Por Francis X. Maier
La nueva autobiografía del Papa Francisco, Hope, escrita con la ayuda del periodista italiano Carlo Musso, ofrece una experiencia mixta. Por un lado, está llena de detalles personales reveladores; sabiduría evangélica sobre la inutilidad de la guerra y la urgencia de la misericordia y el perdón; la diferencia entre la esperanza y el optimismo; y exhortaciones a confiar en Dios y en el futuro.
Hasta aquí, todo bien: el testimonio personal e íntimo de un Papa proveniente de las periferias debería tener un atractivo natural. Lamentablemente, por otro lado, gran parte del texto es una serie de lugares comunes tediosos, con las habituales menciones al clima y el medio ambiente, quejas sobre la “rigidez” en la Iglesia y los peligros del populismo, y un tono confesional que pretende ser absorbente, pero termina resultando incómodo y superficial.
El libro estaba pensado para ser publicado después de la muerte del Papa. Sin embargo, él adelantó su publicación para que coincidiera con el Año Jubilar. Fue un error. La muerte puede otorgar un velo de grandeza a la memoria de una persona. En vida, existe el problema de la sobreexposición: demasiada información, especialmente cuando no es convincente. Tal es el caso de Hope. Cualquiera que sea su valor a largo plazo, el libro es, lamentablemente, de poca ayuda para los católicos estadounidenses que enfrentan un panorama cultural nuevo y desafiante.
Consideremos algunos factores, sin ningún orden en particular, pero todos ellos serios:
Las presidencias de Obama y Biden, con su mendacidad sistemática y su afán por la “equidad” y la ingeniería social; el uso de técnicas conductistas de persuasión política; el crecimiento del Estado administrativo; la proliferación de líneas de denuncia gubernamentales para reportar discursos “ofensivos”; los avances invasivos en la tecnología de vigilancia; la polarización de los medios tradicionales; la fragmentación de las fuentes de información en Internet, intensificando los conflictos sociales; la creciente influencia de las ciencias sociales (especialmente la psicología y la sociología) como una especie de nuevo clero secular. Estas realidades, en conjunto, ofrecen un anticipo de un “totalitarismo blando” adaptado al contexto estadounidense.
Esta preocupación fue expresada por obispos entrevistados para mi libro True Confessions (2024), pero es compartida ampliamente fuera de los círculos eclesiales. Académicos seculares sin afiliación religiosa, como Christopher Lasch, identificaron los primeros signos de esta realidad hace décadas. Y el filósofo político cristiano canadiense George Parkin Grant, en su colección de ensayos Technology and Empire (publicada hace casi 60 años), advirtió que “el dinamismo de la tecnología se ha convertido gradualmente en el propósito dominante” de la civilización occidental, en efecto, su religión de Estado.
El resultado, según Grant, era predecible. El “impulso de asombro” en la investigación científica había sido desplazado por el “impulso de poder”, lo que llevaba a una obsesión por dominar no solo la naturaleza, sino también al hombre mismo. El deseo de controlar la naturaleza humana con el fin de “mejorarla” —según la definición de los autoproclamados mejoradores— era la principal razón del auge de las ciencias sociales “libres de valores”. En un mundo donde las nociones de bien y mal son reducidas a meros juicios de valor sin fundamento objetivo, la sociología y la psicología sirven para expandir el conocimiento que facilita el control social. También proporcionan, a quienes detentan el poder, un gran número de predicadores que proclaman los dogmas que legitiman el argumento moderno a favor de controles sociales más intrusivos.
El resultado final es una clase dirigente minoritaria con un monopolio de poder, mientras que la mayoría vive en relativa prosperidad, pero sin capacidad de influir en la dirección de la sociedad. En la época de la guerra de Vietnam, Grant resumió la dinámica de la vida norteamericana en una frase mordaz: “El orgasmo en casa y el napalm en el extranjero.” Si algo fundamental ha cambiado desde entonces es una cuestión a debatir.
Así que propongo algunas premisas para la acción futura.
Premisa n.º 1: La reelección de Donald Trump en 2024 frenará el avance de esta cultura, pero difícilmente cambiará su dirección. Su regreso al poder —pese a sus evidentes defectos— es una reacción, el fruto de la ira pública contra una clase dirigente arrogante y deshonesta que desprecia las necesidades del pueblo. Pero la ira es difícil de sostener, agota y se dispersa fácilmente.
Premisa n.º 2: Cualquiera que sea la salud de la cultura, los católicos y otros cristianos comprometidos no pueden simplemente retirarse de la vida pública y sus problemas. Tenemos la obligación de ser fermento de bien en el tiempo y el lugar en que nos ha tocado vivir. Muchos sacerdotes comprometidos, comunidades religiosas y laicos entregados ya buscan hacerlo, a menudo con resultados impresionantes.
Premisa n.º 3: Nuestras decisiones y acciones tienen consecuencias eternas, tanto buenas como malas. El cristianismo es verdadero, único y salvífico. No es simplemente un camino moral entre muchos otros. De lo contrario, sería solo una mentira piadosa, sin importar cuán útil pudiera parecer como sistema ético.
Premisa n.º 4: La reforma del mundo comienza con la reforma personal, el único ámbito donde el individuo, por insignificante que parezca, tiene verdadero control. Confesión regular, adoración, Misa, ayuno, lectura de la Escritura, obras de misericordia y oración diaria: frente a los grandes problemas del mundo, estos actos de fe pueden parecer insignificantes. Pero en realidad son lo contrario: los fundamentos de una resistencia bíblica, una oposición consciente y un testimonio convincente para los demás.
Así que aquí va una sugerencia modesta: lo que necesitamos de un futuro cónclave es un Papa con la sencillez de Francisco, pero con la fidelidad, la inteligencia y la gravedad de varios de sus predecesores. Es un pedido ambicioso, pero por eso Jesús nos mandó a orar. Lo que no necesitamos es más confusión y ambigüedad. De eso ya tenemos demasiado.
Acerca del autor
Francis X. Maier es investigador senior en estudios católicos en el Ethics and Public Policy Center. Es autor de True Confessions: Voices of Faith from a Life in the Church.