The invisible center of the universe

The invisible center of the universe

Durante mucho tiempo, pensar que el universo ha existido miles de millones de años antes del ser humano me generaba vértigo espiritual y dudas de fe. Si realmente somos el centro de la creación —pensaba—, ¿por qué tanto tiempo antes? ¿Para qué un universo tan inmenso? El youtuber @javinotengoniidea plantea esta misma duda a Abel de Jesús, ex carmelita descalzo y divulgador católico, en una entrevista bastante recomendable, en la que trataron temas personales, de fe y de Iglesia. A un amigo del entrevistador le genera dudas sobre la existencia de Dios el sentido de los dinosaurios: ¿Qué sentido tienen unos reptiles durante millones de años dando vueltas por el planeta?

Como he vivido una inquietud similar, me parece interesante compartir la explicación que no solo me ayudó a disipar dudas, sino que me ha servido para perseverar en la fe: El universo no se puede entender desde la experiencia humana, sino desde su código fuente, la matemática. En ese lenguaje, lo que parece un exceso absurdo se revela como una proporción perfecta.

El tiempo no es tan largo

Un ejemplo sencillo. Si el speaker del Bernabeu que da por megafonía la alineación y los suplentes, decide no empezar por el portero y seguir por los defensas… sino dar los nombres de los jugadores en todas las combinaciones de orden posibles, el tiempo que tardaría en terminar (suponiendo que destina un minuto a cada alineación) es de casi 100 millones de veces la edad del universo. Habría que multiplicar por 100 millones los 13.800 millones de años que han pasado desde el Big Bang para que el speaker termine de leer las distintas alineaciones. A escala humana el tiempo parece interminable; a escala matemática, no cabe dentro de las permutaciones de una simple alineación. Por eso el tiempo no mide la grandeza de Dios, sino los límites de nuestra percepción.

El espacio no es tan grande

También el espacio, que abruma por su vastedad, se relativiza cuando se mira con números y no solo con ojos mortales. Una uña humana, de alrededor de medio gramo, contiene del orden de 1022 átomos. Esa cifra es similar al número total de estrellas del universo observable, estimado entre 1022 y 1024. En otras palabras: en una sola uña humana hay tantos átomos como estrellas hay en el universo. Un cabello humano contiene más unidades de materia que galaxias existen. Lo infinitamente pequeño encierra una vastedad comparable a la de lo infinitamente grande. El universo no es desmesura: es simetría y el ser humano está en el eje exacto de la misma.

El centro no estaba en el lugar, sino en la medida

Durante siglos se creyó que la Tierra era el centro geográfico del universo. Hoy se sabe que no lo es, pero eso no implica que el ser humano haya perdido su lugar central. El centro no era una coordenada, sino una proporción. El cuerpo humano contiene del orden de 1027 átomos, una cifra comparable a la suma de estrellas y planetas del universo observable. La escala humana se sitúa entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente vasto: no es el centro del espacio, pero sí el centro del sentido, la conciencia que permite al universo conocerse.

Hay más órdenes posibles en una simple baraja de 59 cartas que átomos en todo el universo observable. En la palma de una mano cabe una cifra que desborda el cosmos. Esa es la escala real del misterio: lo infinito no está lejos, sino contenido en lo más próximo, en lo que puedo sostener. Las dimensiones del universo no deberían abrumarnos, sino consolarnos. Si lo infinito puede comprimirse en una baraja, ¿cómo no podría Dios, siendo infinito, mirar a cada persona concreta? Desde el Huerto de los Olivos hasta el Sepulcro, es absolutamente viable que Cristo pensase personalmente en ti. No fue un gesto general de amor, fue un pensamiento preciso dentro del cálculo eterno, una permutación única en la mente de quien sostiene todas las combinaciones posibles del universo en la palma de su mano.