Santa Teresa y San Juan de la Cruz, claves del Papa para entender la verdadera mística

Un mensaje a los participantes del Congreso “La Mística. Los fenómenos místicos y la santidad” del Dicasterio para las Causas de los Santos

Santa Teresa y San Juan de la Cruz, claves del Papa para entender la verdadera mística

El 13 de noviembre de 2025, en el Aula Pablo VI del Vaticano, el papa León XIV recibió en audiencia a los participantes del Congreso organizado por el Dicasterio para las Causas de los Santos, titulado La Mística. Los fenómenos místicos y la santidad. En su discurso, el Santo Padre abordó la naturaleza de la experiencia mística, la relación entre los fenómenos extraordinarios y la auténtica santidad cristiana, y la necesidad de un discernimiento prudente y eclesial frente a manifestaciones que pueden ser confundidas con verdaderos dones espirituales. También recordó que el criterio fundamental para reconocer la santidad de un fiel es la conformidad constante con la voluntad de Dios, por encima de cualquier signo extraordinario.

Dejamos a continuación el discurso completo de León XIV:

Eminencias, Excelencias,
queridos Presbíteros, Religiosos, Religiosas,
queridos hermanos y hermanas,

Me alegra acogerlos al final del Congreso promovido por el Dicasterio de las Causas de los Santos y dedicado a la relación entre los fenómenos místicos y la santidad de vida. Se trata de una de las dimensiones más bellas de la experiencia de fe, y les agradezco porque con este estudio han contribuido a valorarla y también a arrojar luz sobre algunos aspectos que requieren discernimiento.

Tanto a través de la reflexión teológica como con la predicación y la catequesis, la Iglesia reconoce desde hace siglos que en el corazón de la vida mística está la conciencia de la íntima unión de amor con Dios. Este acontecimiento de gracia se manifiesta en los frutos que produce, según la palabra del Señor: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. Cada árbol, en efecto, se reconoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimia uva de un zarzal» (Lc 6,43-44).

La mística se caracteriza, por tanto, como una experiencia que supera el mero conocimiento racional no por mérito de quien la vive, sino por un don espiritual, que puede manifestarse de diversas maneras, incluso con fenómenos completamente opuestos, como visiones luminosas u oscuridades densas, aflicciones o éxtasis. En sí mismos, sin embargo, estos hechos excepcionales permanecen como algo secundario y no esencial en relación con la mística y con la misma santidad: pueden ser signos en cuanto carismas singulares, pero la verdadera meta es y sigue siendo siempre la comunión con Dios, que es «más íntimo a mí que yo mismo y superior a lo más alto de mí» (San Agustín, Confesiones, III, 6, 11).

En consecuencia, los fenómenos extraordinarios que pueden caracterizar la experiencia mística no son condiciones indispensables para reconocer la santidad de un fiel: si están presentes, fortalecen sus virtudes no como privilegios individuales, sino en cuanto orientados a la edificación de toda la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Lo que más cuenta y lo que más debe subrayarse en el examen de los candidatos a la santidad es su plena y constante conformidad con la voluntad de Dios, revelada en las Escrituras y en la viva Tradición apostólica. Es importante, por tanto, tener equilibrio: así como no se deben promover las Causas de Canonización solo en presencia de fenómenos excepcionales, también hay que tener cuidado de no penalizarlas si estos mismos fenómenos caracterizan la vida de los Siervos de Dios.

Con un compromiso constante, el Magisterio, la teología y los autores espirituales han proporcionado además criterios para distinguir los fenómenos espirituales auténticos —que pueden ocurrir en un clima de oración y sincera búsqueda de Dios— de manifestaciones que pueden ser engañosas. Para no caer en la ilusión supersticiosa, es necesario evaluar con prudencia tales hechos mediante un discernimiento humilde y conforme a la enseñanza de la Iglesia.

Casi resumiendo esta praxis, así afirma Santa Teresa de Ávila: «Está claro que la suma perfección no está en las dulzuras interiores, en los grandes arrobamientos, en las visiones y en el espíritu de profecía, sino en la perfecta conformidad de nuestra voluntad con la de Dios, de modo que queramos, y firmemente, lo que sabemos que es de su voluntad, aceptando con la misma alegría tanto lo dulce como lo amargo, como Él quiere». [1] A estas palabras corresponde la experiencia de San Juan de la Cruz, según la cual el ejercicio de las virtudes es el brote de la apasionada disponibilidad para Dios, de modo que su voluntad y la nuestra se convierten en «una sola voluntad en un consentimiento pronto y libre», [2] hasta la transformación del amante en el Amado. [3]

En el centro del discernimiento sobre un fiel está la escucha de su fama de santidad y el examen de sus virtudes perfectas, como expresiones de comunión eclesial y de íntima unión con Dios. Al realizar este valioso servicio, especialmente quienes entre ustedes trabajan en el ámbito de las Causas de Canonización están llamados a imitar a los santos y así cultivar la vocación que a todos nos une como bautizados, miembros vivos del único Pueblo de Dios.

Mientras tanto los animo a continuar con confianza y sabiduría en este camino, de corazón imparto a todos ustedes la bendición apostólica.

¡Gracias!

[1] Santa Teresa de Jesús, Fundaciones 5, 10; cf. Id., Castillo interior, I, 2, 7; II, 1, 8.

[2] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva 3, 24.

[3] Cf. Id., Cántico espiritual, 22, 3.