Sodalicio, Yunque y Opus

Sodalicio, Yunque y Opus

Hay una especie de reflejo pavloviano que se activa cada vez que InfoVaticana publica algo que incomoda a algún poderoso. No falla. Si criticamos a un obispo que vive como un emir, somos del Yunque. Si denunciamos a un político con cilicio mental, somos del Opus. Y si destapamos un escándalo clerical en Latinoamérica, claro, somos del Sodalicio.
Qué práctico, ¿no? Así no hay que pensar. Basta con sacar el comodín adecuado y listo: el problema no es el hecho denunciado, sino quién lo cuenta.

Nos hemos convertido, para algunos, en una especie de espejo maldito. En vez de mirarse y preguntarse por qué les molesta lo que leen, prefieren acusarnos de formar parte de alguna organización secreta o turbadora, según el gusto del día. Y mientras tanto, el fondo de la cuestión —que suele ser grave, documentado y real— queda en segundo plano. Total, es más fácil gritar ¡Yunque! que leer.

Tres fantasmas por el precio de uno

Nos hace cierta gracia porque, si uno se toma la molestia de repasar nuestras publicaciones, descubrirá que hemos publicado cosas que no gustaron ni al Yunque, ni al Opus, ni al Sodalicio. A los tres los hemos incomodado, y probablemente volveremos a hacerlo. No por deporte ni por odio, sino porque no somos de nadie (terrenal).

A decir verdad, esas tres instituciones nos dan bastante igual. Ni las odiamos ni las veneramos. Simplemente existen, como tantas realidades eclesiales, con sus luces y sus sombras. Pero parece que para demostrar que no pertenecemos a ellas, tendremos que criticarlas más a menudo, no sea que alguien crea que recibimos órdenes cifradas desde una sacristía clandestina.

La obsesión por encontrar intereses ocultos

Algunos viven convencidos de que detrás de cada noticia crítica hay una mano invisible, una conspiración, un interés espurio. Si hablamos de abusos, debe ser porque alguien nos paga. Si denunciamos a un obispo, seguro que queremos favorecer a otro. Si publicamos documentos internos, evidentemente es porque pertenecemos a no sé qué logia o prelatura.

Pues no. Lo que hay detrás de InfoVaticana es mucho más prosaico y, a la vez, más subversivo: el deseo de contar la verdad. De decir lo que otros callan. De recordar que la Iglesia no es propiedad de quienes la administran, sino de Cristo. Y de denunciar a quienes la usan para su beneficio personal o, peor aún, para someterla a agendas humanas completamente ajenas a su misión.

Eso es todo. No hay túnicas, ni rituales secretos, ni contraseñas. Hay periodistas. Y documentos. Y verdades incómodas.

La incomodidad como termómetro

En el fondo, que nos acusen de ser del Yunque, del Opus o del Sodalicio es un elogio involuntario. Significa que seguimos siendo incómodos. Que no estamos al servicio de nadie más que de la verdad. Que no nos hemos apuntado al club del incienso mediático donde se perfuman los errores para que huelan a obediencia.

A veces parece que para algunos, un medio católico bueno es aquel que no molesta a nadie. Que calla cuando toca, sonríe cuando mandan y se limita a repetir notas de prensa episcopales con olor a naftalina. Pues no. Nosotros no nacimos para eso.

Una súplica final (aunque no servirá de mucho)

Nos gustaría pedir, con toda la ironía del mundo, que la próxima vez que alguien quiera discutir una publicación nuestra, lo haga sobre lo publicado. No sobre quién creen que somos. No sobre si tenemos un carnet invisible de alguna organización. No sobre si rezamos con cilicio o con guitarra.

Discutan los hechos, los datos, los documentos. Porque ahí es donde está la verdad.
Y si la verdad duele —que suele doler—, no la curen con etiquetas, sino con conversión.