Por Mary Eberstadt
Simone Rizkallah, PhilosCatholic: Mary, apenas dos semanas después del ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre, diste el discurso principal en una conferencia en la Universidad Franciscana de Steubenville titulada “Nostra Aetate y el futuro de las relaciones católico-judías en un tiempo de creciente antisemitismo”. Esa misma semana, publicaste un artículo en el National Catholic Register titulado “Católicos contra el antisemitismo: ahora más que nunca”.
Hiciste referencia a Nostra Aetate, promulgada en 1965: el rechazo oficial de la Iglesia a la culpabilidad colectiva de los judíos; y a los esfuerzos personales del Papa San Juan Pablo II y de otros para fortalecer las relaciones católico-judías.
¿Cómo ha evolucionado tu comprensión del antisemitismo desde entonces?
Mary Eberstadt: Mi comprensión del antisemitismo no ha evolucionado. Como señalé en mi discurso en esa histórica conferencia, “el antisemitismo es un mal único. No tiene nada que ver con personas judías concretas. No, puede insinuarse —y lo hace— en almas con grietas peculiares e invisibles. Estas almas no necesitan haber tenido jamás contacto con judíos reales”. Lo que sí ha evolucionado es mi comprensión de cuán crucial es hablarles a los católicos hoy, especialmente a los jóvenes, sobre lo que su catolicismo significa cuando se trata de nuestros “hermanos mayores en la fe”, como los llamó San Juan Pablo II: los judíos.
Quiero compartir tres puntos con mis hermanos católicos hoy. Todos hemos leído el Catecismo. El mal camina entre nosotros. El mal es real. Y que los católicos hagan la vista gorda ante esa realidad, en el caso específico del antisemitismo, es simplemente moralmente inaceptable.
Este punto exige énfasis, porque nosotros los católicos —y muchos de nuestros amigos no católicos— lo pasamos por alto con frecuencia. Se escucha a menudo, por ejemplo: “¿Qué está haciendo la jerarquía católica respecto a este o aquel problema, incluido el antisemitismo?” O bien: “¿Qué ha dicho el Papa?”, como si mil millones de católicos pudieran suspender su capacidad de juicio prudencial solo porque tenemos un Papa.
Dejemos que los teólogos expliquen la doctrina de la infalibilidad. Nosotros, los no teólogos, quedémonos con los hechos no teológicos. Una larga tradición de enseñanza nos instruye que los laicos tenemos un papel único en la tierra y en la historia de la salvación. Y si esa enseñanza se aplica en algún ámbito, es en este: el que llama a los católicos a dar un paso al frente contra el antisemitismo.
Los católicos no podemos eludir nuestra responsabilidad individual hacia los judíos —ni hacia ninguna otra cosa. Cuando uno cree, como enseña el Catecismo y otros textos católicos, que ha sido creado a imagen de nada menos que Dios; cuando uno cree, como han enseñado algunos de los más grandes maestros católicos a lo largo de los siglos, que ha sido dotado con facultades de razón que le permiten acercarse a las verdades de Dios; uno no puede evitar el mandato de “perfeccionar el orden temporal”, como dice el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos de 1965, entre otros documentos. Y eso incluye combatir el odio y la violencia contra los judíos.
Simone Rizkallah: ¿Cómo persuadirías a católicos que, de entrada, podrían desestimar estas preocupaciones sobre el antisemitismo para que reconozcan la realidad del problema?
Mary Eberstadt: Ese es el segundo punto. Desde el 7 de octubre de 2023, dos ideas malignas han flotado, aunque inestablemente, sobre el paisaje occidental. Una es que los judíos, de algún modo, provocaron aquella infamia —el clásico antisemitismo de culpar a la víctima. Esto no es cierto, tanto como no lo es decir que Estados Unidos provocó el 11-S. Pero esta calumnia sigue circulando en memes, redes sociales y dondequiera que se vendan ideas estúpidas.
Una segunda variante, seudo-sabia y aún más perniciosa, es la de la equivalencia moral: que el 7 de octubre fue una tragedia, pero que lo que Israel ha hecho desde entonces es peor. Ambas ideas son erróneas y dañinas. Son indignas de cualquier persona con los hemisferios cerebrales en funcionamiento. Y los católicos, más que ningún otro grupo cristiano, están especialmente posicionados para rechazar estas insidiosas propuestas.
Específicamente, tenemos la doctrina de la guerra justa: un cuerpo de enseñanza que se remonta a más de 1,500 años y que ha sido moldeado por algunas de las mentes más grandes de la historia de la Iglesia y de la humanidad, incluyendo, pero no limitándose a, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y otros gigantes. La doctrina de la guerra justa nos da el único marco moral necesario para comprender exactamente lo que ocurrió el 7 de octubre y lo que ha seguido. Sus principios aplicados demuestran sin lugar a dudas quién fue el agresor, quiénes fueron los inocentes, quién tenía el derecho a la legítima defensa, etc.
La guerra justa destruye la equivalencia moral como si fuera un ídolo.
Nuestros hermanos evangélicos protestantes han salido en defensa del pueblo judío con espíritu combativo y en número admirable, en parte por razones de teología milenarista que los católicos no compartimos. Los católicos tenemos una razón distinta para nuestra solidaridad con el pueblo de la Alianza: no porque tengamos expectativas teológicas o de otro tipo, sino simplemente porque es lo correcto. Intrínsecamente, como católicos.
Simone Rizkallah: ¿Cómo respondes a quienes argumentan que las acusaciones de antisemitismo se usan en exceso o se exageran en el discurso actual?
Mary Eberstadt: Algunos recordarán de Filosofía 101 la historia del filósofo del siglo XVIII George Berkeley, quien propuso la idea del inmaterialismo —la noción de que el mundo no es real. En respuesta a esa teoría, Samuel Johnson, según se cuenta, pateó una roca y dijo: “¡La refuto así!”
Esa es la mejor manera de desechar la idea maliciosa de que el antisemitismo está siendo exagerado: negarse a entrar en ese juego. Por supuesto, también se puede señalar el registro empírico. Trágicamente, la historia abunda —desde hace milenios— con ejemplos de furores sangrientos dirigidos a exterminar a los judíos.
Pero a medida que los horrores del siglo XX se alejan de la memoria viva, y que las redes sociales sustituyen a la historia verificable para muchos, no podemos esperar que el conocimiento del pasado sea suficiente para que los católicos hagan lo correcto. Necesitamos algo más.
Y así, un tercer punto que espero que los católicos —sobre todo los jóvenes— tomen en serio.
Además de la doctrina de la guerra justa, los católicos —y especialmente los jóvenes, sin importar su nivel de práctica religiosa— poseen un lenguaje particular y único para comprender el antisemitismo, y la necesidad de proteger y defender a quienes necesitan ayuda entre nosotros. Esto se debe a su dedicación, más ferviente que en ningún otro grupo, a la causa de la vida.
Nuestros jóvenes católicos son empáticos. Lo único que necesitan saber para estar a la altura de este momento es que la negativa del pueblo judío a morir ha enfurecido a sus enemigos a lo largo de la historia. Que el amor judío por la vida —que no es otra cosa que el amor por la vida ordenado por el mismo Dios— une a judíos y cristianos como ninguna otra fuerza. Como señalé en la Universidad Franciscana: “Hamas y otros enemigos del pueblo judío dicen con desprecio: ‘los judíos aman la vida’. Así es. Y nosotros también”.
Este amor conjunto por la vida es una bofetada en el rostro de nuestros enemigos comunes: el secularismo desecado y antinatalista; el islamismo sangriento; el nihilismo que reniega del matrimonio y de los hijos. Las mismas personas y fuerzas que odian a los judíos odian también a los cristianos —especialmente a los católicos. Desde el 7 de octubre, los delitos antisemitas se han triplicado en Estados Unidos. Desde el verano de 2020, un número récord de iglesias y propiedades católicas han sido atacadas y profanadas.
Y no solo en Estados Unidos. Como muestra Robert Royal en su nuevo libro The Martyrs of the New Millennium, hoy hay más cristianos en peligro de martirio que en cualquier otro momento de la historia. Como también ha quedado claro en los meses y años desde el 7 de octubre, el deseo de borrar a los judíos de la Creación ha sido reavivado por Hamas, por otros grupos terroristas, y por sus fríos partidarios en Estados Unidos y Europa, incluso en ciertos campus universitarios salvajes.
Hoy, la Coalition of Catholics Against Antisemitism da un nuevo paso: llamar a los católicos a un nuevo abolicionismo. El abolicionismo original surgió en el siglo XVIII, principalmente en los salones de la Europa ilustrada. Si se hubiera quedado en manos de los intelectuales, seguramente habría muerto lentamente en esos salones.
Pero ocurrió otra cosa. Las manos callosas de agricultores y otras personas muy alejadas de los salones, trabajando la tierra en lugares como Nueva Inglaterra y el norte del estado de Nueva York, tomaron las Escrituras y se tomaron a pecho la realidad de la esclavitud. Fue en oraciones y sermones en pequeñas iglesias protestantes —de cuáqueros, wesleyanos y muchas almas anónimas— que el deber de hacer lo correcto por los esclavos se volvió ineludible. Así como también fueron sacerdotes católicos y otros cristianos quienes estuvieron en primera línea del movimiento por los derechos civiles en los años 60.
Así pues, que los católicos, hoy mismo, se unan en un nuevo abolicionismo: una convocatoria a una solidaridad renovada con el pueblo judío, en un momento en que la malicia dirigida contra él sigue mostrando su rostro serpentino.
Acerca del autor
Mary Eberstadt es investigadora sénior en el Faith and Reason Institute y titular de la Cátedra Panula en el Catholic Information Center. Su libro más reciente es Adam and Eve after the Pill, Revisited, con prólogo del Cardenal George Pell.
Vergüenza que Infovaticana publique ésto
Maravilloso:
Un congreso para rehabilitar a al pueblo deicida, a la sinagoga de Satanás, a la raza de víboras, a los pervertidores de la Cristiandad, como los llamó Nuestro Señor.
Algunos de ellos: Bergoglio, Soros, Gates, Zukerberg, Marx, Lenin…
«Oremos por los PÉRFIDOS judios…» De la liturgia del viernes santo. Misa preconciliar.
Y ahora qué hacemos con la sinagoga de satanás??? (Apocalipsis 2:9 y 3:9) Nos arrodillamos ante los asesinos de Nuestro Señor???
Ya sabemos que le Papa Bergoglio es uno de ellos, como lo han confirmado sus hermanos de sangre. Aquellos que el Salvador llamó: «raza de víboras» e «hijos de satanás» (Mateo 23, 33) y (Juan 8, 44).
Recordemos, como ejemplo, lo que hacían los monarcas santos con estos enemigos de la cristiandad: San Luis, rey de Francia, obligó a los judíos a llevar una rodela amarilla en el vestido y en 1254 los expulsó de sus dominios.
Hoy tenemos a los Soros, Rotchild, Suckerberg, Gates, el médico abortista Natanson y otros sujetos que gastan millones de dolares para pervertir al occidente cristiano.