Por Paul D. Scalia
La multiplicación de los panes y los peces por parte de nuestro Señor ocupa un lugar privilegiado en la lista de milagros. Es el único registrado por los cuatro evangelistas y el único que suscita una respuesta tan fuerte de la multitud: quieren hacerlo rey. Nos remite a la Eucaristía, fuente y cumbre de nuestra fe. Así, en esta escena, el Señor anuncia el don inestimable de la Eucaristía. En su trato con los Apóstoles, también describe cómo los Pastores de la Iglesia han de seguir alimentándonos.
Tal vez lo más significativo es que primero los pone a prueba: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?«. Hace esta pregunta no porque necesite la respuesta, sino porque Felipe y los demás necesitan pensar en ello. La tentación de los Apóstoles es confiar en los medios humanos. Como observa Felipe, «doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan«. Andrés interviene con la misma forma natural de pensar: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?«. Son voces de desánimo porque son voces del pensamiento mundano.
He aquí la tentación constante de los obispos y de los sacerdotes: confiar en el ingenio humano y en los recursos mundanos más que en Cristo. Es el naturalismo, el error de pensar que lo que realmente necesita una diócesis o una parroquia se puede encontrar en lo que el mundo proporciona. Si sólo tuviéramos más dinero, los recursos adecuados, los mejores programas, mayor presencia en los medios sociales, etc.
La Iglesia de Cristo, nacida de su costado traspasado, vive de su gracia. Podemos utilizar medios humanos y recursos mundanos (como nuestro Señor utilizó el pan y los peces, la ayuda de los Apóstoles y las cestas para los fragmentos). Pero no dependemos de ellos. Utilizamos medios mundanos; nos apoyamos en la gracia divina.
Nuestra crisis actual no se debe a la falta de ingenio humano o de recursos mundanos. La Iglesia en Alemania es rica y está moribunda. Se trata de una crisis de fe y de falta de perspectiva sobrenatural, de una falta de confianza en su gracia y en su verdad. Esta escena indica que tal ha sido siempre la tentación de los pastores y que sólo mediante tal confianza pueden los pastores alimentar al rebaño.
En el relato de San Marcos, cuando los Apóstoles expresan su preocupación por la multitud hambrienta, Jesús responde: «Denles de comer ustedes mismos». Esta respuesta tiene el mismo propósito que su pregunta sobre la compra de suficiente pan: poner a los Apóstoles frente a su insuficiencia y la del mundo. También nos lleva a una segunda lección pastoral: nuestro Señor incorpora a los Apóstoles en la realización del milagro. Les hace decir a la gente que se sienten. Les hace distribuir los panes y los peces. Así los hace colaboradores en la alimentación de su rebaño, participantes en esa obra divina.
Consideren la situación de los Apóstoles. Tenían que poseer tanto la autoridad para realizar lo que Él les pedía como la humildad para hacerlo como ministros. Sí, Él les había confiado esta tarea a ellos, no a otros. Sin embargo, era su milagro, no el de ellos. Si no ejercen esa autoridad, el milagro se ve impedido. Si no lo hacen con humildad, el milagro empieza a ser de ellos y se verá, de nuevo, impedido.
La autoridad eclesial está ordenada a la transmisión de lo que Cristo ha dado. La doble tentación de los pastores ha sido siempre la de descuidar su auténtica autoridad o la de abusar de ella para obtener un beneficio egoísta. O ambas cosas. Como indica esta escena, deben ser ministros, no dueños, de la gracia y la verdad de Cristo. Lo suyo es hacer y desaparecer.
Luego viene la última orden, un tanto curiosa: «Recojan los fragmentos que sobren, para que no se desperdicie nada». Parece superfluo. Seguramente, aquel que multiplica los panes y los peces no necesita preocuparse por las sobras. Por supuesto, Él da la orden no para su propio beneficio, sino para el de ellos – y el nuestro.
Es un deber apostólico recoger lo que Cristo ha dado, para que pueda ser transmitido a otros. Esta es la grave obligación que tienen los Pastores con la Tradición. Tienen autoridad precisamente para poder recoger y transmitir el patrimonio litúrgico y doctrinal de la Iglesia. Si no lo hacen, su autoridad se aleja de la Tradición y la distorsiona. Sin el contenido de la Tradición, sin una referencia a las generaciones pasadas y futuras, la autoridad se convierte en un mero ejercicio del poder aquí y ahora. Conduce a un positivismo magisterial que valora la autoridad de la Iglesia, no por su servicio a lo recibido y a lo que debe ser transmitido, sino simplemente porque tiene el poder de obligar.
Este intercambio de autoridad por positivismo atrapa a los fieles en un momento concreto del tiempo. Los hace prisioneros del presente, huérfanos temporales sin tradición que recibir y, por tanto, sin nada que transmitir a las generaciones futuras. Esta peligrosa situación hace que los fieles sean presa de cualquier nueva idea o, más bien, ideología que surja. Sin una Tradición en la que puedan apoyarse y por la que puedan discernir, caen fácilmente en el error.
Al igual que las multitudes que siguieron a nuestro Señor en el lugar desierto, los fieles necesitan verdaderos pastores, que se apoyen en la gracia y la verdad de Cristo, que ejerzan con humildad la auténtica autoridad y que conserven y transmitan fielmente la Tradición de la Iglesia.
Acerca del autor:
P. Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA, donde se desempeña como Vicario Episcopal para el Clero y Pastor de Saint James en Falls Church. Es el autor de That Nothing May Be Lost: Reflections on Catholic Doctrine and Devotion y editor de Sermons in Times of Crisis: Twelve Homilies to Stir Your Soul.