¿Los estadounidenses son de Marte?

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Two Jesuits of one mind

Por Robert Royal

Percival Lowell fue miembro de la distinguida familia Lowell de Boston, se graduó en Harvard, fundó el Lowell Observatory y fue, algunos dicen, el astrónomo estadounidense más prominente hasta Carl Sagan. De acuerdo a lo que él pensaba era una meticulosa observación científica, también creyó que había canales en Marte, y escribió varios libros acerca de lo que podría haber llevado a los marcianos a tan inmensa tarea.

Por desgracia, sus «observaciones» eran una ilusión óptica (como varios científicos ya sabían en la época de Lowell). Poco tiempo atrás, las sondas en Marte no descubrieron ningún rastro de la civilización que él creía que alguna vez existió.

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El padre Antonio Spadaro, S.J., editor de La Civiltà Cattolica, y Marcelo Figueroa, un presbiteriano elegido personalmente por el Papa Francisco para ser editor de la edición argentina de L’Osservatore Romano, recientemente realizaron observaciones controversiales acerca de Estados Unidos en «Evangelical Fundamentalism and Catholic Integralism in the USA: A Surprising Ecumenism».

Con buen motivo, están destinados a sufrir el destino del pobre Percival Lowell.

No es que carezcan de información. Sin embargo, como muchos observadores distantes que conocen poco de la realidad concreta que describen, confunden el tamaño relativo y la trascendencia de casi todo.

Por ejemplo, toman a Rousas John Rushdoony —una figura marginal desconocida estos días para la mayoría de los evangelistas y muy criticada por muchos que sí lo conocen— como un punto de referencia importante ya que sus opiniones teocráticas se ajustan a la hipótesis que intentan promover acerca de la religión y política conservadora en los Estados Unidos.

En varias otras instancias, trazan paralelos entre datos sumamente dispares hasta con menos justificación que los antiguos creyentes de los canales marcianos.

Su mayor temor es que la colaboración de católicos y evangelistas para luchar contra la cultura de la guerra sea realmente un intento de crear una teocracia en Estados Unidos. En general se escucha una acusación de ese tipo por parte de Planned Parenthood o grupos a favor de los derechos de los homosexuales o de intelectuales radicales, no del Vaticano, sin embargo.

Además, opinan los autores, los participantes en este «ecumenismo sorprendente» se permiten una visión «maniquea» del bien contra el mal que ve a los Estados Unidos como la Tierra Prometida y a sus enemigos como enemigos de Dios a los cuales es lógico destruir, literalmente, con nuestras fuerzas armadas.

Tomar esto como el corazón de la alianza evangélica-católica es tan ilusorio que un católico debe sentirse avergonzado de que un periódico supuestamente revisado y autorizado por el Vaticano publique semejantes tonterías difamatorias. Hubiera sido mejor que los autores salieran y vieran algo de Estados Unidos en vez de, así parece, pasar tanto tiempo con sociólogos de religión izquierdistas.

Hay en verdad algo similar a una teocracia emergente con una visión maniquea en los Estados Unidos. No obstante, es la teocracia del absolutismo sexual que no puede tolerar al pluralismo o al disenso. Las Hermanitas de los Pobres, Hobby Lobby, pasteleros evangelistas, cualquiera que se enfrente al gigante de los anticonceptivos, al aborto, al «matrimonio homosexual» (y ahora) «transgénero» corre riesgo legal y de ser acusado de «extremista». (Spadaro y Figueroa se hacen eco de este reclamo cuando dicen que la alianza evangélica-católica representa una visión xenófoba, islamofóbica y purista que es en realidad un «ecumenismo de odio»).

Es imperativo luchar contra la teocracia sexual, del mismo modo para creyentes y no creyentes a los que les preocupa la libertad y el bien común en una sociedad pluralista. Los tribunales —hasta ahora— fallaron a favor de los defensores de la libertad religiosa, en su mayoría católicos y evangelistas. Sin embargo, que tales casos se presenten nos dice quién en realidad está tratando de imponer un tipo de totalitarismo en Estados Unidos. La mayoría de los católicos, evangelistas, judíos, musulmanes tradicionales y otros, a esta altura, estarían felices simplemente con ser dejados en paz.

Para Spadaro y Figueroa todo esto es invisible o desechado como una portada de algo siniestro. No conocen el corazón del evangelismo estadounidense, el cual en general está más cerca de la consideración de un Russell Moore que al fundamentalismo ciego (que es porqué usamos dos términos diferentes para las dos agrupaciones). Que etiqueten de «integristas» a los católicos conservadores estadounidenses es otra calumnia y un pobre mal uso de una palabra de un período de la historia europea a otra cosa por completo diferente. Se podrían haber enterado de esto con facilidad.

Los autores afirman que el Papa Francisco resumió una alternativa al cristianismo «militante». Aunque su obsesión con «el diálogo» acerca de estos temas es una estrategia convincente solo para las personas que nunca tuvieron que confrontar lo filoso de la guerra cultural; y creen que pueden evadirla para siempre, pero no es así.

La semana pasada, el Papa Francisco incrementó la controversia internacional. Si se puede creer (en lo personal, encuentro cerca del 25 por ciento de lo que «informa» apenas creíble) a su habitual compañero de diálogo, Eugenio Scalfari —editor del periódico socialista La Reppublica— Francisco habló justo antes de la reunión del G-20 en Hamburgo sobre la «visión distorsionada del mundo» de Estados Unidos y Rusia, China y Corea del Norte, Rusia y Siria, especialmente en temas de inmigración.

El hecho de que el Papa nos incluya entre tales malhechores inquietó a muchos estadounidenses. Si quiso decir que estaba en desacuerdo con el presidente Trump, quizás debería haberlo hecho.

Aparte agregó, en el relato quizás confuso de Scalfari, que es necesario una «Europa federada» o de otro modo ese continente no tendrá valor en el mundo; esto es curioso por varias razones. En otros contextos, el Papa parece haber perdido la fe en Europa (y esperar renovación por parte de las «periferias»). Además, la Unión Europea ya es «federada», tal vez demasiado.

Hace dos semanas estaba en una conferencia en Portugal donde los repetidos pedidos de Alemania de tener «lazos cada vez más cercanos» entre las naciones europeas preocupaban a todos excepto a los alemanes mismos. En tales encuentros es común lamentarse por la falta de responsabilidad política de la Unión Europea y la arrogancia (y el amenazante poder financiero de Alemania).

En última instancia, Europa poco importa dado que está en colapso demográfico, desorientada espiritual y culturalmente, no tiene los medios para defenderse y parece pensar que su única razón de ser es estar «abierta» a otras culturas.

Estados Unidos tiene múltiples y graves problemas, pero todavía disfruta de un compromiso religioso activo en la arena pública, avanza a tientas hacia la renovación política y cultural, y —no por casualidad— aún acepta más de un millón de inmigrantes legales cada año.

En algún momento tal vez, sería conveniente tomar nota de esas cosas en Roma.

Acerca del autor:

Robert Royal es editor jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Su libro más reciente es A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century, publicado por Ignatius Press. The God That Did Not Fail: How Religion Built and Sustains the West está disponible actualmente en edición de bolsillo de Encounter Books.

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