Isabelle la Catholique et le Nouveau Monde : une reine contre le mythe

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Se ha repetido durante siglos que los Reyes Católicos financiaron a Cristóbal Colón movidos únicamente por la ambición de poder, riquezas y gloria terrenal. Esta visión reduccionista, tan del gusto de quienes alimentan la llamada leyenda negra, ignora la abrumadora documentación de la época, que demuestra lo contrario. Para Isabel, la empresa colombina no fue nunca una aventura comercial, sino una misión profundamente espiritual. La propia Reina lo dejó por escrito: el objetivo del viaje era la expansión de la fe católica.

El Nuevo Mundo, en su mirada, no era una mina de oro por explotar ni un tablero de estrategias cortesanas, sino un campo inmenso abierto a la gracia. Un continente entero, hasta entonces ajeno a la luz del Evangelio, se ofrecía como la más grande de las oportunidades misioneras. Y fue esa convicción —más que la insistencia del navegante genovés o los cálculos de la corte— la que inclinó definitivamente la balanza a favor del descubrimiento.

La reina que empeñaba joyas para la fe

El célebre episodio de las joyas de Isabel ha sido interpretado de muchas maneras: para unos, una anécdota simbólica; para otros, una ficción piadosa. Pero lo esencial permanece: la Reina estaba dispuesta a poner lo más valioso de su patrimonio al servicio de un proyecto que no tenía garantías humanas de éxito. No era la primera vez. Ya había empeñado sus alhajas en beneficio del Reino en otros momentos críticos.

Cuando la empresa de Colón parecía perderse en dilaciones y negativas, Isabel intercedió personalmente, ofreciendo sus bienes como aval. No fue un gesto teatral, sino la prueba visible de su fe en que aquel viaje respondía a un designio superior. Muchos contemporáneos interpretaron su decisión como inspiración divina. Sin el coraje personal de la Reina, la historia universal habría tomado otro rumbo. América quizá habría quedado fuera del mapa europeo durante décadas, y la evangelización de millones de almas se habría retrasado irremediablemente.

Evangelización antes que conquista

El propio Colón, que no era precisamente un místico, insistía en sus escritos en que el fin del viaje era glorificar la religión cristiana y extender la fe en aquellas tierras recién halladas. Su Diario de a bordo recoge la prohibición de permitir allí la presencia de extranjeros que no fueran católicos, precisamente para evitar que se enturbiase el propósito inicial de la empresa.

Y la Reina, de manera aún más explícita, lo ratificó: en las Capitulaciones de Santa Fe y en su propio testamento se declara sin ambages que la finalidad del descubrimiento era la evangelización. Esta afirmación, tantas veces ignorada por historiadores progresistas, resulta incómoda para la mentalidad moderna que prefiere ver la colonización como un simple negocio de oro y especias. Pero los hechos están ahí: Isabel no pensaba en mercados, sino en almas.

La libertad de los indios

Uno de los puntos más polémicos y distorsionados por la propaganda anticatólica es el de la esclavitud indígena. La realidad es muy distinta: cuando Colón envió a España una primera remesa de indios esclavizados, Isabel reaccionó con rapidez y contundencia. Suspendió la venta, consultó a teólogos y canonistas sobre la licitud moral de aquel tráfico, y, tras años de reflexión, dictó una resolución inédita en su tiempo: ordenó la libertad de los indios y su repatriación.

Esta decisión, adelantada en más de tres décadas al derecho de gentes de Francisco de Vitoria, marcó un hito universal. Mientras en otros continentes la esclavitud seguiría vigente durante siglos, la Reina prohibió expresamente que en las Indias se trajera esclavo alguno. No por motivos políticos o económicos, sino porque entendía que nadie podía ser convertido a Cristo con cadenas en los pies. Por ello, con toda justicia, Isabel ha pasado a la historia como madre de los indios.

Una herencia que aún pesa

En su testamento, Isabel dejó escrito con claridad meridiana que la evangelización debía ser el principal fin de sus sucesores en las Indias, prohibiendo que se hiciera agravio alguno a los naturales ni en sus bienes ni en sus personas. No era una cláusula secundaria, sino la esencia de su legado.

El resultado de esa visión es evidente: hoy, la mitad de los católicos del mundo se encuentra en el continente americano. Esa inmensa comunidad de fe, que sostiene a la Iglesia universal, es fruto de aquella decisión histórica de una Reina que supo mirar más allá de las circunstancias políticas y económicas de su tiempo. Zavala lo resume con precisión: a Isabel se debe la incorporación de América al mundo occidental y la impronta irreversible de su cristianización. Un hecho comparable solo a las grandes gestas misioneras del Mediterráneo y de la Europa bárbara.

En Isabel la Católica: Por qué es santa, José María Zavala nos muestra a una Reina que rompió moldes, que no midió sus actos por el cálculo político, sino por su fe. Su figura sigue siendo incómoda para muchos porque desmiente el mito negro que se cierne sobre España y su misión en América. Un libro que no se limita a narrar hechos, sino que invita a descubrir a la Isabel que cambió el curso de la historia universal con la fuerza de su fe.