Hay preguntas que se responden solas, pero conviene formularlas en voz alta:
¿Qué interés puede tener El País en proteger la imagen de un Papa?
No lo hizo con Benedicto XVI, al que convirtió en villano de cada titular. Tampoco con san Juan Pablo II, al que aún hoy le buscan sombras donde solo hay luz. Pero con León XIV —antes Robert Prevost— el celo informativo se transforma en ternura pastoral. De pronto, el diario de Prisa se preocupa por limpiar su imagen, reinterpretar testimonios de víctimas y publicar titulares que suenan más a comunicado episcopal que a periodismo independiente.
El caso roza lo grotesco. El País entrevista durante dos horas a una víctima de abusos del sacerdote “Lute”, en Chiclayo, y luego publica una versión que convierte sus críticas al obispo Prevost en una especie de elogio. Cuando la víctima —Ana María Quispe— exige su derecho de rectificación, el diario simplemente… no lo publica. Ni disculpa, ni aclaración, ni vergüenza.
De la defensa de los abusados a la defensa del abusador
El País, el mismo que durante años se presentó como abanderado contra los abusos clericales, se permite ahora manipular el testimonio de una víctima para exonerar al superior que gestionó el caso con “deficiencias graves”, según la propia afectada. Es decir: se ha pasado de denunciar los abusos a encubrir los encubrimientos. Todo un giro editorial digno de estudio en las facultades de periodismo… o de psiquiatría.
Porque, ¿qué mueve a un medio progresista a manipular a una víctima de pederastia para salvar la cara a un Papa?
¿Qué tipo de agenda común puede unir a El País y a Robert Prevost, hoy León XIV, para que la víctima deje de ser víctima y el victimario institucional pase a ser mártir de una conspiración imaginaria?
Periodismo militante con sotana ajena
Nadie imagina a El País reescribiendo las declaraciones de las víctimas de Maciel para favorecer a Sodano. Ni omitiendo una rectificación que lo desacredita. Y sin embargo, lo ha hecho con Prevost. Un “papa progresista”, afín a los círculos ideológicos con los que el diario comulga desde hace décadas. Un Papa que encaja en su molde de Iglesia sin dogma, sin moral y sin pasado.
Por eso no sorprende: El País no está defendiendo al Papa, sino a su propia proyección de lo que un Papa debería ser. En el camino, eso sí, se lleva por delante a una mujer que sufrió abusos y que tiene que volver a pelear para que su verdad no sea manipulada por los mismos que dicen hablar “en nombre de las víctimas”.
El País ha pasado de denunciar a los abusadores a proteger al Papa de la acusacion de encubrimiento. Y lo ha hecho sacrificando, una vez más, a una víctima.
Qué papelón.
