Los pueblos que ya no se arrodillan

Los pueblos que ya no se arrodillan

Hay países enteros donde nadie se arrodilla en la consagración. No por falta de espacio, ni por enfermedad, ni por distracción: simplemente porque ya no se hace. Las conferencias episcopales lo aprobaron hace décadas, las iglesias retiraron los reclinatorios y los fieles se acostumbraron a contemplar de pie —o incluso sentados— el momento más sagrado de la Misa.

Sucede en Francia, donde casi nadie dobla la rodilla desde los años setenta. Sucede en Alemania, donde el gesto se ha sustituido por una leve inclinación. Sucede en Países Bajos, donde ya no hay ni reclinatorios. Y sucede en buena parte de la Europa occidental descristianizada, donde el hombre moderno no se arrodilla ante nada ni ante nadie… salvo ante el Estado o la moda.

Mientras tanto, en Polonia, España o Croacia, el pueblo fiel sigue -aunque lamentablemente cada vez menos- cayendo de rodillas ante la Hostia consagrada, como si en el fondo intuyera que esa rodilla doblada sostiene el mundo.

La desaparición de la rodilla

Arrodillarse no es un gesto folklórico. Es la confesión corporal de la fe. Desde los primeros cristianos, doblar la rodilla fue signo de adoración, penitencia y reconocimiento de la majestad de Dios. San Pablo lo escribió sin rodeos:

Ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en los abismos (Flp 2,10).

Cuando se elimina ese gesto, se borra algo más que una costumbre: se borra el lenguaje del alma. Porque el cuerpo habla incluso cuando callamos, y si el cuerpo deja de adorar, el alma acaba olvidando a quién adora.

De la liturgia vertical al culto horizontal

El abandono de la postura de rodillas no es casual. Es el resultado visible de una liturgia que ha perdido su centro: Dios. La Misa se ha convertido en asamblea, el sacerdote en animador y el altar en mesa de diálogo. El misterio se disuelve en pedagogía. La excusa pastoral (para que todos estén cómodos) es el disfraz de un problema más profundo: el hombre moderno no soporta la adoración, porque le recuerda su pequeñez.

Benedicto XVI lo advirtió con una lucidez profética:

Cuando desaparece la postura de rodillas, se pone en peligro una parte esencial de la fe: la verdad de la Encarnación y de la presencia real.

Los pueblos que aún se arrodillan

Y, sin embargo, quedan lugares donde el alma sigue viva. Donde los fieles se arrodillan sin mirar a los lados, sin importarles parecer anticuados. Donde una generación de jóvenes descubre que doblar la rodilla no humilla, sino que libera. En esos países la fe resiste, precisamente porque sigue sabiendo quién está en el altar.

León XIV y el retorno de la adoración

La Iglesia del siglo XXI no necesita más estrategias de marketing ni más manuales de inclusión: necesita volver a arrodillarse. El papa León XIV, si quiere realmente restaurar la unidad y la fe, tendrá que empezar por ahí: por devolver al mundo el gesto más revolucionario de todos, el que dice sin palabras que Dios está presente y merece adoración.