Antonio María Rouco Varela Cardenal. Arzobispo emérito de Madrid
Antonio María Rouco se encuentra en las antípodas del Papa Francisco en su concepción del poder en los hombres de Iglesia. Mientras el Papa se distingue por su cercanía y espíritu de servicio a los más humildes, pobres y desvalidos, para el Cardenal de Madrid la distancia, la untuosidad y una actitud hierática forman parte de su vestimenta pública. Rouco no llega a un lugar, Rouco se aparece. Rouco no está en una reunión, Rouco la preside. Rouco no habla, el cardenal Pontifica.
La personalidad de Antonio María Rouco
En los ambientes eclesiales españoles se habla del “estilo Rouco”, caracterizado por procurar que las cosas cambien sin tocar nada. Dicen que así ha logrado regenerar el seminario de Madrid, y así también se entiende la inactividad del Cardenal ante los abusos litúrgicos y las ofensas a la Iglesia y a la fe por parte de los autoproclamados “curas rojos” de la Parroquia de San Carlos Borromeo. Hay quien dice que se ha comportado con ellos como un padre, otros sin embargo consideran que ha sido una actitud más bien cobarde.
Fue el apego a su Galicia natal (nació el 24 de Agosto de 1936 en Villalba) lo que dicen que retrasó la sucesión de Suquía casi 3 años (el otro candidato a sucederle era el toledano García Gasco, fallecido en Roma la víspera de la Beatificación de Juan Pablo II).
Estudió en el Seminario de Mondoñedo; en la Pontificia Universidad de Salamanca, (licenciatura en teología); y en la Universidad de Münich (doctorado en derecho canónico).
Ordenado sacerdote el 28 de marzo de 1959 en Salamanca. Elegido Obispo titular de Gergi y auxiliar de Santiago de Compostela, el 17 de septiembre de 1976, mientras el Arzobispo era Ángel Suquía. Promovido a la sede metropolitana de Santiago de Compostela, el 9 de mayo de 1984.
Su trayectoria
Como Arzobispo de Santiago, en los 80 y 90, mostró un perfil valiente, vehemente y combativo, que se dejó entrever, por ejemplo, cuando aprovechó una ofrenda floral al apóstol Santiago en Julio de 1985 para cargar duramente contra el gobierno de González, condenar la ominosa ley del aborto (“la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX”) y alertar de la desintegración de España.
Quizá el punto de inflexión en la evolución de la personalidad de Rouco lo marque su elección, en 1999, como presidente de la Conferencia Episcopal Española, lo que le ha colocado como soberano de facto de la Iglesia en España.
Conviene recordar que fue el mismo Tarancón (que había simultaneado también los cargos de presidente de la Conferencia Episcopal y Arzobispo de Madrid) el que criticaba esa compatibilidad ya que, afirmaba, “Madrid lo que necesita es un pastor”.
Y es verdad que preocupa a los fieles madrileños que en una diócesis que, aparte del Arzobispo, cuenta con tres obispos auxiliares, sean la mayoría de las veces los vicarios los que celebran las confirmaciones, porque ni los obispos auxiliares ni el arzobispo están disponibles.
Experto en las relaciones entre Iglesia y Estado
Experto en relaciones entre la Iglesia y el Estado, materia sobre la que desarrolló su tesis doctoral, lo cierto es que ha demostrado saber negociar con el poder y ofrecerle en cada momento las justas contrapartidas, y si no que se lo pregunten a los monjes de la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que fue entregada a las manos de María Teresa Fernandez de la Vega, mientras tomaban aquellos “calditos” en la nunciatura, a cambio de un apoyo del gobierno a la Jornada Mundial de la Juventud. No era para menos, ya que el Cardenal llevaba pidiendo en el Vaticano la JMJ para Madrid desde que la vivió en Toronto en 2002.
Dicen sus amigos que es un hombre santo, un pastor que dedica sus esfuerzos de apostolado a acercar a los políticos a Dios, o a Dios a los políticos… Probablemente eso buscaba cuando autorizó al primogénito del matrimonio Aznar Botella a casarse en la exclusiva ermita de “El Campillo”, en el Escorial, en la que está expresamente prohibida por la diócesis la celebración de sacramentos del matrimonio, y sin excepciones hasta ese momento.
Quizá fue también por no enemistarse con la clase política del momento que prohibió expresamente bendecir la estatua de Juan Pablo II en Madrid en Diciembre de 2005, después de rechazar la invitación para inaugurarla él personalmente.
Dando la cara por la vida y el matrimonio
Dedicado o no al apostolado con la clase política, lo cierto es que el Cardenal Rouco siempre ha diferenciado entre uno u otro signo político. En la época en la que Rodríguez Zapatero era presidente del gobierno en España se le vio dando la cara en manifestaciones en defensa de la vida y de la dignidad del matrimonio y ordenó que en toda la diócesis se rezara, durante la oración de los fieles, la siguiente oración:
“Para que los cristianos nunca nos desanimemos en la defensa del don de la vida, desde su concepción hasta su término natural, las familias transmitan con firmeza y amor el Evangelio de la vida, los gobernantes protejan eficazmente este derecho fundamental, y la humanidad entera logre desterrar los fermentos del egoísmo y de la muerte. Roguemos al Señor”.
Sin embargo, este tono ha cambiado desde que gobierna el Partido Popular, y de hecho no ha dudado como presidente de la Conferencia Episcopal en dedicar más de 20 millones de Euros del presupuesto de la Iglesia para que su mano derecha, Fernando Giménez Barriocanal, pudiera montar una televisión (13TV) al servicio del poder, nutriéndola de contenidos imitados a la competencia, rebasando en su gestión los límites de lo estético y lo ético y llenándola de rostros conocidos a golpe de talonario, cuando no recurriendo al chantaje personal.
Es evidente que tiene el cardenal Rouco una cierta dificultad para comprender el papel que la Iglesia, sobre todo después del Concilio Vaticano II, otorga a los laicos, pues no concibe las iniciativas apostólicas si no salen directamente de su mano o pasan por su control.
Una anécdota que ilustra esta concepción del laicado la cuenta un periodista, que fue a presentarle al cardenal un proyecto de semanario de información general con inspiración católica, cuando su respuesta fue, sencillamente: “¿Para qué, si ya tenemos Alfa y Omega?”.
Menos afortunadas, si cabe, fueron las palabras que pronunció para responder a las voces que piden que la Iglesia pague el IBI, a las que advirtió que “si la Iglesia paga IBI, irá en detrimento de la obra caritativa”.
Presentó su renuncia por motivos de edad durante la Jornada Mundial de la Juventud en Agosto de 2011 y aún no ha sido aceptada. Como curiosidad destaca el hecho de que tiene un sobrino obispo, Alfonso Carrasco Rouco, obispo de Lugo.
Creado Cardenal en 1998
Antonio María Rouco fue creado Cardenal presbítero por Juan Pablo II en el consistorio del 21 de febrero de 1998, recibió la birreta roja y el título de S. Lorenzo in Dámaso.
Al salir del consistorio afirmó “Ante todo soy cura, y eso es lo que define mis aspiraciones más hondas”; ‘Ser cardenal supone para un obispo asumir de una forma más activa responsabilidades que tienen que ver con la Iglesia en todo el mundo”.
En la Curia vaticana es miembro de las Congregaciones para el Clero y Educación católica; de los Pontificios Consejos para los textos legislativos, Cultura y Cor Unum; Signatura Apostólica; del Consejo Especial para Europa del Secretariado General del Sínodo de Obispos y del Consejo Cardenalicio para el Estudio de Asuntos Organizacionales y Económicos de la Santa Sede.
Miembro del Asociación Internacional de Derecho Canónico y de la Asociación de canonistas españoles. Miembro de número de la sección de Teología de la Real Academia de Doctores de España. Académico Numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En marzo de 2014 Antonio María Rouco terminó su último mandato al frente de la Conferencia Episcopal. En octubre del mismo año, deja su cargo como arzobispo de Madrid a manos de Mons. Carlos Osoro.