Lecturas LXXXV (IX): Las Memorias del cardenal Sebastián

Lecturas LXXXV (VIII): Las Memorias del cardenal Sebastián Llegamos al declinar de Tarancón. Se percibía que algunas cosas estaban cambiando en Roma. Todo ello contribuyó a que la figura de Tarancón no se viera en algunos ambientes romanos con mucha simpatía (pg. 225). Vale el circunloquio pero la escasa simpatía era sobre todo del ambiente principal. Que ya se llamaba Juan Pablo II. Estas divergencias quedaron patentes con la rápida jubilación del cardenal que él no esperaba (pg. 225). El círculo íntimo del cardenal parecía estar constituido por Martín Patino y Sebastián. Curiosamente sus obispos auxiliares son los grandes ausentes de estas Memorias. La verdad es que valían muy poquito y uno de ellos hasta se esforzaba por causarle quebraderos de cabeza. Y ahora un hecho que demuestra la estrechísima relación entre Tarancón y Sebastián, que ya era obispo sin duda gracias a la intervención de su valedor: Unos meses antes de cumplir los 75 años me dijo: Te he puesto el primero en la terna para Madrid. Yo le contesté un poco cínicamente: Pues ya me he librado de ser arzobispo de Madrid. ¿Cómo dices eso?, me replicó. A lo cual yo, a media voz, le dije: Señor cardenal, ¿usted cree que van a nombrar arzobispo de Madrid a quien usted diga?. En su bondad, en 1983, ytodavía no se había dado cuenta de que en Roma había cambiado radicalmente la forma de ver y de tratar los asuntos de España. Su renuncia fue aceptada en muy poco tiempo y a partir de entonces en los nombramientos de los obispos españoles influyeron otras personas y se aplicaron otros criterios. Los obispos de la era Tarancón quedamos en segundo plano. Se dice que la estrategia quedó decidida en 1982, en la visita de San Juan Pablo II a Compostela durante su primer viaje a España (pgs. 225-226). ¿Quién era el arzobispo de Santiago aunque Sebastián no lo dice? Ángel Suquía. Y Rouco su obispo auxiliar. Suquía sucedería a Tarancón a Madrid y Rouco, ya muy de vuelta de sus años salmantinos, quedaría como arzobispo de Santiago. Algunas personas y algunos eclesiásticos importantes, los que no están de acuerdo con el Papa Francisco, ni aceptaron nunca del todo las orientaciones del Vaticano II, atribuyen a las decisiones de los obispos en aquellos años de la transición la descristianización actual de España, con todas sus lamentables implicaciones y consecuencias (pg. 228). En esta ocasión la pedrada es contundente y como es habitual en él tira la piedra pero oculta los nombres de los apedreados. ¿Falta de valentía? ¿Caridad? Pues caray con la caridad. Bien le podía haber llevado a callar esa insinuación tan malévola. En 1978 Yanes, recién nombrado arzobispo de Zaragoza le preguntó si aceptaría ser auxiliar suyo y naturalmente contestó que sí. En 1979 fue el nuncio Dadaglio quien le convocó para preguntarle si prefería ser obispo titular o residencial. Naturalmente la respuesta fue obvia. Poco después el mismo nuncio le daba la noticia de que había sido nombrado obispo de León. Ya por Juan Pablo II. Unos años más, muy pocos, y posiblemente no habría llegado al episcopado (pgs. 229-230). En el 2001 le impusieron la medalla de oro de la Universidad. Él hubiera preferido que le hubieran investido doctor honoris causa. Hubo alguna dificultad para encontrar quien quisiera hacer la requerida laudatio. Por fin aceptó el encargo el claretiano Gerardo Pastor (pg. 232). ¿Cuáles fueron esas dificultades? No nos lo dice. Hubo críticas a su nombramiento: Corrió un comentario diciendo: Este Sebastián ¿qué obispo va a ser, si en su vida no ha hecho más que dar clase?. Otros estaban preocupados porque pensaban que yo era demasiado progresista (pg. 234). En lo último pienso que no les faltaba razón. Sucedía a Luis María de Larrea que había sido nombrado obispo de Bilbao. Al conocer mi nombramiento, la prensa de León publicó una fotografía mía con corbata, que en buena parte del clero y de los fieles produjo mala impresión (pg. 236). Fue ordenado el 27 de septiembre de 1979 por el cardenal Tarancón. Él era quien había apostado por míy había movido las cosas para que yo fuera obispo (pg. 237). En sus primeros años de obispo escribió un Decálogo del Sacerdote, totalmente prescindible pero que a Sebastián le debió parecer muy importante porque nos lo endosa en el libro (pgs. 242-243). La descripción que nos hace de sus años leoneses es más bien anecdótica y de escaso interés. Hizo lo que hacen todos los obispos, unos mejor que otros. Y ahora la cuestión más chocante y en mi opinión más discutible de todas las Memorias. Está hablando de la escasez de sacerdotes, de la dificultad de atender las parroquias rurales casi deshabitadas y nos suelta lo siguiente: No veo con claridad que tengamos que considerar como algo definitivamente cerrado la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres. No parece que sea una cuestión de fe. Pienso que sí, pasado el tiempo, la Iglesia lo ve conveniente para el bien de las almas podría reconsiderarlo. Pero sin entrar en esta cuestión, con la debida preparación, podríamos ordenar a algunos viri probati, solteros, viudos o casados, como Presbíteros de segundo grado y ministros de la Eucaristía (pg. 253). Lo de las mujeres es gordo. Lo otro, confuso. ¿Qué es eso de presbíteros de segundo grado? ¿Pueden decir misa y confesar? Porque en otro caso ha descubierto usted el Mediterráneo. Porque los diáconos casados ya están descubiertos y para ser ministro extraordinario de la Eucaristía no se necesita ordenación alguna. ¿Ha regresado a su progresismo inicial? ¿Achaques de la edad? Y bastantes páginas después insiste en posiciones claramente, siempre en mi opinión, progresistas y harto complicadas, por ser benévolo en la calificación: En el caso de los divorciados vueltos a casar no basta con decir que hay que acogerlos con misericordia, tenemos que ver en qué consiste la verdadera misericordia con estas personas. No creo que el camino sea rebajar las exigencias de la comunión eucarística, sino ofrecerles un camino de penitencia que les permita recibir la absolución de sus pecados y acercarse a la comunión eucarística con entera verdad. Es justo pensar que para quien quiere volver a la comunión con la Iglesia y con el Señor siempre hay un camino de penitencia y de perdón (pg. 455). ¿Otro Mediterráneo? Porque quien se arrepiente del pecado y se confiesa, antes y después del Sínodo ya tenían abierto ese camino. Seguramente los confesores perdonarán reincidencias como se perdonan en otros pecados de adulterio. Con un cierto propósito de la enmienda. Pero tal como usted lo expresa parece que un cierto camino penitencial y luego ancha es Castilla. ¿Soy yo un exagerado por interpretarlo así? ¿Salva su párrafo lo de no rebajar las exigencias de la comunión? Ojalá fuera esa su intención. Pienso que en estas cuestiones disciplinares y prácticas, mientras no haya razones claras y terminantes, no conviene cerrar caminos de renovación ni renunciar a posibles innovaciones que favorezcan el servicio al Reino de Dios? (pg. 253). ¿Y si hay razones claras y terminantes? ¿Nos las saltamos? Vea el resultado que eso ha dado en las comunidades protestantes. La ruina de las mismas. Y ahora una pregunta sensata que se hace Sebastián: ante tanta secularización y tanta enemiga a la Iglesia, ¿qué formación religiosa están recibiendo los jóvenes en nuestros colegios ahora mismo? (…) Para mí una formación que no incluya la conversión personal y efectiva a Jesucristo es claramente deficiente (pg. 255). Lo extraño es que él se pueda hacer esa pregunta. ¿Es que no ha tenido nada ver en eso? Más cosas en la próxima entrada.

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