Por David G Bonagura, Jr.
La anulación del caso Roe v. Wade ha reavivado las leyes de criminalización del aborto, inactivas durante cincuenta años, en varios estados. En el código penal de estas leyes -a diferencia de otras más recientes que frenan el aborto en Oklahoma y Florida- se incluye la persecución de las mujeres que se realizan un aborto. Si una mujer se somete a un aborto ilegal en uno de estos estados, podríamos verla esposada, llevada ante un gran jurado y juzgada. Y la veremos porque los medios de comunicación y los defensores del aborto cubrirán maníaca y viciosamente cada segundo. El New York Times nos ha desafiado a hacerlo.
Las recientes leyes estatales que prohíben el enjuiciamiento de las mujeres que abortan, pero que autorizan el enjuiciamiento de cualquier otra persona que facilite el aborto, deben ser la política provida en adelante. Y debemos promocionar ampliamente esta política.
Pero, ¿por qué? El aborto es un asesinato, la muerte deliberada de una persona inocente. Las mujeres que abortan suelen tener cierta responsabilidad por el acto. Además, responsabilizar personalmente a las mujeres puede disuadirlas de tener encuentros sexuales imprudentes. Por el contrario, prometerles inmunidad penal puede incitarlas a buscar abortos ilegales sin miedo.
Un puñado de antiabortistas apoya que se responsabilice penalmente a las mujeres. El New York Times, por supuesto, los ha perfilado venenosamente con un reciente artículo en primera plana.
Enjuiciar a las mujeres por abortar es un error, y no sólo porque al hacerlo el país se volvería instantáneamente contra la prohibición del aborto: considere la reacción que generarían las imágenes de una chica de 16 años bajo arresto. Y es que el aborto, un crimen único, conlleva un tipo diferente de cadena perpetua.
Todos los asesinatos comparten el mismo y trágico resultado: la pérdida de una vida inocente que no se puede recuperar. Sin embargo, no todos los asesinatos se juzgan de la misma manera. La ley distingue tres grados de gravedad del asesinato, que se determinan en función de los motivos y los medios del acto. En este sentido, el derecho penal coincide con la teología católica a la hora de valorar una acción inmoral: el acto en sí mismo es primordial, pero también se tienen en cuenta la intención y las circunstancias. Estas dos pueden mitigar la culpabilidad del actor, pero nunca pueden justificar la acción incorrecta.
Los asesinatos están casi siempre motivados por uno (o más) de los siete pecados capitales. El aborto, por el contrario, casi siempre está motivado por el miedo, la inseguridad y las presiones sociales que van desde el padre del niño hasta los padres de la madre, pasando por la situación económica de la mujer. (Sí, la lujuria bien puede llevar al aborto, pero no lo causa directamente). Los asesinos pueden suponer una amenaza para la seguridad pública; las mujeres que se realizan un aborto no.
Si nos fijamos en el acto en sí, el aborto es tan repulsivo, tan contrario a la naturaleza, que podría decirse que es más atroz que otros asesinatos. Para que una madre consienta en matar a su propio hijo, con el que se supone que comparte un vínculo más único y hermoso que cualquier otro en el mundo creado, no puede estar en su sano juicio en el fatídico momento.
Incluso por una razón aparentemente frívola o egoísta como «no estoy preparada para tener un hijo», no está comprendiendo la gravedad de la acción, y toda una vida de imbuirse de la propaganda pro-aborto, a sabiendas o no, hace que el discernimiento moral sea más nublado. Las mujeres que «alardean sus abortos» para celebrar no están en su sano juicio.
El aborto, por lo tanto, tiene dos víctimas: el niño y la madre, aunque ésta se convierta en perpetradora de ambos. Las víctimas necesitan compasión y sanación, no persecución. El horrible recuerdo del niño perdido es suficiente castigo.
Quienes ayudan a las mujeres a abortar -médicos, enfermeras, farmacéuticos, vendedores de píldoras abortivas en el mercado negro- participan en el asesinato de forma diferente a la mujer. Estos no tienen ninguna relación con el niño y buscan el beneficio personal de la angustia de otra persona. Deben ser castigados por su crimen en consecuencia. Si una mujer aborta su embarazo sin ayuda de otros, necesita ayuda psiquiátrica, no cárcel.
En esencia, esta posición legal del movimiento provida sigue el enfoque pastoral de la Iglesia Católica. Ninguna entidad ha condenado con más fuerza y coherencia el aborto como algo malo. Y ninguna entidad ha invitado más proactivamente a las mujeres a recibir el perdón junto con el asesoramiento espiritual y mental gratuito para facilitar su curación. Como extensión de la Encarnación en el tiempo, la Iglesia muestra al mundo los atributos aparentemente paradójicos de Dios: Él es Justicia y Él es Misericordia.
Al negarse a criminalizar a las mujeres por el aborto, Estados Unidos aprende que el movimiento provida, y no los defensores del aborto, tiene en cuenta los intereses de las mujeres. No procesar a las mujeres no significa que el aborto no sea grave. Más bien, debido a la gravedad del aborto, se juzga de forma diferente a otros asesinatos. El aborto mata a un niño. También mata el alma de una madre. Los provida están preparados con medios creativos y solidarios para llevar la paz a su alma.
Desde la caída de Adán y Eva, hombres y mujeres han sucumbido a la tentación sexual a pesar del miedo al embarazo y a las enormes consecuencias sociales. La amenaza de cárcel por el aborto hará poco para desalentar la actividad sexual no marital que conduce al aborto. Eso requiere un cambio cultural masivo, empezando por enfrentarse a la mentalidad anticonceptiva (las ventas de anticonceptivos se han disparado desde que se resolvió lo de Dobbs), para lo cual la prohibición del aborto es la primera de las muchas contribuciones necesarias.
Para proteger mejor la vida, queremos que aquellos que faciliten abortos se vean asustados por las amenazas legales apropiadas. Pero para aquellas mujeres que buscan un aborto, necesitamos un conjunto diferente de remedios, ya que participan en este crimen de una manera única de todos los demás. La respuesta provida a las mujeres engañadas por la Cultura de la Muerte es amor, misericordia y esperanza.
Acerca del autor:
David G. Bonagura Jr. enseña en el Seminario St. Joseph, Nueva York. Es el autor de Steadfast in Faith: Catholicism and the Challenges of Secularism y Staying with the Catholic Church: Trusting God’s Plan of Salvation.
Idem de lienzo: me parece un artículo MUY desafortunado: establecer una «semi-despenalización» al aborto, y encima hacerlo pasar como medida «provida»…….
Ya tenemos experiencias, ABUNDANTES, en el pasado, donde adoptar una política minimalista de «ceder en puntos no-esenciales, e incluso en alguno esencial, pero poco-esencial, para no perder ahora, para en el futuro, ver si (cuento de la lechera v.2.0)……
En la Polonia Woyliliana, a puñetazos con el comunismo, pegándose al terreno, sin ceder ni un ápice, condujo a la caída del monstruo soviético.
La «opción polaca» me parece mucho más adecuada, que la opción «ceder para no perder».
Hay mujeres que abortan sin presión alguna, por el simple motivo de que no les conviene el niño ahora.
Hay asesinos que matan porque no les conviene que viva la víctima. En estos casos no veo mucha diferencia, pero sí es cierto que el cambio de mentalidad masivo es necesario. Nos quedan décadas de usar la ventana de Overton.
Al margen de que en la realidad, en más del 50% de los abortos los inductores son las parejas de la mujer. No hay duda de que el aborto es el sistema de impunidad de los «chulos», pues borra todo rastro de responsabilidad. Resulta chocante que sean las feministas las mayores defensoras de la impunidad moral y económica de los «chulos».
No estoy de acuerdo con el artículo. La mujer que aborta tiene también una responsabilidad moral y debe tener una responsabilidad penal. Si decimos y defendemos que el aborto es un asesinato (no olvidemos que comporta excomunión latae sententiae), la mujer tampoco debe irse de rositas como si no hubiera hecho nada.
Otra cosa es estudiar cada caso y poner una pena en consonancia.
¿Misericordia? Por supuesto. Todos los medios para curar. Pero sin olvidar ni ocultar la verdad y gravedad del crimen.
¿Acomplejados porque aparezca una chica de 16 años esposada? Pues entonces es que no creemos realmente que el aborto es un asesinato y tenemos más miedo al New York Times que a Dios. ¿Nos extrañaría ver a una chica de 16 esposada que mate a un niño?
Claro, no hay que criminalizar al que comete un crimen, surrealista. Nos hemos vuelto idiotas y así nos va.