Tras las manifestaciones de la marcha de la generación Z, la presidenta Claudia Sheinbaum, en conferencia matutina, dio una declaración que mezcla desafío y negación. Rechazó «caer en provocaciones» y atribuyó la violencia desatada a la «Marea Rosa», a la “derecha internacional” y a políticos opositores, exonerando a los jóvenes manifestantes. «No a la violencia; a la Transformación no la detiene nadie», proclamó, culminando con un estribillo preocupante y muy desafortunado, de autoproclamada invencibilidad: «Más fuerte soy, más fuerte. Aquí estamos fuertes con el pueblo, muy fuertes». Ordenó investigaciones a la Fiscalía, pero su tono, lejos de invitar al diálogo, parece un muro erigido contra la crítica.
Esta retórica no es inocua. La marcha Z, que reunió a unas 17 mil personas en su primera edición y vio una participación menguante pero simbólica el 20 de noviembre, no es un capricho opositor. Es un grito colectivo por justicia, transparencia y seguridad en un México donde la violencia cotidiana —feminicidios, desapariciones y corrupción— devora esperanzas.
Sheinbaum invoca a Martin Luther King y Nelson Mandela para legitimar su movimiento pacífico, pero ignora que aquellos íconos no negaban las fracturas sociales: las abrazaban. Al culpar a «provocadores externos» y jactarse de una fortaleza inquebrantable, la presidenta no solo minimiza el descontento —que exige cuentas por el fracaso en la paz prometida—, sino que proyecta una imagen de poder artificial, construida sobre narrativas que el pueblo ya cuestiona.
Esta pose de invulnerabilidad evoca a líderes latinoamericanos que, ebrios de su aparente omnipotencia, terminaron derribados por la realidad. El último sexenio del PRI se levantó sobre la “fortaleza” de reformas estructurales que pintaba como blindadas contra la corrupción mientras se desmoronaba bajo escándalos como la Casa Blanca y Odebrecht, dejando un legado de impunidad que impulsó el ascenso de la 4T..
Más allá de las fronteras, Alberto Fujimori en Perú (1990-2000) se autoproclamaba «el salvador indispensable», disolviendo el Congreso en un autogolpe y alardeando de una economía «invencible» contra el terrorismo. Su «fujishock» inicial brilló, pero la corrupción y el tremendo descontento popular después del “fujimorazo” aprovechó para dejar el país en el 2000, renunciando a la presidencia desde Japón, el 19 de noviembre de 2000; posteriormente extraditado fue condenado. En Venezuela, Hugo Chávez no cayó en vida, pero su herencia de «revolución eterna» —donde «el imperialismo no nos detiene»— ha incubado un país que ya no soporta el fingido bolivarismo que encubre al narcoestado en la crisis actual, con Nicolás Maduro aferrándose a un poder que el pueblo ya no respalda. Estos casos ilustran un patrón: la jactancia de fortalezas artificiales, alimentada por control mediático y negación de fallas, acelera la caída. Sheinbaum, al pender su fortaleza de alfileres se arriesga con el mismo destino, no por debilidad externa, sino por desconexión interna.
Y en este domingo 23 de noviembre de 2025, la Iglesia católica celebra la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, un contrapunto providencial a estas proclamas terrenales. Instituida por Pío XI en 1925 para contrarrestar totalitarismos, esta fiesta proclama a Jesús no como un monarca de ejércitos invencibles, sino como Rey crucificado, cuyo poder radica en la humildad, el servicio y la entrega. «Mi reino no es de este mundo», dijo en su juicio (Jn 18,36); su corona, de espinas, no de laureles.
Frente a la «fortaleza» de Sheinbaum —un eco del César más que de Cristo—, la liturgia invita a una realeza auténtica: la que escucha al marginado, dialoga con el disidente y transforma no por decreto, sino por justicia.
La convulsa transformación que Sheinbaum defiende merece más que arrobamientos sintiéndose la madre del pueblo, exige rendición de cuentas, reformas reales en seguridad y un gobierno que no tema la crítica, sino que la acoja como aliada. De lo contrario, su «más fuerte soy» podría convertirse en epitafio de una era. Y la historia es maestra excepcional. México, herido pero resiliente, anhela líderes que reinan sirviendo, no presumiendo. Hoy, en la fiesta de Cristo Rey, es justo pedir por esa conversión, de la fuerza artificial a la verdadera, la que eleva a todos.
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