El de la beatificación de cinco mártires burgaleses de nuestra pasada contienda civil. Un sacerdote benemérito, entregado a los niños más necesitados y cuatro jóvenes laicos que no quisieron abandonarle en aquel trance supremo- Uno no llegaba a los veinte años y los otros tres veinte y pocos.
La catedral estaba preciosa y abarrotada. El cardenal Amato, en su homilía, muy buena como todas las suyas, la señaló como una de las más hermosas del mundo. No exageraba. Tres cardenales, con el italiano, Rouco y Blázquez, y bastantes obispos. Naturalmente el arzobispo de Burgos y el arzobispo emérito. Allí estaban unos por sufragáneos, otros por burgaleses y algunos simplemente por querer acudir. Reconocí al emérito de Vitoria y al nuevo obispo, al ya electo de Ciudad Real y antes de Osma-Soria, entre los sufragáneos, al arzobispo de Pamplona y al obispo de Ciudad Rodrigo entre los burgaleses, y al obispo emérito de Segovia y al auxiliar de Madrid entre los que también se quisieron hacer presentes. Estaban también mitrados los abades de Cardeña y Silos. Y el nuncio.
La ceremonia verdaderamente hermosa. Muchos sacerdotes y numerosísimos fieles. La ceremonia duró dos horas exactas y celebrada con toda dignidad. El cardenal Amato entró y salió como debe hacerlo un obispo, bendiciendo a los presentes. En la procesión de salida se detuvo saludando a las autoridades, con Don Fidel y Don Francisco Gil Hellín, y al autor del cuadro de los nuevos beatos que estaba con su mujer a nuestro lado. Don Fidel tuvo la elegancia de agradecer a su predecesor sus trabajos en favor de la beatificación que él cuando se hizo cargo de la archidiócesis se encontró ya hecha. Pendiente sólo de la ceremonia de beatificación. Daba la impresión de estar feliz. Aunque esa impresión la da siempre Don Fidel incluso en las ocasiones en las que la procesión pudiera ir por dentro.
Al sacerdote que tan amablemente nos situó en lugar tan privilegiado nuestro agradecimiento. Por el lugar y por su simpatía. Y a Baldomero también las gracias por su servicialidad y amabilidad.
De regreso, parada en La Aguilera. Que siempre es un gozo. A la vez eclesial y humano. Es de esos lugares en los que viene a la mente aquel pasaje evangélico del qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas… Se las ve tan de Dios y de la Virgen, tan felices, tan simpáticas, tan acogedoras, tan jóvenes, tan guapas que aquello debe ser lo que más se asemeje al cielo en la tierra. Uno se va siempre de La Aguilera con ganas de volver. En la amplia iglesia el Santísimo expuesto ante el que siempre hay una religiosa en adoración. Con qué amor a la Virgen me explicaba una de ellas la hermosa imagen que tienen en la iglesia. Y uno pensaba que Ella era su modelo. Hasta en las sandalias de la Virgen. Aunque eso sea lo más accidental. Como la Virgen de la imagen también ellas llevan a Cristo en su interior. La Virgen inicia la posición de levantarse de la silla para visitar a su prima Santa Isabel. Y también en eso quieren imitarla para acudir presurosas y risueñas a animar, confirmar, consolar, acompañar, rezar… a quien y por quien lo necesite. Allí se vive el hermoso dogma de la comunión de los santos incluso por persona tan escasamente santa como yo. Ellas suplen, y mi mujer también, mis tantas deficiencias. Y las de otros muchos.
Mi mujer y yo estábamos violentos porque tenían en el convento otra visita mucho más importante que la nuestra, que no lo era nada y queríamos despedirnos pero ellas lo retrasaban con un afecto que disimulaba el sacrificio.
Hasta pronto. Pedimos a Dios que os conserve así y aleje cualquier nube que pueda entristeceros. Rezad por nosotros.