En la solemnidad de Cristo Rey del Universo, la Iglesia universal eleva su mirada al Señor que reina no con cetro de poder terrenal, sino con la cruz como diadema y el amor como ley suprema. Esta festividad, instituida por Pío XI en 1925 para afirmar la soberanía de Cristo sobre las naciones en tiempos de totalitarismos, adquiere en 2025 una resonancia profética. Coincide con el Año Jubilar dedicado a Cristo, esperanza de los pueblos y la promulgación de la Carta Apostólica In Unitate Fidei de León XIV, un documento que conmemora el 1700 aniversario del Concilio de Nicea (325).
En esta carta, el Pontífice no solo evoca la fe nicena como baluarte contra herejías, sino que interpela a una Iglesia tentada por la tibieza doctrinal. Es un llamado urgente a redescubrir la unidad de la fe en un mundo donde la confusión reina y los falsos irenismos diluyen el Evangelio en un relativismo insulso para hacer de la fe, un cómodo refugio de tibiezas.
La carta, fechada precisamente el 23 de noviembre, se inscribe en el corazón de la liturgia de Cristo Rey. León XIV recuerda que Jesucristo, «Hijo único de Dios, consustancial al Padre», es el centro de nuestra profesión de fe, tal como lo definió Nicea contra el arrianismo que reducía al Verbo a un mero profeta. «Siendo Dios se hizo hombre para divinizarnos a nosotros», cita el Papa a san Atanasio, subrayando la encarnación como revelación de un Dios prójimo, no distante.
En este Año Santo, Cristo Rey se presenta como esperanza viva: «Lo que hayamos hecho al más pequeño de estos, se lo hemos hecho a Cristo». Es un reinado exigente, que interpela a los marginados de la sociedad globalizada –pobres, migrantes, víctimas de guerras– y denuncia la indiferencia cristiana como traición al Evangelio. La festividad, así, no es mera conmemoración, sino catequesis viva: Cristo no es un rey simbólico, sino el Juez que separa el trigo de la cizaña, recordándonos que su reino «no es de este mundo», pero transforma este mundo con justicia y misericordia.
Sin embargo, In Unitate Fidei trasciende la celebración para ofrecer una crítica acerada a la actual confusión sobre el sentido de la fe. León XIV diagnostica con lucidez la «pérdida de significado de Dios en la vida moderna», atribuida en gran medida a los propios cristianos que, con estilos de vida mundanos, ocultan el rostro misericordioso del Padre. «¿Qué significa Dios para mí? ¿Es el único Señor de la vida, o hay ídolos más importantes?», pregunta el Papa, invitando a un examen de conciencia que desnuda los falsos dioses: el dinero, el poder, el placer efímero.
En un contexto de secularismo rampante, donde la fe se reduce a sentimiento subjetivo o activismo social descafeinado, esta carta denuncia la explotación de la creación –nuestra «casa común»– y los abusos cometidos en nombre de un Dios vengador, en lugar de viviente y liberador. La confusión no es solo externa: infiltra las venas de la Iglesia, donde el «sensus fidei» del Pueblo de Dios se adormece ante verdades eternas diluidas en modas pasajeras.
Aquí radica la crítica más punzante: los falsos irenismos ecuménicos. León XIV promueve un ecumenismo «orientado al futuro», inspirado en el Vaticano II y Ut Unum Sint, que une a los cristianos en el Credo niceno como profesión común: «¡Realmente lo que nos une es mucho más de lo que nos divide!».
Los mártires de todas las tradiciones, testigos de la fe en la sangre, son el vínculo auténtico de unidad. Pero advierte contra un irenismo superficial, que sacrifica la verdad por una paz ilusoria. En Nicea, la Iglesia no buscó consensos tibios, sino defendió la divinidad de Cristo contra herejías que lo humanizaban a medias. Hoy, en diálogos ecuménicos que priorizan el «diálogo por el diálogo», corremos el riesgo de un sincretismo que ignora divisiones doctrinales reales –eucaristía, ministerio, mariología– y reduce la unidad a gestos simbólicos.
Este falso irenismo, disfrazado de caridad, fomenta una «unidad en la diversidad» que borra contornos, como si la Trinidad fuera un collage relativista en vez de misterio de amor coherente. León XIV llama a la paciencia, la escucha y la conversión espiritual, pero anclada en la oración común al Espíritu Santo, no en compromisos que traicionan el depósito de la fe.
En esta fiesta de Cristo Rey, In Unitate Fidei nos convoca a un ecumenismo valiente: reconciliación que enriquece dones mutuos sin renunciar a la verdad. «Ven, Espíritu Santo, con tu fuego de gracia, a reavivar nuestra fe», suplica el Papa. Frente a un mundo dividido por odios y desigualdades, la Iglesia debe testimoniar un reino donde la fe no es confusa niebla, sino luz clara que ilumina naciones. Que este Jubileo nos impulse a custodiar el Credo como espada de dos filos: cortando ídolos y uniendo corazones en la única verdad que salva, el único antídoto contra la confusión eclesial, Cristo Rey del Universo.
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