Et si nous savions que Dieu nous voit tout le temps ?

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Hablar de intimidad en nuestra época suele reducirse al sexo, a un catálogo de experiencias fisiológicas o a la banalidad de una app de citas. Sin embargo, como recuerda Ulrich L. Lehner, el término proviene del latín intimus, lo más interior. Y ahí comienza el escándalo: Dios no se conforma con saludarnos desde el cielo como un vecino educado, sino que reclama entrar hasta la médula de nuestra vida. ¿De veras queremos a un Dios que conoce lo que escondemos incluso de nuestros amigos más cercanos?

Desnudos ante Dios

Los grandes místicos lo supieron bien. Teresa de Ávila o Matilde de Magdeburgo hablaban de un amor sensual con Dios, una desnudez sin máscaras ni disfraces. El Génesis, con su relato de Adán y Eva paseando desnudos en el paraíso, nos ofrece la imagen más brutal: no sólo cuerpos descubiertos, sino corazones sin vergüenza. El pecado introdujo la máscara, la ropa como muralla contra la vulnerabilidad. Desde entonces, vivimos escondiendo culpa y fabricando excusas; y Dios, en su ironía infinita, sigue preguntándonos: ¿Dónde estás?.

El amante que hiere

El cristianismo es escandaloso porque presenta a un Dios que no juega a ser abuelo bonachón, sino amante exigente. No basta con portarse amablemente; el Dios bíblico reclama pasión, entrega total, renuncia a la comodidad tibia. Y, como todo amor verdadero, hiere. El perdón divino no es un acto burocrático de clemencia: implica sufrir en carne propia la traición, como Cristo en la cruz. Llamar amable a un Dios así sería insultarle.

La vulnerabilidad divina

Dios llega desnudo al mundo, en la fragilidad de un niño en Belén, y termina asfixiado en un madero. Esa vulnerabilidad desconcierta: un Dios que se deja herir para perdonar, que se expone al rechazo de sus criaturas, que se convierte en carne para arder de amor. La intimidad divina no es metáfora poética, sino carne desgarrada. Y aquí está la ironía: el mundo moderno, que presume de autenticidad, no soporta a un Dios que le mira sin filtros, que le exige dejar caer todas las máscaras.

El amor que engendra vida

El amor divino no se conforma con emociones pasajeras. Como en el matrimonio, como en el arte, como en la procreación, ese amor crea vida nueva. San Juan Pablo II lo explicó en su Teología del Cuerpo: el sí entre los esposos es imagen del sí irrevocable de Dios a la humanidad. Rechazarlo es condenarse a un amor estéril, aburrido, light. Y Lehner no ahorra golpes: pensar en un Dios reducido a ser simpático es una caricatura tan ridícula como peligrosa.

En Dios no mola, Ulrich L. Lehner nos recuerda que el Dios cristiano no es un coach motivacional ni un terapeuta celestial, sino un amante apasionado que exige entrega total. Un Dios demasiado íntimo para la superficialidad de nuestra época. Un libro que no se lee con ligereza, porque deja la incómoda sensación de haber sido descubierto.