La «malédiction de don Álvaro» pèsera-t-elle sur Léon XIV ?

«D. Álvaro nous invite à être des saints comme lui, en vivant une sainteté aimable, miséricordieuse, affable, douce et humble»

Entre las piezas más singulares de la espiritualidad interna del Opus Dei hay una frase que no procede de san Josemaría, sino de su primer sucesor, Álvaro del Portillo. Y no se encuentra en ninguna homilía ni en un texto de gobierno, sino en una carta privada fechada el 30 de junio de 1975, apenas cuatro días después de la muerte del fundador.

En esa carta, que debía servir como testamento de fidelidad para los miembros de la Obra, Del Portillo escribió una súplica que con el tiempo se haría célebre, y que Opuslibros ha rescatado en un reciente artículo firmado por Darian Veltross:

«Y ruego también que si, a lo largo de los siglos, alguno —no ocurrirá, estamos ciertos—, quisiera perversamente corromper ese espíritu que nos ha legado el Padre, o desviar la Obra… que el Señor lo confunda y le impida cometer ese crimen, causar ese daño a la Iglesia y a las almas.»

No era una hipérbole devota. Del Portillo formulaba, en el lenguaje de su tiempo, una especie de cláusula de intangibilidad carismática: que nadie, ni dentro ni fuera de la Iglesia, pudiera alterar el espíritu legado por Escrivá. Una maldición en sentido estricto, aunque revestida de piedad.

El texto no dice quién podría ser ese alguno, pero el contexto de 1975 lo deja claro: no se trata de enemigos externos, sino de autoridades o miembros que, desde dentro, quisieran reinterpretar la Obra. Por eso suena con un eco casi profético en este momento histórico, cuando la Santa Sede se dispone a promulgar los nuevos Estatutos que transformarán radicalmente la figura jurídica del Opus Dei.

La cláusula que se vuelve contra su autor

Veltross observa que, según la lógica interna del Opus Dei, esa súplica podría alcanzar incluso al Papa. Lo que nació como garantía de fidelidad se convierte así en un espejo: si la reforma es vista como una desviación del espíritu fundacional, quienes la promueven —el Prelado, los miembros que la acepten, y los papas Francisco y León XIV— entrarían en la categoría de aquellos a quienes don Álvaro pedía a Dios que confundiera.

La llamada maldición de don Álvaro no tiene ningún valor jurídico, pero sí un peso simbólico inmenso. Representa la tensión latente entre la obediencia eclesial y la autoconcepción del Opus Dei como obra directamente querida por Dios, no como iniciativa de un fundador dentro de la Iglesia. Y es precisamente esa tensión la que hoy aflora con la reforma.

Un eco que resuena medio siglo después

Cincuenta años después, la frase escrita en los días de duelo por la muerte de Escrivá regresa con otra luz. Don Álvaro pedía que el Señor confundiera a quien intentara pervertir el espíritu de la Obra. Hoy, cuando la Santa Sede modifica su estructura, muchos dentro y fuera del Opus Dei se preguntan si aquella súplica sigue resonando —y sobre quién.

¿Es León XIV, el sucesor de Francisco y heredero de la reforma, el destinatario involuntario de aquella invocación? ¿O más bien es la propia institución la que, incapaz de distinguir entre carisma y estructura, se ha enredado en su propia profecía? Difícil saberlo. Lo cierto es que la frase escrita para blindar un espíritu se ha convertido, medio siglo después, en el retrato de su agotamiento.

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