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Nuestra responsabilidad de criticar al Islam

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The Flight into Egypt by Vittore Carpaccio, c. 1515 [National Gallery, Washington, DC]

Por William Kilpatrick

Surgió un cliché entre las élites de los medios de comunicación y la política acerca de que la crítica del Islam o aun del Islam extremo solo servirá para impulsar a los musulmanes moderados al terreno radical.

Ese argumento debería ser cuestionado porque perfectamente también puede ser que esa falta de crítica haya resultado en el renacimiento del Islam militante. Lejos de ser críticos del Islam, los gobiernos occidentales, los medios de comunicación, el mundo académico, y hasta las iglesias hicieron lo posible para afirmar que todas las atrocidades cometidas en el nombre del Islam no tienen nada que ver con esa religión. Por cierto, los medios occidentales adoptaron un sistema rígido de autocensura que no les permite confesar que esas atrocidades de hecho se cometieron con referencia a dicho credo.

El ejemplo más reciente es el informe acerca del asesinato de un embajador ruso por un policía turco. Casi las primeras palabras que salieron de la boca del asesino luego del tiroteo fueron: «Somos aquellos quienes le dieron un juramento de lealtad a Mahoma de que llevaremos adelante la yihad». Si no recuerda lo que dijo, es porque esa parte de su declaración fue omitida de casi todos los informes de noticias y televisión. En apariencia, nuestros superiores en los medios tenían miedo de que si estuviéramos al tanto de la devoción del hombre por Mahoma, podríamos decir algo provocativo que convertiría una cantidad incontable de musulmanes pacíficos en yihadistas tira bombas.

Quizás el ejemplo principal de la retribución del silencio es la crisis actual en Europa. Los terroristas islámicos le declararon la guerra y el resultado fue una serie de ataques letales: en aeropuertos, subterráneos, cafés, salas de concierto, y, más recientemente, mercados de Navidad. Todo este caos es la consecuencia indirecta del desconocimiento con respecto del Islam, desconocimiento que, a su vez, es el resultado de una censura casi completa de noticias desfavorables acerca de este.

Cualquiera con una comprensión profunda de la cultura y religión islámica lo podría haber predicho, aun sin la inundación de inmigrantes musulmanes de 2015-16, el flujo permanente de estos a lo largo de los años crearía una situación inflamable. Lo asombroso es que nunca se discutieron las consecuencias de esta emigración masiva, excepto en términos elogiosos. Solo casi la única cosa que se permitía decir acerca de los inmigrantes era que solucionarían la falta de trabajadores, volverían a llenar las arcas de la asistencia social y llevarían enriquecimiento cultural a Europa.

Esa fue la versión oficial. Cualquiera que se desviara de ella podría esperar censura, posible pérdida de su trabajo o hasta un juicio penal. Si decía algo negativo acerca de la inmigración musulmana en su página de Facebook, la policía lo visitaría. Si lo decía en público, recibiría una citación a tribunales. No importaba si era una escritora famosa (Oriana Fallaci), el presidente de la Danish Free Press Society (Lars Hedegaard) o un integrante conocido del parlamento holandés (Geert Wilders). Si no podía decir algo agradable acerca del islam, entonces no debía decir nada en absoluto.

En el caso europeo, la idea de que criticar al Islam creará una armada de extremistas no tiene asidero. La crítica del Islam es en esencia un delito en muchas partes de Europa y lo ha sido por un largo tiempo. Allí, pocos se atrevieron a condenarlo, pero, de todos modos, los extremistas llegaron. Más que nada, fue el silencio el que permitió que se expandiera la islamización y la radicalización a lo largo de Francia, Alemania, Bélgica, Holanda y Suecia.

Casi nadie opinaba acerca de las zonas de exclusión, los tribunales islámicos, la poligamia y los matrimonios forzados, el rechazo a la integración, las olas de delitos, y la epidemia de violaciones. Ahora que por fin muchos están comenzando a pronunciarse, puede ser demasiado tarde para evitar la capitulación (el posible destino de Suecia) o el conflicto sangriento (lo más probable en Francia).

El mismo argumento de que la crítica al Islam llevará a los moderados al terreno radical sugiere que se la necesita. Si esta religión provoca tanta irritabilidad que la más mínima ofensa podría radicalizar adeptos, hay algo en extremo equivocado con la religión misma. No nos preocupa que criticar al catolicismo produzca turbas de católicos enojados que arrasen las calles. No tenemos miedo de que una palabra equivocada provoque que un joven bautista del sur se coloque un cinturón para ataques suicidas.

El Islam invita a la crítica. Dado su sangriento pasado y presente, sería en extremo irresponsable no someterlo a un análisis y crítica exhaustivos. Dicha crítica no tendría como objetivo alienar a los musulmanes (aunque algunos serán inevitablemente alienados), sino a alertar a las posibles víctimas de la yihad.

Uno de los principios básicos que los no musulmanes necesitan saber es que el Islam divide el mundo en dos: la Casa del Islam y la Casa de la Guerra (todas las sociedades no islámicas); y se espera que cada musulmán haga su parte para que la Casa de la Guerra se someta a la Casa del Islam. Los europeos ahora están experimentando una sensación de desconcierto del tipo «no entiendo qué sucedió» porque nunca aprendieron este concepto básico acerca de esa religión.

Una razón para nuestra reticencia a analizar y criticar al Islam (una idea) es que dicha crítica parece equivalente a condenar a los musulmanes (las personas). Desafortunadamente, aun si esa no es la intención, con frecuencia es el resultado. Una persona no se puede separar de sus creencias por completo, y, en consecuencia, tomamos las opiniones acerca de nuestra religión de manera personal. Esa es una buena razón para presentar la crítica con el mayor tacto posible. Sin embargo, no es una razón válida para no ofrecer ninguna.

Si no se puede criticar un sistema de creencias porque podría herir los sentimientos de personas que están de acuerdo con este, entonces nos equivocamos al condenar al nazismo, comunismo y el imperialismo japonés. Normalmente, nos abstenemos de criticar otras religiones. Tal enfoque del tipo «vive y deja vivir» es en general sensato, pero cuando la otra religión toma la actitud de que hay que convertirse, someterse o morir, entonces ese enfoque ya no es una opción. Esta es la posición que tenemos con respecto del Islam; y es un suicidio fingir que las cosas son de otra manera.

Acerca del autor:

William Kilpatrick es el autor de Christianity, Islam and Atheism: The Struggle for the Soul of the West, y un nuevo libro, The Politically Incorrect Guide to Jihad. Para más acerca de su trabajo y obras, visite su página web, The Turning Point Project.

Comentarios
2 comentarios en “Nuestra responsabilidad de criticar al Islam
  1. Por unos extremistas es mejor generalizar?
    Entonces todos los catolicos son la antigua Inquisición, asesinos irracionales.
    Así solo fomentais el racismo y la xenofobia, sois terroristas católicos, os recuerdo que Cristo era judío…

  2. La historia también es tozuda. Desde el siglo VIII están intentando invadirnos. Ahora lo están consiguiendo, gracias a la ayuda inestimable de Bergoglio y su desastroso pontificado. Bergoglio vete ya.

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