Léon XIV exhorte les évêques italiens à « placer le Christ au centre »

Léon XIV exhorte les évêques italiens à « placer le Christ au centre »

En su visita a Asís para clausurar la 81ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, el Papa León XIV pidió a los obispos poner a Jesucristo en el centro y reconstruir la vida eclesial desde el kerygma. En un contexto marcado por tensiones sociales, soledad, violencia y fragmentación cultural, el Pontífice insistió en que la Iglesia debe convertirse en artesana de paz, fraternidad y relaciones auténticas capaces de sostener a un mundo herido.

«Mantener la mirada en el Rostro de Jesús nos hace capaces de mirar los rostros de los hermanos».

Una iglesia sinodal

El Papa subrayó que la sinodalidad no es un ejercicio administrativo, sino un caminar juntos con Cristo y hacia el Reino, que exige comunión real, decisiones compartidas y valentía para afrontar reformas necesarias.

«A vosotros, obispos, os corresponde ahora trazar las líneas pastorales para los próximos años; por eso deseo ofreceros algunas reflexiones para que crezca y madure un espíritu verdaderamente sinodal en las Iglesias y entre las Iglesias de nuestro país».

Entre ellas, pidió no retroceder en el proceso de reorganización de las diócesis y reforzar la participación del Pueblo de Dios en la consulta para nuevos obispos.

«Lo que importa es que, en este estilo sinodal, aprendamos a trabajar juntos y que en las Iglesias particulares todos nos comprometamos a edificar comunidades cristianas abiertas, hospitalarias y acogedoras, en las cuales las relaciones se traduzcan en mutua corresponsabilidad a favor del anuncio del Evangelio».

Recalcó también la importancia de respetar la norma de los 75 años para dejar el gobierno pastoral, salvo casos excepcionales.

El humanismo integral

León XIV llamó a mantener viva la memoria del camino posconciliar, a promover un humanismo integral que defienda la vida, la legalidad y la solidaridad, y a educar a una presencia cristiana responsable en el ámbito digital.

«La pastoral no puede limitarse a usar los medios, sino que debe educar a habitar lo digital de manera humana, sin que la verdad se pierda detrás de la multiplicación de las conexiones, para que la red pueda ser realmente un espacio de libertad, de responsabilidad y de fraternidad».

Finalmente, instó a los obispos a permanecer cerca de familias, jóvenes, ancianos, pobres y víctimas de abusos, recordando que donde más profundo es el dolor más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión.

El estilo sinodal de san Francisco de Asís

Finalmente, León XIV instó a los obispos y cardenales a seguir como ejemplo a san Francisco de Asís y sus hermanos religiosos:

«En este lugar san Francisco y los primeros frailes vivieron plenamente lo que, con lenguaje actual, llamamos estilo sinodal. Juntos, en efecto, compartieron las diversas etapas de su camino».

Cerró así su discurso pidiendo «que el ejemplo de san Francisco nos dé también a nosotros la fuerza para realizar opciones inspiradas por una fe auténtica y para ser, como Iglesia, signo y testimonio del Reino de Dios en el mundo».

Dejamos a continuación el discurso completo pronunciado por León XIV:

Queridísimos hermanos en el episcopado, ¡buenos días!

Agradezco sinceramente al Cardenal Presidente por las palabras de saludo que me ha dirigido y por la invitación a estar hoy con vosotros para concluir la 81ª Asamblea General. Y me alegra esta primera parada mía, aunque muy breve, en Asís, lugar de altísimo significado por el mensaje de fe, fraternidad y paz que transmite, del que el mundo tiene urgente necesidad.

Aquí san Francisco recibió del Señor la revelación de que debía «vivir según la forma del santo Evangelio» (2Test 14: FF 116). Cristo, de hecho, «que era rico por encima de todas las cosas, quiso escoger en este mundo, junto con la beatísima Virgen, su madre, la pobreza» (2Lf 5: FF 182).

Mirar a Jesús es lo primero a lo que también nosotros somos llamados. La razón de nuestra presencia aquí, de hecho, es la fe en Él, crucificado y resucitado. Como os decía en junio: en este tiempo tenemos más que nunca necesidad «de poner a Jesucristo en el centro y, en el camino indicado por Evangelii gaudium, ayudar a las personas a vivir una relación personal con Él, para descubrir la alegría del Evangelio. En un tiempo de gran fragmentación es necesario volver a los fundamentos de nuestra fe, al kerygma» (Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, 17 de junio de 2025). Y esto vale ante todo para nosotros: volver a partir del acto de fe que nos hace reconocer en Cristo al Salvador y que se despliega en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Mantener la mirada en el Rostro de Jesús nos hace capaces de mirar los rostros de los hermanos. Es su amor el que nos impulsa hacia ellos (cf. 2 Cor 5,14). Y la fe en Él, nuestra paz (cf. Ef 2,14), nos pide ofrecer a todos el don de su paz. Vivimos un tiempo marcado por fracturas, tanto en los contextos nacionales como internacionales: con frecuencia se difunden mensajes y lenguajes teñidos de hostilidad y violencia; la carrera hacia la eficiencia deja atrás a los más frágiles; la omnipotencia tecnológica comprime la libertad; la soledad consume la esperanza, mientras numerosas incertidumbres pesan como incógnitas sobre nuestro futuro. Y sin embargo, la Palabra y el Espíritu nos exhortan todavía a ser artesanos de amistad, de fraternidad, de relaciones auténticas en nuestras comunidades, donde, sin reservas ni temores, debemos escuchar y armonizar las tensiones, desarrollando una cultura del encuentro y convirtiéndonos así en profecía de paz para el mundo. Cuando el Resucitado se aparece a los discípulos, sus primeras palabras son: «Paz a vosotros» (Jn 20,19.21). Y enseguida los envía, como el Padre lo ha enviado a Él (v. 21): el don pascual es para ellos, ¡pero para que sea de todos!

Queridísimos, en nuestro encuentro anterior señalé algunas coordenadas para ser una Iglesia que encarna el Evangelio y es signo del Reino de Dios: el anuncio del Mensaje de salvación, la construcción de la paz, la promoción de la dignidad humana, la cultura del diálogo, la visión antropológica cristiana. Hoy quisiera subrayar que estas instancias corresponden a las perspectivas surgidas en el Camino sinodal de la Iglesia en Italia. A vosotros, obispos, os corresponde ahora trazar las líneas pastorales para los próximos años; por eso deseo ofreceros algunas reflexiones para que crezca y madure un espíritu verdaderamente sinodal en las Iglesias y entre las Iglesias de nuestro país.

Ante todo, no olvidemos que la sinodalidad indica el «caminar juntos de los cristianos con Cristo y hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad» (Documento final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 28). Del Señor recibimos la gracia de la comunión, que anima y da forma a nuestras relaciones humanas y eclesiales.

Sobre el desafío de una comunión efectiva deseo que exista el compromiso de todos, para que tome forma el rostro de una Iglesia colegial, que comparte pasos y decisiones comunes. En este sentido, los desafíos de la evangelización y los cambios de las últimas décadas, que afectan al ámbito demográfico, cultural y eclesial, nos piden no retroceder sobre la cuestión de los agrupamientos de diócesis, sobre todo allí donde las exigencias del anuncio cristiano nos invitan a superar ciertos confines territoriales y a hacer nuestras identidades religiosas y eclesiales más abiertas, aprendiendo a trabajar juntos y a repensar la acción pastoral uniendo fuerzas. Al mismo tiempo, mirando la fisonomía de la Iglesia en Italia, encarnada en los diversos territorios, y considerando el cansancio y a veces el desorientamiento que tales decisiones pueden provocar, deseo que los obispos de cada Región realicen un discernimiento atento y, quizá, logren sugerir propuestas realistas sobre algunas de las diócesis pequeñas que tienen pocos recursos humanos, para evaluar si y cómo podrían continuar ofreciendo su servicio.

Lo que importa es que, en este estilo sinodal, aprendamos a trabajar juntos y que en las Iglesias particulares todos nos comprometamos a edificar comunidades cristianas abiertas, hospitalarias y acogedoras, en las cuales las relaciones se traduzcan en mutua corresponsabilidad a favor del anuncio del Evangelio.

La sinodalidad, que implica un ejercicio efectivo de colegialidad, requiere no solo la comunión entre vosotros y conmigo, sino también una escucha atenta y un serio discernimiento de las instancias que provienen del pueblo de Dios. En este sentido, la coordinación entre el Dicasterio para los Obispos y la Nunciatura Apostólica, con vistas a una corresponsabilidad común, debe poder promover una mayor participación de personas en la consulta para la designación de nuevos obispos, además de la escucha de los Ordinarios en ejercicio en las Iglesias locales y de quienes están a punto de concluir su servicio.

También sobre este último aspecto, permitidme ofreceros alguna indicación. Una Iglesia sinodal, que camina por los surcos de la historia afrontando los desafíos emergentes de la evangelización, necesita renovarse constantemente. Hay que evitar que, aun con buenas intenciones, la inercia frene los cambios necesarios. A este respecto, todos debemos cultivar la actitud interior que el papa Francisco definió como aprender a despedirse, una actitud preciosa cuando uno debe prepararse para dejar su cargo. Es bueno que se respete la norma de los 75 años para la conclusión del servicio de los Ordinarios en las diócesis y, solo en el caso de los cardenales, se podrá evaluar una continuación del ministerio, eventualmente por otros dos años.

Queridos hermanos, volviendo al horizonte de la misión de la Iglesia en Italia, os exhorto a hacer memoria del camino recorrido después del Concilio Vaticano II, marcado por los Congresos eclesiales nacionales. Y os exhorto a procurar que vuestras comunidades, diocesanas y parroquiales, no pierdan la memoria, sino que la mantengan viva, porque esto es esencial en la Iglesia: recordar el camino que el Señor nos hace recorrer a través del tiempo en el desierto (cf. Dt 8).

En esta perspectiva, la Iglesia en Italia puede y debe seguir promoviendo un humanismo integral, que ayude y sostenga los itinerarios existenciales de las personas y de la sociedad; un sentido de lo humano que exalte el valor de la vida y el cuidado de cada criatura, que intervenga proféticamente en el debate público para difundir una cultura de la legalidad y de la solidaridad.

No debe olvidarse en este contexto el desafío que nos plantea el universo digital. La pastoral no puede limitarse a usar los medios, sino que debe educar a habitar lo digital de manera humana, sin que la verdad se pierda detrás de la multiplicación de las conexiones, para que la red pueda ser realmente un espacio de libertad, de responsabilidad y de fraternidad.

Caminar juntos, caminar con todos, significa también ser una Iglesia que vive entre la gente, acoge sus preguntas, alivia sus sufrimientos y comparte sus esperanzas. Continuad estando cerca de las familias, de los jóvenes, de los ancianos, de quienes viven en soledad. Continuad entregándoos al cuidado de los pobres: las comunidades cristianas arraigadas de forma capilar en el territorio, los muchos agentes pastorales y voluntarios, las Cáritas diocesanas y parroquiales ya realizan un gran trabajo en este sentido, y os estoy agradecido por ello.

En esta línea del cuidado, quisiera también recomendar la atención a los más pequeños y vulnerables, para que se desarrolle también una cultura de prevención de toda forma de abuso. La acogida y la escucha de las víctimas son el sello auténtico de una Iglesia que, en la conversión comunitaria, sabe reconocer las heridas y se compromete a aliviarlas, porque «donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión» (Vigilia del Jubileo de la Consolación, 15 de septiembre de 2025). Os doy las gracias por lo que ya habéis hecho y os animo a seguir adelante en vuestro compromiso en la tutela de los menores y de los adultos vulnerables.

Queridísimos hermanos, en este lugar san Francisco y los primeros frailes vivieron plenamente lo que, con lenguaje actual, llamamos estilo sinodal. Juntos, en efecto, compartieron las diversas etapas de su camino; juntos se dirigieron al papa Inocencio III; juntos, año tras año, perfeccionaron y enriquecieron el texto inicial que había sido presentado al Pontífice, compuesto, dice Tomás de Celano, «sobre todo de expresiones del Evangelio» (1Cel 32: FF 372), hasta transformarlo en lo que hoy conocemos como la primera Regla. Esta opción decidida por la fraternidad, que es el corazón del carisma franciscano junto con la minoridad, fue inspirada por una fe intrépida y perseverante.

Que el ejemplo de san Francisco nos dé también a nosotros la fuerza para realizar opciones inspiradas por una fe auténtica y para ser, como Iglesia, signo y testimonio del Reino de Dios en el mundo. ¡Gracias!