Por Alan L. Anderson
Vivimos en un tiempo en el que a menudo la verdad se sacrifica al servicio del sentimentalismo barato. Tal es el caso del ahora consabido villancico, «María, ¿sabías que?» en lugar de la verdad real de la Inmaculada Concepción. El primero es una hermosa canción. La melodía — tan delicada, con solo un atisbo de esperanza fusionada con tristeza— se mezcla con la letra que nos lleva a uno de los momentos más hermosos de la experiencia humana con el que nos podemos identificar, una madre contemplando a su hijo recién nacido. La canción se volvió tan popular que no es inusual escucharla en iglesias católicas durante las épocas de adviento y Navidad. El problema es que no es fiel a la Biblia y es sacrílega, y, por lo tanto, nos ofrece una falsa imagen de María que enmascara la verdadera belleza de toda su historia.
Los interrogantes específicos que la canción nos pide que consideremos acerca de la Santa Madre se dividen en dos categorías. La primera inquiere acerca de si María sabía quién era Jesús —por ejemplo, que Él «salvaría a nuestros hijos e hijas», «gobernaría naciones algún día», etc. La segunda categoría cuestiona si María sabía lo que Jesús haría —por ejemplo, «caminar sobre el agua», «dar la vista a un hombre ciego», etc.
Con respecto del primer grupo de preguntas, la respuesta es un enfático, «Sí, ella estaba al tanto de quién era su hijo». El ángel Gabriel se lo dijo en Lucas 1: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús». «Jesús» es la versión latina del hebreo «Yeshua», que significa «Dios salva». De manera similar, Gabriel prosigue su relato en los dos versículos siguientes: «Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».
Incluyan la evidencia bíblica de cuando Isabel llamó a María, «Madre de mi Señor» y la observación de María acerca de que todas las generaciones «la llamarían bendita» y es bastante obvio que sabía que su hijo había venido a «salvar a nuestros hijos e hijas», etc., un arcángel se lo había dicho.
Con relación al segundo conjunto de preguntas, si sabía lo que su hijo haría, la respuesta es un poco más especulativa: «Bueno, quizás no exactamente, pero podría haber adivinado mucho de ello». Con certeza, María tenía al menos una comprensión básica de su fe hebrea y habría sabido que la venida del Mesías daría lugar a diversos milagros como los ciegos que recuperan la vista, los paralíticos que caminan, etc. Todos los hebreos habrían sabido esto; el Antiguo Testamento predijo que lo que el Mesías hiciera probaría quién era. Para tomar solo un ejemplo: en Mateo 11, cuando Juan el Bautista envía a sus discípulos a Jesús para preguntarle si él era el Mesías, Jesús responde (v. 4) diciéndoles, «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan». Sus actos probaron quién era.
Más perturbador en términos dogmáticos estrictos, quizás, es la última línea de la primera estrofa que afirma, «¿Sabías que tu bebé vino para hacerte nueva?». Esta no es una pregunta sino una afirmación que específicamente contradice el dogma de la Inmaculada Concepción ya que asume que María todavía no fue «salvada».
Aquí, las mismas preguntas preocupantes y no bíblicas del resto de la canción dan paso a un sacrilegio reafirmado, el cual sirve para cegar y confundir a la audiencia acerca de lo que María fue y es. El papa Pío IX en su bula de 1854, Ineffabilis Deus, declaró que indefectiblemente es la Inmaculada Concepción, lo que ella misma confirmó cuatro años más tarde cuando se le apareció a santa Bernardita Soubirous. El sentimentalismo insensibiliza el paladar espiritual así como el caramelo arruina el sabor apetitoso y con textura del filete de costilla de Navidad. Arroja una bruma diáfana sobre la verdadera belleza de la historia de la Navidad y no nos deja ingresar a los auténticos misterios de todo el evento.
En la Anunciación, por ejemplo, no vemos a una adolescente despistada que cuestiona lo que está sucediendo. Por el contrario, vemos la inocencia, misma, personificada. Un ángel se le presenta a la Santa Madre y a ella no la preocupa en lo más mínimo. El mismo ángel se le aparece a Zacarías, y este se atemoriza. Gabriel se presenta a la Santa Madre y ella solo se inquieta por el saludo, «Alégrate, llena de gracia», como si hablar con un ángel fuera la cosa más natural del mundo. El mismo ángel le dice a Zacarías que va a tener un hijo, pero este requiere pruebas. Gabriel le dice lo mismo a María y, en la humildad con la pureza de un alma que solo busca el deseo de Dios, ella simplemente pregunta, «¿Cómo?».
Entonces, en la Natividad no vemos una figura confundida intentando entender cuál podría ser su papel en todo esto. A pesar del título de la canción: María sabía. Por lo tanto, en el relato bíblico, nos invitan a reflexionar, a meditar sobre el misterio casi inconmensurable del Hijo de Dios que elige llegar al mundo en un establo; y nos invitan a ver esto por medio de los ojos de un corazón inmaculado, en su entera pureza e inocencia, que sabía con exactitud lo que estaba presenciando.
Es nuestra decisión —nuestro desafío, en realidad— ingresar en esos misterios, ver su belleza y aspirar, con la gracia de Dios, a tal santidad y conocimiento. No deberíamos distraernos con nada —canción, historia, o cualquier otra cosa— que nos invite a optar por lo cálido y confuso en vez de la belleza íntegra de la verdad.
Acerca del autor:
Alan L. Anderson trabajó a nivel parroquial y diocesano en la Diócesis católica de Peoria por más de veinte años. Es converso y padre de cuatro hijos, escribe sobre fe y cultura desde Roanoke, Illinois.