pisábamos por primera vez Prado Nuevo, bendito y santo lugar donde María, Nuestra Madre, iba a escribir una nueva y hermosa historia de salvación en nuestras vidas. Allí estaba yo, con tan sólo 9 añitos, mis hermanos Víctor Manuel y José Antonio con 7 y 10 años y, mis padres, Consuelo y Víctor con 36 y 40.

La Santísima Virgen se sirvió de mis tíos, Gregorio y Margarita, para que en una reunión familiar les hablasen a mis padres de lo que estaba sucediendo en un lugar llamado Prado Nuevo de El Escorial, puesto que ellos habían ido el mes anterior por primera vez. Esa noche mi madre sintió como aquellas palabras le iban abrasando el corazón y algo en su interior le decía: “tienes que venir a Prado Nuevo”. A partir de aquel momento sólo contaba los días y las horas que faltaban para que pudiese pisar aquel lugar. Durante varios días estuvo intentado convencer a mi padre, que por aquel entonces no quería ni oir hablar de los curas, la Iglesia o las monjas, para que nos acompañase, pues en su corazón ella confiaba en que la Virgen podía convertirle.

Llegó el esperado primer sábado del mes del Julio del año 1984 y al final aquella mañana toda la familia, también mi padre, subíamos en un autobús con destino a un lugar que, sin nosotros saberlo, nos cambiaría la vida para siempre. Había muchísima gente, y nos dispusimos como todo el mundo alrededor del árbol de las apariciones para rezar el Santo Rosario pero, mi padre, aunque iba con muchas reticencias, se sintió impulsado a subirse en uno de los fresnos del Prado y, como si de un muchacho se tratase, allí trepó y estuvo durante todo el Rosario y el éxtasis de Luz Amparo subido sin perderse detalle. Por otra parte, mi madre estuvo todo el tiempo llorando y pidiendo por la conversión de mi padre.

Hoy, mi padre, cuenta que aquel día se sintió joven, distinto, como si tuviese un nuevo corazón lleno de paz y alegría, lo que con el tiempo se transformó en una conversión de vida, de confesión frecuente, de Eucaristía diaria y, como no, del rezo diario del Santo Rosario, el cual rezábamos todos juntos en familia cada día, y seguimos rezando hoy cada uno en nuestros hogares.

A ese primer sábado le siguieron otros y otros, hasta el día de hoy, en el cual la Santísima Virgen, a través de los mensajes dados a su instrumento, nuestra muy querida y recordada, Luz Amparo Cuevas, nos ha ido acercando más y más al Señor, a la Iglesia, a los sacramentos, a la vida de oración y de caridad.

Cuantos momentos inolvidables vividos en Prado Nuevo, cuántas gracias recibidas, cuanta paz y alegría compartida con todos los “Virginianos”, peregrinos de este santo lugar y, cuantas veces oigo decir a mi madre “hija mía cuantas gracias tenemos que dar a Dios y a la Santísima Virgen por habernos elegido”, y solamente puedo contestar que es cierto, que porqué a nosotros y no a otros. Tal vez porque no veníamos de familias católicas comprometidas, pues mis abuelos no rezaban ni frecuentaban la Iglesia y, Ella, quería salvarnos, pues es Madre de todos los pecadores y Madre de Amor y de Misericordia.

A Jesús todo el honor y la gloria por siempre, de parte de unos Virginianos amantes de la Obra y de Nuestra Madre la Stma. Virgen de los Dolores.

 

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