Lecturas LXXXV (VII): Las Memorias del cardenal Sebastián

Lecturas LXXXV (V): Las Memorias del cardenal Sebastián Llegamos ahora al caso Añoveros (1974). Sebastián ya se había acreditado como colaborador eficaz e inteligente de Tarancón. Y el cardenal se mostró decidido a explotar el filón. Ante la última homilía del obispo de Bilbao, las dos anteriores había pasado sin pena ni gloria, «la reacción del Gobierno fue desmesurada» (pg.  178). El rector de Salamanca  era ya pieza fundamental en los apoyos intelectuales del cardenal arzobispo de Madrid y lo tenía entre sus colaboradores más íntimos. En el momento más álgido de aquel comprometidísimo hecho, «Patino y yo estuvimos con el cardenal Tarancón en su casa toda una tarde. El cardenal estaba nervioso y verdaderamente angustiado. Paseaba por su despacho, entraba en la Capilla, se detenía entre nosotros y nos decía: «Si siguen adelante yo no tengo más remedio que promulgar la excomunión del Jefe del Gobierno y del propio Franco»» (pgs, 178-179). No voy a entrar en el análisis de aquellos hechos, creo que el testimonio de Sebastián debería contrastarse con otros, por ejemplo el de Luis Suárez en su obra Franco y la Iglesia, de la que he dejado constancia en el Blog. Lo que quiero destacar es que en aquellos momentos verdaderamente críticos los que estaban en la intimidad del cardenal eran Martín Patino y Sebastián. Creo que también es de reseñar que Franco no se ponía a las llamadas del cardenal (pg. 179). No así a la de Don Marcelo. Importante también me parece que el Vaticano, mediante la presencia ad casum de monseñor Acerbi, propiciara más el entendimiento que la ruptura (pg. 179). En todo este affaire Sebastián no habla de su intervención que seguramente sería nula  pero sí me parece importante que en el núcleo duro de taranconismo, con Martín Patino, estuviera también él. Y por lo que dice, nadie más. Que era muy importante en esa ámbito nos los confirma que también el cardenal le encomendara el estudio y un informe de las conclusiones de la Asamblea de Vallecas, obra del auxiliar de Tarancón, Iniesta. El informe de Sebastián fue crítico y sin duda influyó decisivamente en el cardenal que ya estaba bastante hasta el gorro, o la mitra, de su auxiliar (pgs. 180-181). En 1975 fue reelegido como rector para otro cuatrienio y antes de asumirlo hizo un viaje a Lima que aprovechó para acercarse, aunque estuviera lejísimos, a su amigo Casaldáliga en Brasil: «Yo quedé admirado de su entrega, de su valentía y generosidad. Él y todos los miembros de la misión estaban arriesgando su vida día a día. También me quedé un poco preocupado con algunas de sus ideas políticas que me parecían demasiados radicales y bastante ingenuas» (pgs. 181-182). Creo que son importantes sus páginas  sobre la transición política porque reflejan su propia transición. «Desde 1955, yo no estaba conforme con el sistema franquista por razones éticas, por coherencia con las enseñanzas de los Papas, por atención a los represaliados y excluidos  a causa de sus ideas políticas o religiosas. Seguía pensando que el Alzamiento del 36, por desgracia había sido inevitable en contra del desgobierno, inseguridad, de la  bolchevique. Pero me parecía que el orden político resultante no podía ser definitivo y que tenía que dejar paso a una verdadera democracia» (pg, 183). «Mi manera de pensar era común entre los clérigos jóvenes» (pg. 183). A continuación nos habla de un manifiesto» importante» que redactó él aunque buscó el aval de algunos amigos que lo suscriben. A mí me parece de escasísima importancia y hoy está más olvidado que Carracuca salvo en su recuerdo de autor (pgs. 185-205). Lo que sí me parece importante es la relación de sus avalistas y cofirmantes: «Ricardo Alberdi, Rafael Belda, Olegario González de Cardedal, Juan Martín Velasco, Antonio Palenzuela, Fernando Sebastián, José María Setién»  (pg. 205). ¡Vaya lobby! Sebastián estaba ya en la cresta de la ola. Lástima que esa ola resultara un tsunami para la religiosidad de España. «En el año 1975, cuando ya se veían cercanas las fechas de la sucesión política, el cardenal Tarancón quiso organizar un pequeño grupo de trabajo que le ayudase a estudiar los muchos problemas que se presentaban y preparar las intervenciones o declaraciones que con alguna frecuencia tenía que hacer. El coordinador de este Consejo era José María Martín Patino, entonces Vicario General de la Diócesis y colaborador cercano de D. Vicente para todas sus cosas. El Consejo, «Consejillo» le llamábamos nosotros, estaba formado por el P. Martín Patino, que hacía de Secretario y Coordinador , D. Luis Apostua, veterano periodista de YA, D. José Luis Martín Descalzo, sacerdote y periodista, entonces Director de Vida Nueva, D. Olegario González de Cardedal, Profesor conmigo en Salamanca, y yo» (pgs. 206-207). Curiosamente ninguno de sus auxiliares, Echarren, Iniesta y Oliver, entraban en ese sancta sanctorum de la confianza taranconiana. ¿Es arriesgado suponer, como yo supongo, que las fichas clave de ese «consejillo» eran Martín Patino y Sebastián? Creo que no. Se reunían todos los sábados y «de aquellas reuniones salieron muchas cosas», Cita por ejemplo cuatro discursos cardenalicios, dos de trancón y dos de Jubany, tres de ellos preparados por Sebastián (pg, 207). De allí salió la participación de la Iglesia en los funerales por Franco. Tarancón hizo lo que el lobby le proponía (pg. 208). «Nos parecía justo mostrar el respeto que merecía quien había sido tantos años Jefe del Estado y había vivido en su vida personal como miembro de la Iglesia. Pero también nos parecía importante manifestar la voluntad de la Iglesia de superar tiempos pasados y estar presente en la nueva época de España, colaborando activamente para iniciar un tiempo nuevo, de libertad, reconciliación y progreso» (pg. 209).  Valen los deseos de futuro pero me parece cicatera la actitud con un sistema político, seguramente ya inviable pero al que tanto debía la Iglesia. Franco no sólo vivió como  miembro de la Iglesia sino al servicio de ella y ensalzado por la misma. Aquella época se terminaba, nada estaba atado y bien atado, pero  los desagradecimentos son de mal nacidos. La famosa homilía de los Jerónimos queda para la siguiente entrada.  

Ayuda a Infovaticana a seguir informando