La Iglesia es de Cristo

  La Iglesia es de Cristo, nosotros somos parte de su Cuerpo Místico, nosotros somos de Cristo. Quiero decir con esta triple afirmación que si la Iglesia permanece y subsiste es gracias a nuestro Señor. En ocasiones, nos ponemos nerviosos pensando en los errores de unos y de otros (hago un parón: nuestros pecados pueden ser mayores de los que vemos en los demás). Parece como si la barca se hundiera. Pero el Señor ha sido claro en su promesa: las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella. Es importante nuestra colaboración. Ya ha recordado Francisco que “la Iglesia somos todos”. Por tanto, hemos de sentirnos responsables. Por ello, hemos de estar muy pegados a Cristo. Sólo cuando procuramos ser más de Cristo, más fieles a Él, es cuando podemos reflejar mejor el verdadero rostro del Maestro. Pero si confiamos en nuestro poder, en nuestras fuerzas, todo el edificio de nuestra vida cristiana se vendrá abajo y nos desanimaremos porque los frutos de nuestra labor habrán sido nulos. Los resultados, a la vista están. A veces, pensamos que somos nosotros los que con nuestras capacidades, nuestros talentos, nuestra sabiduría, lograremos también la conversión de nuestros amigos, familiares y conocidos, que se acerquen más a Dios y a su Iglesia. Craso error es éste. Dios se sirve de nuestros talentos, que quiere que hagamos rendir, pero no somos nosotros el sujeto principal de su obra, sino que es Él mismo. Nuestra tarea no será tanto la de “hacer” como la de “dejar que Él haga en nosotros”. El trato cercano con Dios a través de la oración y los sacramentos posibilitará que otros puedan ver la maravilla de ser cristianos. Ojo con descuidar estas “bombonas de oxígeno” que nos pueden llevar a caer en el activismo y a tratar de colocarnos por encima de Dios, olvidando que somos sólo criaturas, creadas por el Amor y para amar. La santidad es obra de Dios que requiere nuestra colaboración. En la Iglesia de Dios y en nuestros apostolados, no perdamos nunca de vista este enfoque. Dios obra en nosotros,  dejémosle hacer a Él y pongámonos a la escucha de sus inspiraciones. Ésta será la manera adecuada para que avancemos como católicos y para que la Iglesia sea lo más parecida a como quiere su Fundador.