Por Randall Smith
Recientemente leí el artículo de una profesora que, en una reunión del Departamento de Inglés en su universidad jesuita, mostró entusiasmo por un curso sobre poesía católica que había desarrollado, y recibió resistencia. Finalmente, un miembro senior del departamento, “hablando en nombre de sí mismo y de sus colegas escépticos”, declaró: “Alguien tendrá que demostrarme que esta es una manera legítima de estudiar literatura”. Un estudiante en una universidad católica me contó algo similar; su profesor de inglés insistía en que la “literatura católica” no era una categoría válida.
Existen cursos sobre poesía española, literatura francesa, poesía renacentista, literatura del siglo XIX y hasta poesía lesbiana antigua. ¿Pero un curso sobre poesía o literatura católica? ¿Es esto evidencia de prejuicio anticatólico?
Los cursos sobre influencias diversas en el arte y la literatura son comunes. ¿Por qué no la fe católica del autor? ¿Se puede entender los Cuentos de Canterbury de Chaucer, la Commedia de Dante, Los novios de Manzoni o los cuentos de Flannery O’Connor sin tener en cuenta la fe católica de sus autores? Algunos parecen pensar que el “arte” y la fe católica son incompatibles, pese a la gran cantidad de obras inspiradas por la fe católica o cristiana de sus creadores.
Recientemente asistí a una maravillosa conferencia sobre “La Imaginación Católica” en la Universidad de Notre Dame. Mi experiencia allí consolidó algo que llevo notando desde hace años: hay un renacimiento en el arte, la arquitectura, la poesía y la literatura en este país. Las iglesias clásicas bellas vuelven a ser diseñadas y construidas en lugar de templos feos. Los jóvenes estudian artes clásicas como la construcción, la escultura y la pintura. Los poetas vuelven a escribir en verso. Las escuelas ofrecen latín y griego y enseñan los clásicos de la literatura occidental.
¿Y quiénes están en la vanguardia de esta revolución “clásica” contracultural? Los católicos. No me refiero a la Iglesia como institución, sino a católicos –laicos, en su mayoría, y también algunos sacerdotes– que han decidido que la verdad, la bondad y la belleza deben tener un lugar prominente en nuestra cultura y en la educación de los jóvenes. Actualmente, el “clásico” casi siempre va acompañado de “católico”.
¿Dónde se enseña arquitectura clásica? En escuelas católicas. ¿Dónde se pueden tomar cursos para escribir como los grandes poetas y narradores de Occidente? La Universidad de St. Thomas en Houston es uno de los mejores lugares para esto. ¿Dónde aprenden jóvenes el canto polifónico? En escuelas católicas. ¿Quién produjo el primer ballet clásico en décadas, Rafaella? Un católico. ¿Y quién compuso la música clásica para acompañarlo? Otro católico. Los católicos no son los únicos, pero es común encontrarlos involucrados.
Recientemente, el hijo de siete años de un amigo me preguntó si había leído la Ilíada. “¿Te gustan las historias con muchas batallas y guerreros?” le pregunté. Me respondió que sí, y luego me sorprendió al narrarme toda la historia: Príncipe Héctor, Aquiles, el cuerpo de Héctor arrastrado… Él asiste a una escuela católica clásica, una de tantas que están creciendo en el país.
Cuando otros preguntan si una universidad puede ser católica, me pregunto si una universidad puede prosperar sin serlo, o al menos sin estar impregnada del espíritu y la tradición católica. Cuando preguntan si las artes pueden ser “católicas”, me pregunto si las artes pueden prosperar si no están nutridas por el espíritu católico. La evidencia de lo que sucede cuando las universidades y las artes ya no se nutren del espíritu cristiano no es alentadora.
Como profesor de teología, tengo interés en promover la educación católica. Pero incluso si enseñara otras disciplinas, apostaría por una institución católica conservadora. Aunque no son perfectas, en estas instituciones los profesores tienen más probabilidades de conservar su trabajo. La mayoría aún cree en leer libros.
Cuando el Imperio Romano colapsó en Occidente, se perdieron bibliotecas. Solo tenemos los textos clásicos de la antigua Grecia y Roma porque monjes católicos los copiaron a mano, preservándolos en una época en la que a nadie le importaba, esperando que Europa despertara algún día de su letargo bárbaro. Parece que la tarea de preservar la cultura clásica ha recaído nuevamente en unos pocos enclaves católicos. Gracias a Dios alguien lo está haciendo.
Acerca del autor
Randall B. Smith es profesor de teología en la Universidad de St. Thomas en Houston, Texas. Su último libro es From Here to Eternity: Reflections on Death, Immortality, and the Resurrection of the Body.
Cath-olikós, de «cath-, cátedra, silla, significa enseñanza, doctrina. -olikós, del griego «olikós», total, íntegro… O sea, cath-olikós significa doctrina total, entera, íntegra. No significa universal en sentido geográfico por más que lo dijera san Agustín. Es absurdo, el griego lo expresa directamente, doctrina entera, sin necesidad de adaptaciones. La fe católica comprende en su «totalidad» toda la doctrina religiosa basada en tres apartados: fe, moral y culto. No hay más. Esto sólo lo tiene la religión católica, y algunas otras parcialmente.