Por Stephen P. White
La historia más temprana de la Iglesia Católica en los Estados Unidos es decididamente mariana. La primera Misa registrada en lo que hoy es territorio estadounidense se celebró en la actual ciudad de San Agustín, Florida, en 1565. La fecha fue el 8 de septiembre: la Natividad de la Santísima Virgen. Las colonias angloparlantes tendrían que esperar casi siete décadas para su primera Misa, que se celebró en lo que hoy es Maryland, en el año 1634. La fecha fue el 25 de marzo: la Fiesta de la Anunciación.
Por supuesto, la historia del catolicismo en el Nuevo Mundo se remonta aún más atrás. Sabemos que Cristóbal Colón llevó varios sacerdotes con él en su segundo viaje, y la primera Misa registrada en el Nuevo Mundo se celebró en 1494, en la Fiesta de la Epifanía, en lo que hoy es la República Dominicana. (Pensemos que la primera Misa en el Nuevo Mundo se celebró menos de 100 años después de la muerte de Geoffrey Chaucer).
La Epifanía, la Anunciación, la Natividad de María: Nuestra Señora estuvo decididamente presente en cada ocasión. No debería sorprendernos que, en cada lugar al que va la Iglesia, en cada lugar donde se proclama el Evangelio y se celebra la Misa, allí está la Madre de Dios, señalando el camino hacia su Hijo. Esto nos lleva a la fiesta que celebramos hoy, la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
En 1531, Nuestra Señora se apareció al campesino náhuatl, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, en el cerro del Tepeyac. Juan Diego había nacido cerca de la capital azteca y vivió la mitad de su vida en ese mundo precolombino. Se acercaba a los cincuenta años cuando llegaron los conquistadores, y Hernán Cortés y su pequeño ejército trastornaron el mundo mesoamericano. Juan Diego no hablaba español, aunque fue uno de los primeros conversos al cristianismo y tomó un nombre español en su bautismo. Fue a través de este humilde hombre que Nuestra Señora dejaría su marca más indeleble en el Nuevo Mundo.
Es típico de Nuestra Señora que la historia de Guadalupe sea tan simple y accesible que incluso un niño pequeño pueda entenderla: el campesino Juan Diego, la hermosa dama, el obispo comprensiblemente escéptico, la tilma, la imagen milagrosa. (Escuché por primera vez la historia de Guadalupe de mis padres, que me leían el hermoso libro de Tomie dePaola, The Lady of Guadalupe. ¡Qué tesoro era y sigue siendo ese libro!) Y es típico de Nuestra Señora que, bajo la superficie simple de su historia, se encuentren profundidades extraordinarias que invitan a una reflexión constante.
María humaniza el gran misterio de la Encarnación. Es tan literalmente cierto que ni siquiera estoy seguro de que califique como un juego de palabras. Una cosa es decir que Dios se hizo hombre, que nació, que murió o incluso que resucitó. Es algo mucho más humano decir que Jesús tuvo una madre. Tal vez esto sea porque, como la mayoría de las personas, no tengo memoria de mi propia concepción, ni de haber nacido, ni he experimentado la muerte, mucho menos la resurrección. Pero sí tengo una madre, y lo mismo ocurre con el Verbo Encarnado.
En 1999, el Papa Juan Pablo II visitó la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe durante un viaje apostólico que lo llevó a México y a los Estados Unidos. En esa ocasión, reflexionó (como solía hacerlo) sobre la Encarnación y la intervención de Dios en la historia: “Al hacerse hombre, Dios ha entrado de algún modo en nuestro tiempo y ha transformado nuestra historia en historia de salvación. Una historia que incluye todas las vicisitudes del mundo y de la humanidad, desde la creación hasta su conclusión, pero que avanza a través de momentos y fechas importantes.”
Entre esos momentos y fechas importantes con los que marcamos la obra de Dios en la historia, destaca la llegada de la fe cristiana a las Américas. Y allí, en los albores de esa gran ola de evangelización, ya encontramos a la Virgen de Guadalupe.
En 2002, Juan Pablo II visitó nuevamente Ciudad de México, esta vez para la canonización de Juan Diego. El Papa subrayó el significado del “acontecimiento guadalupano” para todas las Américas: “El mensaje de Cristo, a través de su Madre, asumió los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el sentido definitivo de salvación… En consecuencia, Guadalupe y Juan Diego tienen un profundo significado eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.”
Toda la historia de la Iglesia es decididamente mariana, como insistimos los católicos. No debería sorprendernos que María estuviera presente en los inicios de la evangelización del Nuevo Mundo, al igual que en el Viejo. No debería sorprendernos, quizás, pero sigue siendo algo maravilloso de contemplar.
“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” Estas palabras de Nuestra Señora a Juan Diego, en su lengua náhuatl, son una consolación y un alivio en un tiempo de angustia y preocupación. Estas palabras están inscritas, en español, sobre la entrada de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México, donde saludan a los millones de peregrinos que visitan ese santuario cada año.
Pero estas palabras son aún más que la tierna invitación de una madre amorosa. Son palabras que otorgan a un mundo tumultuoso – incluso en medio del violento y caótico choque entre el Viejo Mundo y el Nuevo – una identidad particular y sólida. Ella, que es nuestra madre, está aquí. Ella está aquí en esta tierra, en este continente. Habla la lengua nativa. Aparece vestida con la ropa del pueblo nativo. No es impuesta a este Nuevo Mundo. Ella es, por así decirlo, nuestra reina nativa.
Nuestra Señora tiene muchos títulos y muchas fiestas. Lo cual es apropiado, porque tiene muchos hijos. Pero hoy es, de una manera especial, nuestro día, el día de todos los americanos para celebrarla y festejarla. Hoy damos gracias especialmente porque ella está aquí, ella que es nuestra madre.
Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América, Reina de toda América, ruega por nosotros.
Acerca del autor
Stephen P. White es director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América y fellow en estudios católicos en el Ethics and Public Policy Center.