Una Pontificia Academia sin vida

Here’s the joy! Young Americans celebrate outside the Supreme Court, Friday, June 24, 2022. (AP Photo/Jose Luis Magana)
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Por Anthony Esolen

Los católicos estadounidenses que hemos estado luchando por la vida del niño no nacido tuvimos mucho que celebrar cuando el Tribunal Supremo se retractó por fin de su larga usurpación del poder legislativo, y declaró que el desmembramiento de un niño en el vientre materno ya no es un derecho garantizado por la Constitución. Uno podría pensar que las campanas de la Iglesia estarían sonando por todas partes. Nos llega esto de la organización vaticana más preocupada por el asunto. Merece ser compartido en su totalidad:

La Pontificia Academia para la Vida se une a la declaración de los Obispos de Estados Unidos sobre la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Como declararon el Arzobispo H. Gómez y el Arzobispo Lori:

«Es un momento para sanar las heridas y reparar las divisiones sociales; es un momento para la reflexión razonada y el diálogo civil, y para unirnos para construir una sociedad y una economía que apoye a los matrimonios y a las familias, y en la que cada mujer tenga el apoyo y los recursos que necesita para traer a su hijo a este mundo con amor.»

El dictamen del Tribunal muestra cómo la cuestión del aborto sigue suscitando un acalorado debate. El hecho de que un gran país con una larga tradición democrática haya cambiado su posición sobre esta cuestión también interpela al mundo entero. No es justo que el problema se deje de lado sin una consideración global adecuada. La protección y defensa de la vida humana no es una cuestión que pueda quedar confinada al ejercicio de los derechos individuales, sino que es un asunto de amplio calado social. Después de 50 años, es importante reabrir un debate no ideológico sobre el lugar que ocupa la protección de la vida en una sociedad civil para preguntarnos qué tipo de convivencia y sociedad queremos construir.

Se trata de desarrollar opciones políticas que promuevan condiciones de existencia a favor de la vida sin caer en posiciones ideológicas a priori. Esto significa también asegurar una educación sexual adecuada, garantizar una asistencia sanitaria accesible a todos y preparar medidas legislativas para proteger la familia y la maternidad, superando las desigualdades existentes. Es necesaria una sólida asistencia a las madres, a las parejas y al niño por nacer, que implique a toda la comunidad, fomentando la posibilidad de que las madres con dificultades sigan adelante con el embarazo y confíen el niño a quienes puedan garantizar su crecimiento.

El arzobispo Paglia dijo «frente a una sociedad occidental que está perdiendo la pasión por la vida, este acto es una poderosa invitación a reflexionar juntos sobre la grave y urgente cuestión de la generatividad humana y las condiciones que la hacen posible; al elegir la vida, está en juego nuestra responsabilidad por el futuro de la humanidad».

He visto caras más alegres en un funeral. Permítanme señalar lo que no hay aquí:

– Ninguna mención a Dios, ni a Jesucristo.

– Ninguna alegría, porque quizá se salven cientos de miles de vidas.

– Ninguna meditación sobre la belleza y la santidad del niño.

– Ningún sentimiento de alivio, porque un gran mal puede estar en retirada, un mal que ha hecho lo que hacen todos los males: ha corrompido a las personas que lo realizan o lo permiten.

– Ninguna gratitud por los americanos del movimiento pro-vida que han hecho un trabajo tan duro, a menudo con poco apoyo de la Iglesia oficial, para mantener viva la cuestión política, y para proporcionar a las mujeres en circunstancias difíciles atención médica, ropa, fórmula para el bebé, un lugar para quedarse, etc.

– Ninguna observación de que el aborto está ligado a otros pecados contra el niño y la familia, pecados que hemos llegado a aceptar con un encogimiento de hombros. El más significativo de ellos es la fornicación. Según la CDC, en 2019, las mujeres solteras representaron el 86% de los abortos en los Estados Unidos.

– Ninguna valoración de que debamos, por tanto, intentar resucitar, o más bien reconstruir desde los escombros, una cultura genuinamente humana que promueva la unión del hombre y la mujer en el matrimonio.

Mientras tanto, un documento que insiste en que debemos tener un «debate no ideológico sobre el lugar que ocupa la protección de la vida en una sociedad civil«, y que debemos promover “condiciones de existencia a favor de la vida sin caer en posiciones ideológicas a priori«, es en sí mismo un caso de estudio ideológico.

Aquí, al parecer, los luchadores provida de Estados Unidos estarían felices con ser ignorados ingratamente. En cambio, se les tiene bajo sospecha por su imputado apego a los «derechos individuales», sea lo que sea que eso signifique.

Sin embargo, los propios autores parecen estar apegados a una visión del mundo que es individualista y estatista a la vez. Si tuvieran en mente el matrimonio y la formación de hogares estables y ricos en niños, podrían ver cómo se desvanece la peor forma de desigualdad: la desigualdad entre lo que solía llamarse hogares de cuello blanco y de cuello azul.

Pero la desigualdad que se sugiere aquí es la que existe entre lo que ganan los hombres y lo que ganan las mujeres; y su preocupación presupone que los hombres y las mujeres son meros individuos en el ámbito económico, que compiten entre sí, en lugar de estar destinados a unirse en el matrimonio y, por lo tanto, a cooperar en la labor más humana de construir el hogar y la familia.

De hecho, el documento revela un sesgo hacia el materialismo, hacia las soluciones tecnocráticas y burocráticas a los problemas morales y espirituales. Me sorprende que, después de sesenta años de un fracaso tan evidente, se siga promoviendo la educación sexual como una solución para cualquier cosa.

Está muy bien invocar a «toda la comunidad» en la cuestión de dar la bienvenida a un nuevo niño al mundo, pero ¿dónde están esas comunidades? ¿Dónde pueden estar, cuando tantas personas no están casadas y viven solas, y cuando los propios casados tienen pocos hijos, y cuando todo el mundo está trabajando todo el tiempo?

¿O acaso «toda la comunidad» es un eufemismo para referirse al Estado y a sus numerosos e interesados estratos de intermediarios?

Sí, me parece bien el debate «no ideológico» sobre lo que pretendemos: una sociedad real, rica en niños y alegre, y no sólo la «coexistencia» de actores económicos atomizados.

Pero, Señor, es hora de la alegría, ¿no?

Acerca del autor:

Anthony Esolen es profesor, traductor y escritor. Entre sus libros se encuentran Out of the Ashes: Rebuilding American Culture y Nostalgia: Going Home in a Homeless World, y más recientemente The Hundredfold: Songs for the Lord. Es profesor y escritor residente en Magdalen College of the Liberal Arts, en Warner, New Hampshire.

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