La Asamblea Sinodal de la Iglesia italiana ha aprobado un documento que propone el “reconocimiento y acompañamiento” de personas homosexuales y transexuales, así como de sus padres, y anima a apoyar jornadas civiles contra la violencia y la discriminación. Tras cuatro años de trabajos, el texto se presenta como una apertura pastoral, pero introduce formulaciones que, por su ambigüedad, desdibujan la antropología cristiana y el lugar central de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Conviene recordar una verdad de perogrullo: todo el mundo es bienvenido en la Iglesia. La acogida no está en discusión. Lo discutible es que, bajo esa premisa indiscutible, se adopte un lenguaje ajeno al Magisterio —con acrónimos colectivizantes y categorías ideológicas— que termina por equiparar la familia con relaciones objetivamente desordenadas. Al omitir una referencia explícita al matrimonio y a la familia como criterio de discernimiento, el documento favorece interpretaciones contrarias a la doctrina católica sobre la verdad del amor humano.
El texto invita a “superar actitudes discriminatorias” y a apoyar iniciativas contra la violencia y la discriminación por motivos de sexo o “género”, así como contra la pedofilia, el acoso escolar y el feminicidio. Sin embargo, al asumir sin matices el marco conceptual de la ideología de género, introduce un desplazamiento del foco pastoral: de la conversión y la vida sacramental a la adhesión a agendas seculares que relativizan la verdad sobre el cuerpo, la diferencia sexual y la procreación.
El documento final, presentado por el comité del camino sinodal, se articula en torno a tres prioridades —corresponsabilidad, formación y paz— y pide mayor peso para las mujeres en los organismos eclesiales. Pero carece de una afirmación clara de la doctrina sobre matrimonio y familia que sirva de criterio para cualquier pastoral de acompañamiento, y omite la necesaria distinción entre la misericordia hacia las personas y la legitimación de comportamientos o identidades contrarios a la ley moral.
En suma, la acogida que la Iglesia ofrece a todos —verdad obvia e incuestionable— no puede convertirse en la puerta de entrada a una aprobación práctica de ideologías que equiparan la familia con realidades incompatibles con la fe y la razón. La caridad pastoral exige claridad doctrinal: llamar al bien, corregir el mal y orientar con verdad a quienes, como todos, están llamados a la santidad.
