Canada: 90.000 morti per eutanasia in nome della «compassione»

Canada: 90.000 morti per eutanasia in nome della «compassione»

Canadá ha traspasado una barrera estremecedora: desde la legalización de la eutanasia, el país ha registrado más de 90.000 muertes provocadas bajo el programa Medical Assistance in Dying (MAID). Según informó el medio LifeNews el 14 de octubre de 2025, en 2024 se practicaron unas 16.500 eutanasias, lo que equivale a un 5 % de todas las defunciones en el país. En 2023 fueron poco más de 15.000, lo que muestra un aumento constante.

Lo que en un inicio se justificaba como una medida extrema para pacientes terminales en situaciones insoportables, hoy se ha convertido en una práctica habitual. En provincias como Ontario y Columbia Británica, las cifras crecen año tras año. Solo en la primera mitad de 2025, Ontario reportó 2.551 casos, mientras que Columbia Británica superó los 3.000 en 2024, con un incremento del 8 % respecto al año anterior.

El argumento de la fragilidad y la máscara de la compasión

Es particularmente polémico que se use la palabra fragilidad como justificación para aprobar muertes asistidas. En Columbia Británica, un 35 % de las autorizaciones se encuadraron en otras condiciones, de las cuales casi dos tercios correspondían simplemente a la fragilidad de los pacientes. La fragilidad, sin embargo, no es una enfermedad terminal, sino una condición ligada a la edad o a la salud general. Convertirla en motivo suficiente para provocar la muerte supone cruzar una línea ética peligrosa.

El discurso oficial habla de autonomía y compasión, pero los hechos muestran otra cara. Al ofrecer la eutanasia como opción legal y rápida, el Estado corre el riesgo de relegar los cuidados paliativos y transmitir a los enfermos y ancianos el mensaje implícito de que su vida es costosa, inútil o prescindible. La verdadera compasión no elimina al que sufre, sino que lo acompaña en su dolor con amor y cuidado.

Los más vulnerables bajo presión

Los ancianos, los discapacitados, los enfermos crónicos: todos ellos son especialmente vulnerables a la presión cultural e institucional que normaliza la eutanasia. Lo que se presenta como una decisión libre puede estar marcada por el miedo a ser una carga para la familia o por la falta de recursos para cuidados dignos. En ese contexto, la libertad se convierte en un espejismo.

Lo que Canadá presenta como progreso humano puede ser, en realidad, el rostro más crudo de la cultura del descarte. La sociedad no necesita más protocolos para administrar la muerte, sino un compromiso renovado con la vida en todas sus etapas. Nadie debería ser empujado a pedir la eutanasia porque se siente solo, frágil o una carga. El verdadero desafío es recuperar el sentido de la dignidad humana y garantizar cuidados que acompañen, no que eliminen.

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