«Have Your Best Baby» : La nouvelle publicité dans le métro de New York qui propose des enfants à la carte

«Have Your Best Baby» : La nouvelle publicité dans le métro de New York qui propose des enfants à la carte

Desde el pasado 17 de noviembre, la empresa biotecnológica Nucleus Genomics ha empapelado Nueva York con el eslogan: Have Your Best Baby (Ten tu mejor bebé). Bajo esta llamativa consigna, promete la nueva forma de traer a casa a tu bebé, presentando al futuro hijo como un producto mejorable a demanda. La campaña publicitaria presenta este servicio como algo clínico, avanzado y basado en datos, pero con una experiencia de usuario casi lúdica. Para una generación acostumbrada a personalizar todo –desde algoritmos de compra hasta planes de dieta–, la idea de diseñar un bebé resulta tan llamativa como perturbadora.

-1% de riesgo de alzheimer,  -9% de riesgo de diabetes tipo 2, +4% de ganar centímetros de altura… «la longevidad comienza al nacer». La startup ofrece una especie de cuestionario interactivo de embriones, permitiendo a los futuros padres seleccionar preferencias para su hijo: color de ojos, estatura, coeficiente intelectual aproximado, e incluso nivel de riesgo de enfermedades como cáncer o diabetes. Con más de 2.000 combinaciones posibles, el sistema analiza embriones obtenidos por fecundación in vitro (FIV) y predice cuál se acercaría más al perfil ideal deseado. Vamos, que es como mandar a hacer un niño a la carta.

Además, Nucleus ha desarrollado su propia IA: Origin. Se trata de una inteligencia artificial desarrollada y entrenada con 1,5 millones de genomas y más de 7 millones de marcadores genéticos que marca un nuevo capítulo en el campo de la eugenesia. Su promesa: predecir la longevidad y enfermedades de un ser humano antes incluso de que nazca, a partir del análisis del ADN embrionario. Aunque se presenta como un avance al servicio de la salud generacional, lo cierto es que traslada la selección humana a una fase previa a la existencia, normalizando la idea de descartar vidas por no cumplir expectativas estadísticas.

Esta propuesta de optimización genética trata a los niños como mercancías comercializables normalizando la idea de que algunos bebés podrían ser mejores que otros por haber sido genéticamente seleccionados. Lo que se presenta como preocupación por la salud desvela una búsqueda de superioridad: elegir no solo un hijo sano, sino el más inteligente, el más alto, el más perfecto. Estamos, en definitiva, ante una nueva forma de eugenesia soft, maquillada de high-tech y marketing, pero eugenesia al fin y al cabo.

Dignitas Personae: la voz del magisterio

La Iglesia Católica ha venido denunciando con firmeza esta deriva. Ya en 2008, la instrucción Dignitas Personae del Vaticano alertaba sobre el Diagnóstico Genético Preimplantatorio (DGP) –precisamente la técnica que propone Nucleus–. Este diagnóstico, necesario para prever las características del embrión antes de implantarlo, va siempre ligado a la fecundación artificial, una práctica intrínsecamente ilícita en sí misma según la moral.

¿Y con qué fin se realiza el DGP? Básicamente, para seleccionar solo embriones sin defectos o con los rasgos deseados, descartando los demás. Dignitas Personae califica este proceder como una forma de selección cualitativa con destrucción de embriones, que equivale a un aborto precoz.

Esta triste realidad, a menudo silenciada, es del todo deplorable, en cuánto «las distintas técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas al servicio de la vida y que son practicadas no pocas veces con esta intención, en realidad dan pie a nuevos atentados contra la vida». (Dignitas Personae, 15)

¿Qué supone todo esto para nuestra sociedad?

Sin duda, una pérdida del sentido de la paternidad y la maternidad como pilares humanos. La familia deja de ser el santuario donde la vida es bien recibida por sí misma, para convertirse en el último eslabón de una cadena de montaje biotecnológica. La cultura que podría emerger de prácticas así es una en la que los hijos no se conciben, sino que se producen; no se aceptan, sino que se eligen. Es la negación misma de la paternidad entendida como servicio amoroso a la vida, sustituyéndola por una pseudo-paternidad de laboratorio regida por cálculos de probabilidad genética.

Desde una óptica cristiana —y, diríamos, simplemente humana—, esto supone un empobrecimiento dramático: padres e hijos ya no se relacionarían principalmente a través del amor incondicional, sino a través de expectativas predeterminadas y condiciones previas. El hijo perfecto así obtenido corre el riesgo de no ser amado por sí mismo, sino por las cualidades que satisface, lo cual introduce una grave distorsión en la vivencia del amor familiar. Y, paradójicamente, esta obsesión por controlar y perfeccionar podría generar más frustración e injusticia: ¿qué ocurrirá si el bebé óptimo no cumple de adulto las expectativas proyectadas? ¿Quién cargará con la culpa o la decepción? ¿Se considerará un producto defectuoso a quien, pese a la selección genética, desarrolle una enfermedad o no alcance el éxito esperado? Entramos aquí en terrenos profundamente anti-éticos, donde la dignidad intrínseca de la persona cede ante una mentalidad utilitarista y perfeccionista. En nombre de la calidad de vida, terminaríamos por vaciar de valor la vida misma, especialmente la de los más débiles.

Una defensa innegociable de la dignidad humana

Frente a este panorama, la respuesta desde la ética cristiana –y, concretamente, desde el Magisterio de la Iglesia– es firme y clara: no todo lo técnicamente posible es moralmente lícito. El progreso científico, por valioso que sea, jamás debe atropellar la dignidad intangible de la persona humana. La publicidad brillante de tener tu mejor bebé no puede engañarnos: la vida humana no admite apellidos ni gradaciones, porque cada vida es un bien absoluto en sí misma, no un medio para lograr otra cosa.

Se va construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias (Benedicto XIV).

Vivimos así en una época de relativismo donde corremos el riesgo de que incluso los valores fundamentales se vuelvan negociables por fines egoístas; pero la dignidad de la vida inocente no es negociable. Instrumentalizar la vida humana –ya sea la del embrión en un tubo de ensayo o la del enfermo en una cama de hospital– significa violar el mandamiento básico del amor al prójimo y, en última instancia, rebelarse contra Dios mismo, dador de la vida.

La planificación familiar, desde la ética cristiana, nunca significará planificar qué tipo de hijo merece vivir, sino planificar generosamente el bienestar de cada hijo que Dios envíe, respetando el orden natural y moral. En este sentido, iniciativas como la de Nucleus Genomics deben ser interpeladas con la verdad y el amor: verdad para denunciar lo que tienen de cosificación de la vida, y amor para recordar que el camino a la felicidad familiar no pasa por laboratorios genéticos, sino por corazones abiertos a amar sin condiciones.