El 23 de septiembre de 1977, Maura Degollado Guízar escribía a su hijo sacerdote: “Mi hijito tan querido, quisiera decirte muchas cositas que llevo en mi corazón, pero mi mano no me ayuda, sólo te digo que te quiero mucho, y que cuando estés solo o cansado y triste, abre tus ojitos y verás que estoy a tu lado con Jesús, yo así lo siento y así te busco y sentirás mucho consuelo”.
Para los Legionarios de Cristo, Mamá Maurita fue modelo de santidad, su causa de canonización está vigente, es sierva de dios y, según su biografía fue “siempre una mujer de bien y se le recuerda porque supo hacerlo a todos. Era inagotable su caridad con el prójimo, en palabras y en obras. Puso su corazón en los pobres y enfermos, leprosos y moribundos. A todos cuidaba y socorría espiritual, moral y materialmente con limosnas y visitas, porque en todos veía a Cristo. Siempre hablaba bien y en su presencia estaba terminantemente prohibido murmurar”.
Para las mujeres del movimiento, Maurita era modelo de santidad, invitadas a imitar sus virtudes. Estampitas y novenas, todo para orar por la intercesión de la sierva de dios (a propósito las minúsculas). Incluso, el desaparecido sitio maurita.org, el altar electrónico para honrar a la madrecita, reunía los milagros efectuados por la intercesión de la dulce madre.
Los fieles de ese movimiento se encomendaban a ella, seguros de su intercesión. El 25 de diciembre se cumplirán 49 años de su muerte, rodeada del alo angelical y la seguridad de que subió a los cielos en el día del nacimiento de Nuestro Señor… ese mismo en el que, dicen, mamá Maurita se inspiraba para representar a sus doce hijos como dóciles ovejitas, acercándolos a contemplar al Niño en el pesebre, según su conducta: “Durante el adviento cada uno de sus hijos era representado por un borreguito, que se acercaba o se alejaba del pesebre según se portara.
En Navidad ella preparaba con gran cariño el nacimiento. Tejía la ropita con la que adornaría la imagen del Niño Dios, le cantaba, lo abrazaba, lo besaba… Entronizó la imagen del Sagrado Corazón en su casa y habitación. Nunca se apagó la lamparita de aceite ni hubo flores marchitas a los pies del Sagrado Corazón”, se leía el el referido sitio maurita.org
Seguramente su hijo sacerdote estaría más cerca del niño Jesús, es lógico, era el consagrado, el fundador, el encargado de extender el Reino por una Legión, el gran pedagogo, alguna vez así le llamaron por atraer a la juventud; un fundador que sería, eventualmente, llamado a la santidad después de morir por influir en la vida de la Iglesia gracias a la creación de una congregación religiosa que ahora puja y sufre tratando de agarrar aire a bocanadas, cuando los escándalos brotan y brotan.
¿Por qué no? Tal vez Maurita, en su celo y amor maternal, en sus oraciones, meditaciones y éxtasis místicos, ya veía a su hijito codeándose con los santos de la Iglesia, con Francisco e Ignacio, con Juan Bosco y Felipe de Jesús, con los mártires cristeros ligados a la historia de su familia. Sí, la bondadosa Maurita, el modelo de cada Legionario y consagrado, era la otra madre, además de María, quien había engendrado en su vientre a un hombre escogido, al elegido, al ungido.
Y Maurita aconsejaba a los Legionarios y los visitaba casa por casa, acompañó a su hijo, no el simple sacerdote, sino el Director general, a “nuestro padre y fundador” para atender las necesidades de una congregación que subía como la espuma, todo estaba bien, todo hablaba de las bendiciones de Dios y de la presencia de su Espíritu. Eran buenos tiempos.
Las imágenes de su vida son testimonio de lo orgullosa de su hijo, relamido, bien vestido y guapo, enfundado en su armadura clerical. La madrecita lo abraza y en sus ojos se lee el pensamiento: “Este es mi hijo amado, escúchenlo…” Iba y venía, se postraba ante el sagrario, seguro le pedía a Jesús por la santidad de su Legionario y de todos los que habían creído en él. Y así como se postraba ante el misterio, otros se postraban ante ella, arzobispos, obispos y cardenales, laicos y laicas, hijos e hijas con fe que tal vez rayó en el fanatismo ¡Qué honor, qué orgullo besar la mano de la progenitora!
Mamá Maurita murió. Dicen los que conocen que fue sepultada en Cotija, en un lugar donde, años después, los restos de su hijo sacerdote ocuparían la misma sepultura… al fin y al cabo, la madre santa ofreciendo el último lugar de reposo a su hijo que murió impenitente, acusado de las más abominables perversiones, delitos y degradaciones que desbordaron hacia su Legión. Intercedió por otros, pero no pudo hacer el milagro más grande, el que necesitaba los Legionarios en estos tiempos de progresiva extinción provocada por el fundador, su hijito querido.
¡Ay mamá Maurita! ¿Sirvieron tus consejos hermosos y edificantes? Tu hijo sacerdote resultó más lobo que pastor; tu hijo, a quien tanto querías y acercaste a Jesús, engañó, defraudó y delinquió. ¡Ay mamá Maurita! Qué bueno que ya descansas. Si vivieras, ¿dónde pondrías a la ovejita de tu hijo sacerdote? ¿La habrías alejado del pesebre de Jesús? ¿Estaría cerquita de la cueva del Diablo?
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