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La misa tradicional que se celebraba en una iglesia periférica de Cáceres una vez al mes pasa a ser semanal y nada menos que en la Concatedral de la diócesis. Todos los domingos a las 11 horas.
Es la segunda catedral española, después de la de Pamplona, que acoge esta modalidad del rito latino con el que durante siglos se santificó la Iglesia. Creo que es una excelente noticia a apuntar en el haber del actual obispo de Coria-Cáceres, Don Francisco Cerro.
Todos estos logros se van consiguiendo ya sin resistencia alguna y en dos diócesis en la que es Iglesia madre de todas las diocesanas: la catedral, la sede del obispo. Curiosamente ambos obispos se llaman Francisco, el santo que se quería hermano de todos, hasta de los animales y las plantas.
Ahora toca a los amantes de ese rito no dejarla morir por su inasistencia. Pero eso es cosa suya y no mía. Yo cumplo con felicitar a Don Francisco Cerro por su decisión.
Mañana yo asistiré, creo que por primera vez en este año aunque espero que no sea la última, a la misa tradicional. No voy a decir que con mayor devoción que en mis otras misas. Con la misma. Sabéis todos que no hago cuestión del modo aunque me repateen los que se oponen a uno o a otro. Ambos infinitamente santos si se celebran como la Iglesia manda. Aunque siempre me han parecido miserables los obispos que se negaban, desde una imbecilidad supina, a la misa de Santa Teresa, de San Ignacio, de San Francisco Javier, de San Antonio María Claret, del beato Spínola, de San Manuel González, ya santo pasado mañana, de Sor Ángela de la Cruz… De tantos santos egregios de la Iglesia. Y con la que se santificaron.
Me resisto, y lo he conseguido, al menos hoy, a mencionar a los obispos españoles que con celo digno de mejor causa aborrecían un rito tan santo. Aunque creo también que mucho más por imbecilidad natural que por maldad propia. Hoy es día de parabienes y no de recuerdos. Y repito que a los cacereños les incumbe que la concesión del obispo no quede en agua de borrajas. Porque una misa por el modo extraordinario no tiene el menor sentido si a ella no acude nadie.