Por el padre Gerald E. Murray
¿Cuál es el deber de un obispo católico con respecto de la enseñanza moral de la Iglesia acerca de la atracción por el mismo sexo y los actos homosexuales? No es diferente que su deber hacia la enseñanza moral de la Iglesia en su totalidad: debe predicar y defender las verdades que se encuentran en la revelación de Dios y en la ley natural, y son presentadas con autoridad por la Iglesia para nuestra aceptación y fe en vista de nuestra salvación.
Las verdades morales nos enseñan cómo debemos vivir en este mundo para habitar por siempre en el mundo que vendrá. El obispo, consciente de las dudas y dificultades que acechan a los creyentes en nuestra agresiva sociedad secularista, debe responder a estas dificultades con verdades eternas del Evangelio.
Como el Concilio Vaticano II nos enseñó, «Expliquen la doctrina cristiana con métodos acomodados a las necesidades de los tiempos, es decir, que respondan a las dificultades y problemas que más preocupan y angustian a los hombres; defiendan también esa doctrina enseñando a los fieles a defenderla y propagarla». (Christus Dominus 13)
Esta responsabilidad se reafirmó en el Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos de 2004 aprobado por San Juan Pablo II: «En cuanto maestro y doctor auténtico de la fe, el Obispo hace de la verdad revelada el centro de su acción pastoral y el primer criterio con el que evalúa opiniones y propuestas que emergen tanto en la comunidad cristiana como en la sociedad civil y, al mismo tiempo, con la luz de la verdad ilumina el camino de la comunidad humana… La pastoral será auténtica en la medida que se apoye en la verdad». [57]
Nuestro viaje a lo largo de la vida será peligroso si seguimos el sendero equivocado. El cristianismo enseña lo que hemos recibido de Cristo, «el camino, la verdad y la vida». Este camino necesita ser proclamado con confianza por los pastores si se desea que el rebaño encuentre y siga la senda a la vida eterna.
No obstante, ¡ay!, dos de nuestros pastores hablaron recientemente de una forma que socava la enseñanza de la Iglesia con respecto de la inmoralidad del estilo de vida homosexual, y declararon que los sentimientos agraviados de ciertas personas, quienes están «ofendidas», son signos de que la Iglesia debería cambiar su enseñanza.
El obispo Robert McElroy de San Diego habló este verano con la revista America. El periodista Kevin Clarke extrajo de esa conversación:
Aunque el Catecismo de la Iglesia Católica con respecto de la homosexualidad y otras enseñanzas de la asistencia pastoral para los católicos LGBT aborrece la violencia o la discriminación injusta contra las personas que son homosexuales o lesbianas, también describe los actos homosexuales como «intrínsecamente desordenados». El obispo McElroy opina que esta frase debería ser reconsiderada. Explica, «La palabra “desordenado” para la mayoría de las personas es un término psicológico. En teología moral católica, es un vocablo filosófico que se malinterpreta en forma automática en nuestra sociedad como un juicio psicológico». Pensaba que la palabra es un ejemplo de «lenguaje muy destructivo que creo que no deberíamos usar en la pastoral».
El obispo McElroy no logra examinar si esta enseñanza es realmente verdad. De ser así, cualquier repudio del idioma con respecto de los actos intrínsecamente desordenados podría llevar a las personas a concluir (en forma equivocada pero con motivo) que la Iglesia ya no considera que la sodomía sea un pecado mortal.
Un segundo prelado, el obispo Vincent Long de Parramatta, Australia, se unió al obispo McElroy. Dio una charla en agosto durante la cual expresó:
No podemos ser una fuerza moral poderosa y una voz profética efectiva en la sociedad si somos simplemente defensivos, inconsistentes y divisivos con respecto de ciertos temas sociales. No podemos hablar acerca de la integridad de la creación, el amor de Dios universal e inclusivo, en tanto que a la vez confabulamos con las fuerzas de la opresión en el maltrato a las minorías raciales, las mujeres y las personas homosexuales. Los jóvenes no lo van a aceptar, especialmente cuando pretendemos tratar a los homosexuales con amor y compasión y sin embargo definimos su sexualidad como «intrínsecamente desordenada».
Por lo tanto tenemos dos obispos católicos que afirman en forma pública que es destructivo, defensivo, divisivo y falto de amor y compasión predicar la simple verdad acerca de que la sodomía es un uso desordenado de la facultad sexual y es entonces un pecado mortal. O decir que cualquier inclinación a cometer actos de sodomía es asimismo desordenada y debe ser resistida, ya que dichas inclinaciones no están en concordancia con el plan de Dios para la humanidad.
Apreciamos la belleza de la creación de Dios cuando actuamos en conformidad con nuestra naturaleza y de acuerdo con los mandatos positivos de Dios con respecto del uso de nuestros cuerpos. Violar la orden de Dios en los temas sexuales es serio y se convierte en más grave cuando aquellos actos están intrínsecamente desordenados porque frustran el fin procreativo de la sexualidad y no promueven la asistencia mutua —por el contrario, el daño mutuo— al cooperar con la otra persona en el comportamiento pecaminoso.
La Congregación para la Doctrina de la Fe reafirmó la enseñanza de la Iglesia en un documento de 2003 aprobado por San Juan Pablo II: «Las uniones homosexuales tampoco tienen nada de la dimensión conyugal, la cual representa la forma humana y ordenada de la sexualidad. Las relaciones sexuales son humanas siempre y cuando expresen y promuevan la asistencia mutua de los sexos en el matrimonio y sean abiertas a la generación de nueva vida».
El Papa Francisco coincide en Amoris laetitia: «No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia». [251]
Las personas descontentas con las enseñanzas de la Iglesia acerca de la homosexualidad deberían ser el objeto de nuestra asistencia especial y preocupación y ser guiadas para ver que la verdadera raíz de cualquier descontento en sus vidas no es la ley de Dios, sino el rechazo a aceptar esa ley, aun en medio de la turbulencia y tentación. La misericordia y la alegría son regalos de Dios y los experimentamos cuando nos dirigimos hacia Él, no a otro lado.
Los verdaderos pastores saben eso y deberían ayudar a sus rebaños a verlo en vez de poner más obstáculos en su camino.
El reverendo Gerald E. Murray, J.C.D, es pastor de la iglesia Holy Family, en New York, NY y abogado canonista.
El artículo me parece bueno, lúcido, y va al grano: expresa la verdad católica de siempre sobre la sexualidad humana, iluminada por el Magisterio, e incluso cita un número de «Amoris Laetitia» en que el papa Francisco enseña que no se puede igualar de ninguna de las maneras el matrimonio tradicional entre hombre y mujer con cualquier forma de pareja o de convivencia homosexual, que es además por sí misma pecado. Vale.
Pero entonces, llegados a este punto, hay que explicar por qué el papa Francisco recibió hace cosa de poco más de un año a una pareja homosexual española, y no parece que el Papa les exhortara a abandonar ese nefando modo de vivir la sexualidad, según se desprende de todos los hechos y actitudes posteriores que han sucedido en las vidas de los miembros de esa paraje homosexual española
Me parece a mí.