Editorial CCM / Con los recientes escándalos que apuntan a destapar uno de los capítulos más graves de corrupción que involucrarían a legisladores en ejercicio y hasta al mismo expresidente de la República, López Obrador, la promesa de supuesta transformación, que se ha repetido como un mantra electoral, contrasta con la realidad que golpea con crudeza: México vive de las peores crisis de degeneración política. Ocupando el lugar 140 de 180 naciones en el Índice de Percepción de la Corrupción 2024 de Transparencia Internacional, el país está hundido con una puntuación miserable de 26 sobre 100, siendo de las naciones menos confiables y corruptas del orbe entero.
Esta calificación nos equipara a naciones en delicada situación de estabilidad o donde existe una corruptocracia como Iraq o Liberia. No es un accidente aislado, sino la manifestación descarada de vicios arraigados en el sistema político mexicano. Los mismos males que definieron al antiguo régimen del siglo XX —corrupción sistémica, nepotismo y compadrazgos— persisten y se acentúan bajo el manto de gobiernos que se autoproclaman renovadores favoreciendo a una élite de «amigos del régimen» en detrimento del bien común.
El antiguo régimen, por más de 70 años, engendró una cultura de corrupción y represión que permeó todas las esferas del Estado. Familias enteras se enquistaban en cargos públicos y contratos millonarios se adjudicaban a compadres y aliados, perpetuando dinastías políticas que concentraban el poder en unas cuantas manos. Esta «socialización de élites», la de los caciques leales al régimen, a través de la corrupción, facilitaba el ascenso de figuras que priorizaban lealtades personales sobre el mérito o la transparencia.
Es alarmante cómo estos vicios, lejos de extinguirse con la alternancia del 2000 o la supuesta «cuarta transformación» de 2018, han resurgido con salvaje desfachatez. El Movimiento Regeneración Nacional (Morena), que llegó al poder prometiendo erradicar la corrupción, replica el viejo modelo bajo un nuevo nombre.
En 2024 y 2025, instituciones estratégicas como la Secretaría de la Defensa Nacional, la Secretaría de Marina, PEMEX o la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, son señaladas como focos de corrupción rampante y de sumisión al poder con irregularidades en contratos y adjudicaciones directas que benefician a allegados al régimen.
El Índice de Riesgos de Corrupción del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) revela una paradoja: pese a las políticas anticorrupción proclamadas, persisten prácticas como el uso injustificado de adjudicaciones directas y la falta de sanciones efectivas.
El nepotismo se ha exacerbado. Dinastías políticas en entidades como Zacatecas, continúan disputándose el poder en clanes cerrados. En el gobierno federal, se han documentado relaciones personales entre funcionarios y contratistas, favoreciendo a «amigos del régimen» en megaproyectos donde la opacidad reina y los sobrecostos se multiplican sin rendición de cuentas.
Este compadrazgo moderno no es sutil: es descarado, evidente en la asignación de puestos clave a hijos, esposas y aliados ideológicos, perpetuando un ciclo donde el Estado se convierte en botín personal. La percepción de corrupción ha empeorado, colocando a México en el último lugar entre 38 países evaluados en América Latina. ¿Cómo explicar esta continuidad? Sencillo: el sistema no ha cambiado; solo se ha reciclado donde la corrupción trasciende partidos.
Ante esta realidad, las palabras del Papa Francisco resuenan como un llamado urgente a la conciencia colectiva. El desaparecido Pontífice, admirado por corruptos políticos mexicanos que lo han elevado a la talla de gran humanista, advirtió repetidamente que «pecadores sí, corruptos no», distinguiendo al pecador arrepentido del corrupto que vive una «doble vida» de engaño y podredumbre interior, sin humildad ni arrepentimiento.
Para el Papa Francisco, la corrupción no es solo un pecado, sino «el pecado más deleznable», un mal mayor que pervierte el alma y debe ser curado porque corrompe las relaciones con Dios y con los demás. Parafraseando a un ideólogo del siglo XIX, ese mismo que los de la 4T dicen admirar, “Un fantasma recorre México, es el fantasma de la corrupción” y ese espectro ha trastocado vidas y sistemas completos. Como bien dice el Papa, el corrupto no encuentra perdón fácil; es la sociedad la que debe exigir justicia, antes de que este aberrante fantasma nos consuma por completo.
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