O elefante na sacristia

ChatGPT Image 11 oct 2025, 11_16_56

Hay un elefante en la habitación. En la eclesial, concretamente. Es grande, se mueve despacio y lo ocupa casi todo, pero nadie parece verlo. Los que mandan miran al techo, los que obedecen miran al suelo, y los fieles se preguntan por qué cada vez huele más raro el incienso.

Algunos creen que el elefante ocupa el 20 % de la habitación. Otros, más pesimistas, hablan del 50 %. Pero los que realmente han paseado por la sacristía, los que han visto cómo se mueve, cómo respira y qué deja a su paso, aseguran que ya llega al 80 %.

Y lo peor no es el tamaño. Lo peor es el silencio.


Todos lo ven, pero nadie dice nada

El elefante está en los seminarios, en los despachos, en las conferencias episcopales, en el Vaticano, en los sínodos y en algunas homilías, aunque en esas se disfraza de inclusión, escucha y diversidad.

No se le puede nombrar. No hay documento, ni nota, ni conferencia sobre él. Se le rinde culto sin mencionarlo. El que lo apunta con el dedo es el que acaba fuera, señalado como intolerante, rígido o falto de caridad.

Mientras tanto, el elefante sigue creciendo. Come silencio, se alimenta de miedo y engorda con el incienso. Se pasea entre los altares con la tranquilidad de quien sabe que nadie va a molestarlo.


La pastoral del disimulo

En vez de enfrentarlo, la Iglesia ha desarrollado toda una pastoral del disimulo.

No se habla claro porque podría escandalizar. No se corrige porque no es el momento. No se actúa porque Dios sabrá.

Así, los que deberían pastorear almas se dedican a cuidar apariencias. Y la palabra valentía ha desaparecido del vocabulario eclesial, sustituida por prudencia, que en realidad significa miedo con alzacuellos.


Lo más triste es la normalidad con la que se ha aceptado el elefante. Está ahí, se le ve, se le huele, se le oye, pero nadie reacciona. Algunos incluso lo defienden: Siempre ha estado, dicen. Otros prefieren no saber.

Pero la realidad es que el elefante se ha vuelto el verdadero patrón de conducta, el criterio no escrito de promoción, el filtro invisible para ascender.

Y claro, cuando el elefante decide quién sube y quién calla, no hay reforma posible.


Hasta que alguien hable

Algún día alguien lo nombrará. Y entonces veremos cómo muchos, que hoy aplauden su sombra, dirán que siempre lo vieron venir.

Pero mientras tanto, el animal sigue ahí, inmenso, solemne y perfectamente integrado en la decoración litúrgica.

El problema no es el elefante. El problema es que ya no queda nadie con valor para decir que está ahí.