Halloween: cuando el mundo celebra la oscuridad y olvida la luz

Halloween: cuando el mundo celebra la oscuridad y olvida la luz

En una sociedad que ha perdido el sentido de lo sagrado y se deja arrastrar por lo macabro y lo irracional, la Asociación Internacional de Exorcistas ha publicado un texto titulado El engaño de Halloween, la belleza de Todos los Santos. Su mensaje es claro: detrás de la aparente inocencia de disfraces y calabazas, se esconde una realidad espiritual oscura que, cada año, gana terreno en los corazones de los niños y de los jóvenes.

La raíz pagana y el disfraz del mal

Los exorcistas advierten que Halloween no es una simple fiesta popular ni una celebración inocente de disfraces. Nació de los rituales del samhain celta, una antigua festividad pagana dedicada a los espíritus y al mundo de los muertos, hoy recuperada por grupos de brujería moderna (Wicca) y satanismo. Para estos movimientos, la noche del 31 de octubre marca el inicio del año de la brujería o incluso del año satánico.

Desde el 22 de septiembre, señalan los exorcistas, los grupos de magia y satanismo viven una suerte de ‘cuaresma blasfema’ que culmina en la noche de Halloween con rituales y profanaciones. En cambio, para los cristianos, esa misma noche es la víspera luminosa de Todos los Santos, un día de esperanza, pureza y comunión con el cielo.

La cultura del horror y la confusión moral

Halloween ha transformado el miedo en diversión, la muerte en espectáculo y el mal en juego. La obsesión por lo espeluznante —monstruos, demonios, zombis, vampiros y brujas— no es casual. Los exorcistas subrayan que el atractivo de estos símbolos es signo de un malestar interior profundo, de una sociedad que exalta la fealdad y se acostumbra a lo oscuro. Al presentar lo macabro como entretenimiento infantil, se siembra el horror en la mente de los pequeños y se normaliza la cultura de la muerte.

Lo que comenzó como una moda comercial se ha convertido en una verdadera catequesis de la oscuridad. Incluso en colegios y entornos cristianos, la noche de Halloween se celebra con una peligrosa superficialidad, ignorando su trasfondo anticristiano. Quienes celebran Halloween —recuerdan los exorcistas—, aunque no lo pretendan, se comunican con realidades tenebrosas.

La banalización del mal

El fundador de la Iglesia de Satanás, Anton LaVey, llegó a decir con ironía: Me alegro de que los padres cristianos permitan a sus hijos adorar al diablo al menos una noche al año. ¡Bienvenidos a Halloween!. La frase, más que una provocación, revela una verdad espiritual inquietante: cuando se trivializa el mal, este deja de parecer peligroso.

El cristianismo, en cambio, enseña que el mal no es un juego, y que los símbolos, imágenes y palabras abren puertas en el alma. No se trata de superstición, sino de realismo espiritual. La vida del hombre es un combate entre la luz y las tinieblas, y ningún católico puede coquetear con la oscuridad sin manchar su alma.

Una llamada a evangelizar la cultura

El auge de Halloween coincide con el debilitamiento del cristianismo en la vida pública. Donde se ha silenciado el Evangelio, florece la magia y el ocultismo. Por eso, los exorcistas piden una nueva evangelización que devuelva a las familias el sentido de lo santo y de lo bello. No se trata de prohibir, sino de reencantar el mundo con la luz de Cristo.

En toda Europa crecen iniciativas católicas que ofrecen una alternativa sana y luminosa: la Noche de los Santos, procesiones, vigilias de oración y adoración eucarística en reparación. Muchos sacerdotes y jóvenes reemplazan las máscaras por estampas de santos, los disfraces por testimonios de fe. Donde antes reinaba la oscuridad, hoy resplandece la alegría del cielo.

La belleza que vence a la oscuridad

La Asociación Internacional de Exorcistas recuerda que los niños no necesitan horror, sino esperanza; no tinieblas, sino belleza. La verdadera belleza, la que salva, es la que resplandece en Cristo, en la Virgen María y en los santos. La pedagogía cristiana enseña que la luz no combate la oscuridad con miedo, sino con amor. Y allí donde el mal se disfraza de diversión, el testimonio de los santos desenmascara su mentira.

Elegir entre el infierno o el cielo

Halloween no es solo una fiesta, es un signo de los tiempos: una sociedad que ríe ante el demonio mientras se avergüenza de hablar de Dios. Pero el alma humana no puede vivir sin luz. El católico está llamado a elegir: ¿festejar la noche del horror o celebrar la comunión de los santos que nos preceden en la gloria?

Como enseña el Evangelio, no se puede servir a dos señores. La Iglesia no necesita adaptarse a las modas del mundo, sino recordar que la santidad es la verdadera alegría y que la fiesta de Todos los Santos es el triunfo de la luz sobre las tinieblas.

Frente a Halloween, el cristiano no se encierra ni se escandaliza: responde con belleza, oración y adoración. Porque en un mundo que celebra la oscuridad, la misión de la Iglesia es encender la luz.