Serán odiados por todas las naciones

Image created by Piotr Młodożeniec, 2000 [via Wikipedia]
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Por Robert Royal

En apenas los últimos días, cientos de cristianos han sido asesinados, violados y torturados en Siria. Cuando los medios de comunicación siquiera se dan cuenta de lo que ocurre —el New York Times de ayer solo publicó una “actualización” de un artículo anterior y la última historia del Washington Post sobre las masacres apareció el viernes—, normalmente solo mencionan ataques contra “civiles” o alauitas, la secta islámica a la que pertenece la familia al-Asad, antiguos gobernantes de Siria. Es cierto que los cristianos sirios están atrapados en la agitación política más amplia de su país. Pero, como sucede con los cristianos de todo el mundo, también es cierto que los están matando y persiguiendo específicamente por su fe.

Soy particularmente sensible a estas injusticias porque mi libro Los mártires del nuevo milenio: La persecución global de los cristianos en el siglo XXI se publicará dentro de unas semanas. Cualquiera que observe sistemáticamente lo que les ha sucedido a los cristianos en el primer cuarto de nuestro siglo —y no solo en Oriente Medio, África, China y el Lejano Oriente, sino incluso en nuestro antaño cristiano “Occidente”— no puede menos que quedar impactado. Según estimaciones bastante sobrias, unos 300 millones de cristianos en todo el mundo están bajo amenaza.

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Este libro es en cierto modo una secuela de mi obra Mártires católicos del siglo XX, que respondía al pedido del Papa Juan Pablo II de que, como parte de las celebraciones del Año Jubilar 2000, la Iglesia recordara a los mártires del siglo anterior. El Papa organizó un evento inspirador en el Coliseo el 7 de mayo del 2000, donde representantes de la Iglesia católica, la ortodoxa y las iglesias protestantes contaron las historias de sus mártires. Esa mañana le entregué al Papa un ejemplar de mi libro.

Aid to the Church in Need USA me pidió escribir el nuevo libro debido al trabajo esencial que realizan en muchos países donde los cristianos no solo están muriendo, sino que necesitan apoyo externo. ACN International lo traducirá a varios idiomas y lo publicará en distintos países como parte de las celebraciones del Jubileo de 2025. Y esperamos, como en el año 2000, entregarle un ejemplar al Papa en mayo.

El cambio que se ha producido entre ambos volúmenes es revelador. En 2000, escribir sobre mártires cristianos significaba mirar hacia atrás, hacia los totalitarismos que produjeron elevadas cifras de muertos en la Unión Soviética, las naciones del Pacto de Varsovia, la Alemania nazi, China, las guerras civiles de México y España, y demás. Los choques y muertes ocurrieron casi exclusivamente como resultado del ateísmo moderno que buscaba erradicar el cristianismo. El comunismo era el campeón mundial.

Eso sigue siendo cierto en Corea del Norte (actual campeona, por consenso general), China (con escasa resistencia desde Roma), y Nicaragua, Venezuela y Cuba (también con escasa resistencia). Pero con mucho, las cifras más altas de muertos actualmente provienen del islamismo militante. El novelista indio-británico Salman Rushdie, quien fue objeto de una fatwa del ayatolá Jomeini de Irán y fue gravemente herido y perdió un ojo por un musulmán extremista en Nueva York, ha dicho: “después de haber superado el fascismo, el nazismo y el estalinismo, el mundo ahora enfrenta una nueva amenaza totalitaria global: el islamismo.”

La amenaza no existe solo en Oriente Medio, aunque allí aumenta y disminuye según las circunstancias. Las fuerzas occidentales lograron suprimir al ISIS en Medio Oriente y el norte de África por un tiempo, aunque las afiliadas de ISIS y organizaciones similares aún persisten. Pero la ideología se trasladó al África central, donde hoy se llevan a cabo muchas de las persecuciones más violentas contra los cristianos.

Solo en Nigeria, se asesinan casi 5.000 cristianos cada año. (La administración Biden retiró a Nigeria de la lista de países de especial preocupación; la administración Trump podría prestar un gran servicio a los cristianos reincorporando a Nigeria en esa lista). Peor aún, movimientos en varias naciones africanas, así como en el Lejano Oriente, trabajan explícitamente por crear un Califato Islámico mundial.

Las instituciones internacionales y los gobiernos occidentales hacen poco para detener estos avances, y ni siquiera dicen mucho, por dos razones, según mi parecer.

Primero, hay una especie de racismo implícito en juego. Es como si el mundo hubiera decidido que no se puede esperar que los árabes, africanos o asiáticos vivan según normas morales básicas. También hay una incapacidad para entender que el mundo no es un lugar donde, como muchos occidentales ingenuos creen, todos podemos simplemente

Como observó en su momento uno de nuestros colaboradores fundadores, el P. James Schall, tras un atentado suicida islámico, las personas en Occidente tienden a explicar tales actos como respuestas a la opresión o como violaciones de normas internacionales “definidas generalmente en términos de filosofía política occidental que ningún terrorista suicida seguiría jamás.”

La mayoría de los musulmanes son pacíficos, al menos en el corto plazo. Pero este choque religioso de visiones es una realidad incómoda que las sociedades pluralistas de Occidente se verán obligadas a enfrentar a largo plazo.

De hecho, algunas ya lo están haciendo. Muchos católicos conocen el caso del asesinato del P. Jacques Hamel durante la Misa en Francia. Pero muchos menos saben de los tres fieles asesinados en Niza poco después, y de muchos otros ataques con cuchillo en Francia, Alemania y el Reino Unido.

En el Reino Unido incluso se ha comenzado a implementar lo que muchos llaman una “justicia de dos niveles” en lo que respecta a delitos cometidos por inmigrantes musulmanes —incluyendo la imposición de leyes virtuales de blasfemia contra quienes comentan públicamente estos hechos tan frecuentes y evidentes.

Y en América del Norte no estamos libres de actos anticristianos. México es el país más peligroso del mundo para un sacerdote católico, debido a los carteles y la criminalidad generalizada. En Estados Unidos, nuestros obispos han documentado cientos de “crímenes de odio” anticatólicos cada año. En Canadá, decenas de iglesias fueron incendiadas por supuestas fosas comunes en escuelas dirigidas por católicos hace un siglo. El Papa Francisco incluso viajó a Canadá para pedir perdón. Pero el gobierno canadiense acaba de suspender la investigación sobre esas “fosas comunes”, tras no hallar nada.

Y esto, para mí, indica la segunda gran razón por la que Occidente dice y hace tan poco frente a la violencia y persecución anticristiana: nuestras élites creen que el pasado del cristianismo es algo vergonzoso y que debe superarse —que incluso, debido a algunas de sus creencias, merece ser discriminado.

Algunos cristianos creen que nos odian por nuestros errores. Pero no. Muchos nos odian por aquello que profesamos con razón.

Cristo mismo nos advirtió: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya.” (Juan 15,18)

TCT prestará especial atención a ese odio en algunas nuevas iniciativas que lanzaremos en los próximos meses. Estén atentos.

Acerca del autor

Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West y A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century.

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