Así presenta el tiempo de Adviento el misalito de 1947: “El periodo preparatorio de la gran fiesta de Navidad se llama Adviento, de la palabra latina Ad-ventus = venida, y consta de cuatro domingos (no siempre semanas) en memoria de los cuatro mil años en que los Patriarcas y Profetas suspiraron por la llegada del Mesías. Empieza el domingo más próximo a la fiesta de San Andrés (30 de noviembre) y termina la víspera de Navidad. El origen de una preparación litúrgica para Navidad se remonta al siglo V, y en la liturgia nestoriana (s. VI) se halla ya con cuatro domingos. Luego, en el siglo VIII, se extiende a la Iglesia romana.
Desde el siglo VII se le dio un carácter austero y penitencial, llamándose “Cuaresma de Navidad”. Muchos ayunaban diariamente, y en los altares se cubrían las sagradas imágenes, como ahora en tiempo de Pasión. De este carácter queda la supresión de las flores en el altar, del Gloria y del Te-Deum, el color morado de los ornamentos, el silencio del órgano, etc.
El Adviento se halla siempre aureolado con una expectación dulce y misteriosa, como la de una Madre que presiente en su seno al fruto de sus entrañas. De ahí sus voces de júbilo, entremezclados con suspiros, anhelos y esperanzas e invitaciones a la penitencia, recogimiento y oración, como medios adecuados para recibir en nuestra alma la nueva Venida del Señor. No turbemos, pues, con nuestras liviandades y disipación el coloquio interno de la Madre con su Divino Hijo. Apostados en silencio y oración espiemos la grandiosa escena que va a desarrollarse ante nuestros ojos en este ciclo de Navidad”.
La sabiduría de la Iglesia es bella además de buena, porque está inspirada por el Espíritu Santo y desarrollada a lo largo de los siglos. Qué maravilloso y sencillo es volver a vivir el Adviento con estos antiguos libros que nos muestran esa sabiduría perenne, que no pasa, que es siempre actual, como Dios y todo lo que se refiere a Él. Más que buscar novedades e innovaciones, lo católico se fundamenta en la estabilidad y, frente a las deformaciones, en la restauración. Matthew Plese desarrolla en un artículo publicado en Adviento de 2021 estas líneas del misalito tradicional, que será interesante orar para intentar vivir, con ayuda de la tradición de la Iglesia, un Adviento que prepare nuestro corazón a la venida del Señor.
Benedicto XVI decía que la Iglesia vive del pasado, en el presente y hacia el futuro, porque, como se preguntaba el cardenal Sarah, ¿qué queda de la Iglesia si no está vinculada a su tradición? ¿No es precioso pensar en los millones de católicos que han vivido así el Adviento, iluminados por la sabiduría de la Iglesia? Un lento desarrollo que se inicia en el siglo IV ó V y alcanza en Roma una forma ya definida entre los siglos VI y VII. Durante tres cuartas partes de su historia, la Iglesia militante ha guiado a sus fieles por este camino, produciendo abundantes frutos de santidad.
Cuando Dom Prosper Guéranger escribió sobre la historia del Adviento, señaló expresamente cómo “el nombre Adviento se aplica, en la Iglesia latina, al período del año durante el cual la Iglesia exige a los fieles que se preparen para la celebración de la fiesta de Navidad, el aniversario del nacimiento de Jesucristo. El misterio de ese gran día tenía todo el derecho a ser honrado con la preparación mediante la oración y las obras de penitencia”. El Adviento es pues un tiempo de preparación para el nacimiento de nuestro Salvador, mediante obras de penitencia, vivido mediante una serie de oficios eclesiásticos elaborados con el mismo propósito.
Para ayudar a esta provechosa vivencia del Adviento, Plese, en su mencionado artículo, recuerda algunas costumbres litúrgicas y domésticas tradicionales de Adviento que recomienda recuperar. No por nostalgia, sino por fidelidad a la enseñanza perenne de la Iglesia, porque, “en una sociedad que se apresura a celebrar la Navidad y oscurece toda penitencia y preparación, mantener estas costumbres nos ayudará a conservar las verdaderas prácticas católicas, permitiéndonos hacer la penitencia adecuada ahora, antes de celebrar desde el 25 de diciembre hasta el 2 de febrero”.
La Iglesia enseña que la oración litúrgica es superior a la personal, de ahí la importancia de la asistencia frecuente a Misa y de orar la Palabra proclamada en la Misa de este tiempo fuerte de Adviento, según la antigua práctica de la Lectio Divina. Y estar atentos a orar con un verdadero tesoro: las antífonas de la O, una serie de antífonas al Magnificat que se rezan como parte de las vísperas (oración vespertina) del 17 al 23 de diciembre, ambos inclusive. Cada uno de los títulos de las Antífonas O se dirige a Jesús con un título especial dado al Mesías y hace referencia a una profecía del profeta Isaías. Se desconoce cuándo comenzaron las Antífonas O, sin embargo, se mencionan ya en el siglo IV d. C.
Como tiempo penitencial que es, el ayuno y la abstinencia son importantes en Adviento. A este respecto, totalmente olvidado en la Iglesia actual, explica Matthew Plese en otro artículo cómo “el Catecismo de la Liturgia describe el ayuno previo a la Navidad: «En un pasaje de la Historia de los francos de San Gregorio de Tours, encontramos que San Perpetuo, uno de sus predecesores en la sede, había decretado en el año 480 d. C. que los fieles debían ayunar tres veces por semana (lunes, miércoles y viernes) desde la fiesta de San Martín (11 de noviembre) hasta Navidad… Este período se llamaba Cuaresma de San Martín y su fiesta se celebraba con el mismo tipo de alegría que el Carnaval». Según los registros históricos, el Adviento se llamaba originalmente Quadragesimal Sancti Martini (Cuaresma de cuarenta días de San Martín). También se prohibió el consumo de carne todos los días durante el Adviento”. Con altibajos, la práctica se extendió por la Cristiandad europea con el paso del tiempo, a veces olvidada, y otras, restaurada. En la época de San Carlos Borromeo, por ejemplo, en el siglo XVI, el santo instó a los fieles a su cargo en Milán a observar el ayuno y la abstinencia los lunes, miércoles y viernes de Adviento.
Aún más cerca de nuestros tiempos modernos, los vestigios de la Cuaresma de San Martín permanecieron en el rito romano durante el siglo XIX, cuando en algunos países se siguió imponiendo el ayuno los miércoles y viernes de Adviento.
En Estados Unidos, se mantuvo el ayuno los miércoles y viernes de Adviento, como era la práctica universal de la Iglesia, hasta 1840, cuando se abrogó el ayuno de los miércoles de Adviento para los estadounidenses. El ayuno de los viernes de Adviento fue abrogado en 1917 en Estados Unidos y en el extranjero con la promulgación del Código de Derecho Canónico de 1917. El Código eliminó igualmente los miércoles de Adviento para todas las localidades que seguían exigiéndolos, así como los sábados de Adviento que se mantenían en otros lugares, como en Italia.
Pero incluso los intentos de mantener elementos del ayuno de Adviento entre los siglos XVII y XX eran sombras de la Cuaresma de San Martín. De hecho, la Iglesia seguía animando a la gente a mantener la venerable disciplina de la Cuaresma de San Martín, aunque no fuera obligatoria bajo pena de pecado. Este hecho se expresa con convicción en el Catecismo de la Perseverancia:
«La Iglesia no descuida ningún medio para reavivar en sus hijos el fervor de sus antepasados. ¿No es justo? ¿Acaso el pequeño Niño que esperamos es menos hermoso, menos santo, menos digno de nuestro amor ahora que antes? ¿Ha dejado de ser el Amigo de los corazones puros? ¿Es menos necesaria su venida a nuestras almas? ¡Ay! Quizás hemos levantado allí todos los ídolos que, hace dieciocho siglos, Él vino a derribar. Seamos, pues, más sabios. Entremos en la perspectiva de la Iglesia: consideremos cómo esta tierna madre redobla su solicitud para formar en nosotros aquellas disposiciones de penitencia y caridad que son necesarias para una recepción adecuada del Niño de Belén».
Hoy, Occidente ha olvidado definitivamente su ayuno de Adviento, asevera Plese: “El ayuno de Adviento, observado durante mucho tiempo en anticipación del nacimiento de Nuestro Señor, había cesado, aunque se mantuvieron el ayuno de los días de témporas de Adviento, la vigilia de la Inmaculada Concepción y la Nochebuena. Sin embargo, en la época del Concilio Vaticano II, incluso estos venerables ayunos fueron suprimidos”. A pesar de ser uno de los días más sagrados del año, la Navidad había dejado de prepararse con ningún tipo de ayuno. Y poco después, el mundo secular, insistiendo en el materialismo, convirtió el Adviento en Navidad. Las fiestas navideñas, los intercambios de regalos y los gastos excesivos de los consumidores han tenido lugar durante el tiempo en que nuestros antepasados se preparaban diligentemente para el nacimiento del Redentor observando un ayuno. ¡Cuánto nos hemos alejado de los tiempos de San Martín!”
Por eso, Plese recomienda, “por encima de todo, al acercarnos al Adviento de este año y esperar la celebración de la Natividad de Cristo, acojamos el ayuno”. Ayunar los miércoles y viernes durante este tiempo es preferible a no ayunar en absoluto, aunque este ayuno mitigado es solo un vestigio del verdadero ayuno de Adviento. Esfuércese por mantener al menos los lunes, miércoles y viernes desde el día de San Martín como días de ayuno. Si desean hacer más, mantengan los cuarenta días como días de ayuno. De hecho, como señaló San Francisco de Sales: «Si son capaces de ayunar, harán bien en observar algunos días más allá de los ordenados por la Iglesia». Los martes, jueves y sábados serían apropiados para observar como días de abstinencia sin ayuno. Los sábados son, por separado, un día apropiado para ayunar en honor a Nuestra Señora”.
Plese señala también la importancia de mantener el ayuno en la Vigilia de la Inmaculada Concepción – aplicable para quienes viven litúrgicamente según el Misal de 1962, en que la Vigilia es un día propio, y no solamente una Misa vespertina y un tiempo de adoración nocturna – y los días de témporas deben seguir observándose. Es importante detenerse un momento a tratar sobre las témporas. Señala Plese que, “aunque la observancia de los días de Témporas ya no se menciona en el catolicismo mayoritario tras los cambios introducidos en la década de 1960 en relación con el ayuno, los fieles pueden, y deben, seguir observándolos. Los días de témporas se reservan para rezar y dar gracias por una buena cosecha y las bendiciones de Dios. Si goza de buena salud, ayune el miércoles, viernes y sábado inmediatamente posteriores a la fiesta de Santa Lucía, el 13 de diciembre”.
También existía tradicionalmente ayuno en el último día de adviento, el día de Nochebuena; ayuno para los mayores de 21 a 60 años y abstinencia (para los mayores de 7 años), siguiendo los requisitos tradicionales. “La Nochebuena ha sido una vigilia de ayuno y abstinencia durante siglos” – dice Plese, y continúa-: Lamentablemente, esta vigilia dejó de ser un día de ayuno en la Iglesia católica moderna tras los cambios de 1966. Sin embargo, los católicos tradicionales siguen manteniendo este día como día de ayuno y abstinencia, tal y como hicieron nuestros antepasados en la fe durante siglos. No obstante, con una única excepción, la Iglesia ha permitido durante siglos una doble colación en este día de ayuno en particular, debido a que se trata de un ´ayuno alegre´. Esto subraya los sentimientos de alegría que deben impregnar el hogar católico en este último día de Adviento”.
Resulta paradójico hoy día ver a los tele-predicadores neoconservadores (también conocidos como “misioneros digitales”) anunciar metodologías innovadoras para vivir el Adviento, todas desarraigadas de la tradición, importadas del mundo y del emotivismo protestante. Me pregunto, empero, por muy jóvenes que sean, cómo no se preguntan si no será más juicioso y prudente vivir este tiempo litúrgico con las probadas herramientas que la Iglesia ha proporcionado a sus hijos durante siglos; y por qué ninguna autoridad en la Iglesia practica con ellos la importante obra de misericordia de enseñarles lo que no saben, en lugar de mirar a otro lado y permitir que ciegos guíen a otros ciegos, hacia el precipicio. Glorificar a Dios como Él quiere y la salvación de las almas están en juego.
Nota: Los artículos publicados como Tribuna expresan exclusivamente la opinión de sus autores y no representan necesariamente la línea editorial de Infovaticana, que ofrece este espacio como foro de reflexión y diálogo.
Aiuta Infovaticana a continuare a informare
