Miles de voces juveniles rompieron el silencio que ha envuelto al país bajo el este régimen. En diferentes ciudades del país, la «Marcha de la Generación Z», convocada desde redes sociales y amplificada por el hartazgo colectivo, reunió a miles de personas que, de manera general marcharon en paz; en el corazón de la capital, las cifras reportadas señalaron que 17 mil personas caminaron desde el Ángel de la Independencia hacia el Zócalo.
Pancartas con consignas como «¡Fuera Morena!» y «¡Fuera Claudia!» eran solo una muestra de tremendo hartazgo que el règimen ha conseguido en tan poco tiempo de gobierno por la colusión con la violencia, la asociación con la corrupción y los beneficios que ha tenido al amparo de laimpunidad. En más de 25 estados, ecos similares resonaron, la marcha de juventud mexicana se alzó no como un capricho generacional, sino como un veredicto histórico contra un régimen que, al amparo de la “democracia funcional” ha fincado al narcoestado que no protege a los ciudadanos, sino apapacha a sus súbditos y vasallos.
Sin embargo, lo que inició con una protesta pacífica derivó en choques con la policía, dejando más de 120 heridos y 40 detenidos. Sin duda condenable, pero esto fue resultado de una reacción violenta de las autoridades con la colocación de una barda perimetral de acero que simboliza que, más que protección, hay ya una separación insalvable entre el régimen y la ciudadanía.
No obstante, esta marcha es el pulso de generaciones traicionadas. Los nacidos entre 1997 y 2012, representan el 25% de la población mexicana y ven cómo su futuro se evapora en un remolino de balas y mentiras oficiales.
El gobierno, heredero de la convulsa y caótica 4T prometió separarse de la corrupción del pasado, pero han hecho de la corrupción el sistema que le hace funcionar, desde el desvío de fondos en obras faraónicas hasta la colusión con cárteles, tienden a multiplicarse como plagas bíblicas.
Aunque se ha dicho hasta la saciedad, la violencia ha cobrado más de 200.000 vidas desde 2018, con desapariciones forzadas que superan las 110.000, pero el rasgo característico del sistema es adornar la mentira para decir que este país es un paraíso donde la ley y el orden son envidia de naciones desarrolladas y justas.
Familias enteras huyen de sus hogares por el terror de las «cuotas» extorsivas, mientras autopistas son rutas sin ley. Los jóvenes, en particular, son el botín más cruel reclutados a la fuerza por el crimen organizado o abandonados a la precariedad laboral con tasas de desempleo juvenil rozando el 10% y salarios que no cubren ni la canasta básica. ¿La mordaza? Programas del Bienestar que ya no parecen dar los resultados que el régimen quiere: silencio y sumisión.
Como nunca, el campo de la política es similar a un páramo desolado y arrasado. Instituciones autónomas han sido demolidas en nombre de una «democracia directa» que concentra el poder en un puñado de peones leales, silenciando voces críticas con descalificaciones desde el púlpito presidencial. Socialmente, la desintegración familiar avanza: políticas educativas que imponen ideologías de género sin diálogo con padres, fomentando una «deconstrucción» que relativiza la identidad humana y siembra confusión en aulas y hogares. Las clases populares son botín del bandidaje electorero y la impunidad, ese veneno lento, pero favorito del régimen decadente de esta ideología política corroe todo. El 99% de los crímenes queda sin castigo, perpetuando un ciclo donde el Estado, en complicidad tácita o impotencia declarada, cede territorio a narcos que dictan la ley en rincones olvidados.
Esta marcha también tiene otro elemento social que no puede pasar desapercibido. Ese fue el profético mensaje de los obispos mexicanos al cierre de su CXIX Asamblea Plenaria, el 13 de noviembre. El clamor de la Iglesia católica ya no puede seguir guardando un prudente silencio ni hacer lo políticamente correcto. Con el título «Iglesia en México: Memoria y Profecía – Peregrinos de Esperanza hacia el Centenario de nuestros Mártires», los prelados no desvían la mirada de las «realidades que no podemos callar».
Denuncian esa «narrativa que no corresponde a la experiencia cotidiana de millones»: la falsedad de que la violencia ha disminuido cuando «familias enteras son desplazadas por el terror de la delincuencia organizada»; la impunidad en casos de corrupción «graves y escandalosos»; la economía que «va bien» para unos pocos, mientras «muchas familias no pueden llenar su canasta básica». Como fue reclamo en la marcha, los obispos también denunciaron el dolor por la sangre derramada: «Nuestro Nación sigue bajo el dominio de los violentos», con sacerdotes y jóvenes «secuestrados y llevados a los campos de corrupción o exterminio».
Más allá de la denuncia, el mensaje episcopal teje esperanza en el tapiz jubilar 2025-2033, recordando la resistencia cristera de 1926 –»¡Viva Cristo Rey!»– como espejo para hoy: «¿Estamos dispuestos a defender nuestra fe con la misma radicalidad?». Los obispos piden «conversión personal y social» y diálogo con «todos los que verdaderamente amen a México», más allá de ideologías. No es pesimismo, sino realismo evangélico: «La esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5,5).
La Marcha de la Generación Z no es solo un estallido es el germen de una auténtica y genuina transformación a la luz de las sociedades libres y virtuosas. Sin duda, el actual régimen ya no puede decirse de izquierda puesto que su fracaso es estrepitoso y apabullante. Un cambio es inaplazable para detener las consecuencias del narcoestado que acaba con el futuro. Que el gobierno escuche, no reprima; que la sociedad dialogue, no divida y para los creyentes en la Palabra del Evangelio, para que la conversión de nuestra realidad se vea robustecida con la certeza que da la fe al gritar ¡Viva Cristo Rey! y ¡Santa María de Guadalupe!
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