No soy yo persona delgada. Tampoco se confundan: puedo hacer deporte sin que me tengan que llevar directamente luego al hospital. Digamos que como suele decirse en plan de broma, estoy bien cuidado. Culpa de mi mujer, que es un 10 también en la cocina, aunque luego ella se queje. En una de las últimas ocasiones que me encontré con una persona muy cercana, se acababa de confesar. No es que hace varios años que estuviera sin hacerlo, pero aún así me dijo, con una sonrisa en los labios: “noto como si pesara varios kilos menos”. Ese mismo día, precisamente, yo había quedado con el sacerdote. Lo mismo, tampoco es que llevara años sin confesarme, pero uno necesita siempre limpiar la casa, dejarla recogida. Recuerdo que al salir y al montarme en el coche, noté que efectivamente pesaba varios kilos menos. Entonces pensé que era exactamente lo mismo que me había dicho la otra persona. Para confesarse, no esperemos a grandes pecados. Y si los tenemos, no esperemos más para confesarnos ese mismo día. Vayamos quitando lo que estorba, repongamos fuerzas, acudamos al Sacramento de la Misericordia. Hoy, que celebramos a San Juan Pablo II, quien firmó la Encíclica Dives in Misericordia, instituyó la Fiesta de la Divina Misericordia, murió el ultimo día de la Novena de la Misericordia de Dios, fue canonizado en esa Fiesta, canonizó a Faustina Kowalska, quizá sea hoy el día de volver a estar ligero de peso. Ya les digo que la nueva religión del Gym le puede quitar muchos kilos de encima (o no), pero lo que quita una Confesión le dejará con un aspecto mucho más agradable: el de un alma limpia.
La Confesión … o cuando uno pesa varios kilos menos

| 22 octubre, 2014