La mañana de este jueves 20 de noviembre, fecha en la que la Iglesia de México celebra el 20 aniversario de la beatificación de Anacleto González Flores, patrono de los laicos, y compañeros mártires de la guerra cristera, la Conferencia del Episcopado Mexicano anunció que León XIV aceptó la renuncia, al haber llegado al límite de la edad canónica, del X obispo de Zamora, Javier Navarro Rodríguez, al gobierno pastoral de la diócesis de Zamora y, en su lugar, ha nombrado como undécimo obispo a Joel Ocampo Gorostieta, hasta ahora titular de la diócesis de Ciudad Altamirano, en Guerrero.
El traslado del nuevo pastor representa un relevo generacional en una sede episcopal con profunda raigambre histórica y un presente marcado por desafíos pastorales en el corazón del Bajío michoacano.
Joel Ocampo Gorostieta, nacido el 21 de agosto de 1963 en Paso de Tierra Caliente de Melchor Ocampo, municipio de Tuzantla, en el oriente de Michoacán, proviene de una región marcada por la devoción popular y las dificultades sociales.
Realizó sus estudios iniciales en escuelas de inspiración cristiana e ingresó al seminario menor en 1978. Posteriormente, cursó filosofía y teología en el Seminario Mayor de Tacámbaro donde recibió la ordenación sacerdotal en 1989 de manos del entonces pastor de esa diócesis, Alberto Suárez Inda.
Durante sus primeros años como presbítero, se desempeñó en diversas parroquias de Tacámbaro, destacando especialmente como párroco de Nuestra Señora de Guadalupe en Benito Juárez donde impulsó una pastoral cercana a las familias y a las comunidades rurales.
En abril de 2019, el Papa Francisco lo nombró obispo de Ciudad Altamirano, diócesis erigida en 1964 y caracterizada por contextos de violencia y pobreza extrema en la Tierra Caliente guerrerense. Allí, Ocampo Gorostieta ha sido reconocido por su labor territorial, su cercanía con los fieles en zonas de riesgo y su énfasis en la promoción de la paz y la reconciliación, incluso en medio de la pandemia de COVID-19, que golpeó duramente a su familia y a su grey.
La diócesis de Zamora, una de las más antiguas del occidente mexicano, remonta sus orígenes al turbulento siglo XIX. El 26 de enero de 1863, el Papa Pío IX firmó la bula “In Celsissima Militantis Ecclesiae”, erigiendo la nueva circunscripción eclesiástica como respuesta a las peticiones de obispos mexicanos desterrados en Roma, entre ellos Clemente de Jesús Munguía, obispo de Michoacán. Aquella vasta diócesis, fundada en el siglo XVI con sede inicial en Tzintzuntzan y luego trasladada a Morelia, enfrentaba serias dificultades geográficas, económicas y de seguridad, agravadas por las Leyes de Reforma y el exilio de prelados ordenado por Benito Juárez entre 1861 y 1862. La nueva diócesis se configuró con decenas de parroquias que abarcaban gran parte del actual Michoacán occidental, desde Zamora hasta Apatzingán, Uruapan y cotos limítrofes con Jalisco y el Pacífico, quedando sufragánea de la Arquidiócesis de Michoacán.
El primer obispo, José Antonio de la Peña y Navarro, tomó posesión en 1864 en medio de la inestabilidad política del Segundo Imperio mexicano, consagrándose en la Colegiata de Guadalupe y llegando definitivamente a Zamora en 1865. Le sucedieron pastores que enfrentaron épocas convulsas: José María Cázares y Martínez (1878-1909), promotor de la doctrina social católica; José Othón Núñez Zárate (1910-1922), quien vivió los albores de la Revolución Mexicana; y Manuel Fulcheri Pietrasanta (1922-1946), testigo de la persecución cristera que azotó con particular virulencia el territorio zamorano.
Durante la Guerra Cristera, la diócesis vio mártires, sacerdotes ocultos y seminaristas exiliados, mientras se organizaban círculos obreros inspirados en “Rerum Novarum”. Tras la reorganizació posterior, obispos como José Gabriel Anaya Diez de Bonilla, José Salazar López —futuro cardenal arzobispo de Guadalajara— y Adolfo Hernández Hurtado guiaron la etapa conciliar del Vaticano II.
En las décadas posteriores, la diócesis experimentó divisiones territoriales para crear nuevas sedes como Tacámbaro, Apatzingán y Lázaro Cárdenas, cediendo parroquias sureñas pero incorporando otras como Tanhuato y Yurécuaro. Hoy cuenta con 140 parroquias y cuasiparroquias, un seminario propio y una vitalidad manifestada en santuarios marianos y una fuerte tradición de piedad popular. Los últimos obispos —José Esaúl Robles Jiménez, Carlos Suárez Cázares y Javier Navarro Rodríguez, quien pastoreó desde 2007 hasta su renuncia por límite de edad— han impulsado la sinodalidad, la atención a migrantes y la formación laical.
Con la llegada de monseñor Ocampo Gorostieta, undécimo en la sucesión apostólica zamorana, se abre un capítulo de continuidad y renovación. La Conferencia del Episcopado Mexicano ha expresado su alegría y ha invitado a orar por el nuevo obispo, deseándole un ministerio fecundo. ¡Enhorabuena!
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