Por el Rev. Peter M.J. Stravinskas
El propósito original de la Cuaresma era ofrecer una preparación próxima para los candidatos al Santo Bautismo. Con el paso del tiempo, su finalidad se amplió para brindar a todos los miembros de la Iglesia la oportunidad de regresar a la inocencia bautismal. Por eso, la Sagrada Liturgia toma ahora un giro serio hacia la reflexión sobre el significado y los efectos del Bautismo en los próximos días. Curiosamente, en la Iglesia primitiva, el Sacramento del Bautismo era llamado con frecuencia “Iluminación” o “Ilustración”.
Lo cual hace que valga la pena preguntar: “¿Alguna vez has perdido la vista, aunque sea temporalmente? ¿Alguna vez te has visto sumido en la oscuridad de manera inesperada?” Es algo aterrador, espeluznante. La oscuridad y la luz, la noche y el día, la ceguera y la vista son temas que se repiten con frecuencia en el Evangelio de san Juan, para enseñarnos algunas verdades importantes sobre Jesús y la naturaleza del cristianismo. No es casualidad que dentro de poco escuchemos casi exclusivamente lecturas de san Juan por el resto de esta santa temporada.
Dos pasajes son ejemplo de lo que quiero decir. En Juan 3, escuchamos el diálogo entre Nuestro Señor y Nicodemo, un fariseo prominente que —al mismo tiempo— es discípulo de Jesús, pero que se le acerca solo bajo el amparo de la noche. Cristo le recuerda a Nicodemo que hay una conexión íntima entre andar en tinieblas y obrar el mal, y entre caminar en la luz y practicar obras justas.
Seis capítulos después, esta enseñanza teológica se dramatiza para nosotros en la curación del hombre ciego de nacimiento, sin culpa suya; él anhela ver, tanto espiritual como físicamente: está abierto a la acción de Dios. Luego encontramos a los fariseos, que tienen vista física, pero se han vuelto espiritualmente ciegos porque han perdido la perspectiva adecuada; en lugar de alegrarse por la curación del ciego, reaccionan ante el hecho de que Cristo lo ha sanado en sábado. Son la prueba del refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver.” San Juan nos presenta dos tipos de personas que siempre tenemos con nosotros: las que están dispuestas y las que no están dispuestas a aceptar a Jesús como la Luz del mundo.
Recientemente vi un video de la ópera Diálogos de Carmelitas de Francis Poulenc. Carece de la emoción o el lirismo de Puccini, pero contiene un mensaje poderoso. La acción transcurre en Francia durante la Revolución Francesa y se centra en un convento carmelita, que se convierte en símbolo o microcosmos de otras casas religiosas de aquella época. Ese período también fue conocido como la Ilustración, que se enorgullecía de haber reemplazado al Dios de la Revelación con la “diosa de la razón”, entronizada blasfema y sacrílegamente en 1793 en la catedral de Notre-Dame. Ese “culto a la razón” estuvo, por supuesto, caracterizado por la hostilidad hacia el cristianismo.
A medida que se desarrolla la trama, las fuerzas revolucionarias ofrecen a las carmelitas una elección: abandonar sus conventos y hábitos, o perder la cabeza. Como resultado, miles de clérigos y religiosos fueron martirizados —los primeros frutos de la “ilustración”.
Cuando el hombre excede sus límites; cuando es ciego a sus propias limitaciones humanas; cuando intenta ser Dios; la ilustración que sigue es, en realidad, oscuridad. La Ilustración continúa ejerciendo una influencia perniciosa sobre nuestra cultura, promoviendo todo tipo de desastres: desde el aborto a demanda, hasta la desintegración familiar, la promiscuidad sexual, el materialismo y el suicidio adolescente. El hombre ha intentado alcanzar la ilustración sin Cristo, y el resultado ha sido que la oscuridad nunca ha sido más profunda ni la ceguera más devastadora.
Volviendo a la ópera, cuando la guillotina cae sobre el cuello de cada una de las religiosas, la ceguera de sus perseguidores en su odio por la verdad de Cristo se hace claramente evidente. Entonces, una verdadera iluminación comienza a despuntar en la multitud, que poco a poco deja de aplaudir con barbarie la violencia y es llevada a reconocer el testimonio de estas mujeres, en apariencia nada extraordinarias, pero santas —portadoras de luz en una de las horas más oscuras de la historia.
Ellas lograron llevar a las personas de la ceguera a la vista, y de la vista a la verdadera visión interior. (Un dato histórico interesante: tan impresionante fue el coraje y la fidelidad de esas religiosas, y tan negativa la reacción del pueblo ante sus muertes, que ellas fueron las últimas víctimas de una ejecución pública durante el resto de la Revolución Francesa). Como Jesús, su testimonio de la verdad y el amor trajo paz y reconciliación. Aunque las Hermanas fueron beatificadas en 1906, no fue sino hasta este pasado diciembre que esas indomables Mártires de Compiègne fueron canonizadas.
Como cristianos, decimos ser seguidores de Jesucristo, la Luz del mundo. San Pablo exhortaba repetidamente a su gente a comportarse con honor como quien camina a plena luz del día. Pero, ¿cómo saber si estamos haciéndolo? Permítanme ofrecer un breve examen de conciencia, que puede servir como una prueba reveladora de nuestra propia ceguera o claridad espiritual.
- Cuando los medios atacan los valores cristianos, ¿cuál es tu reacción?
- Cuando las encuestas nos dicen que tal porcentaje de católicos aprueba prácticas contrarias a la fe católica, ¿cuál es tu conclusión?
- Cuando la Iglesia, que ofrece la luz de Cristo al mundo, desafía tu comportamiento personal con el estándar infalible del Evangelio, ¿cómo respondes?
- Cuando los “mesías políticos” te presentan un atractivo paquete social o económico, pero también promueven la inmoralidad, ¿votas por Dios o por el dinero?
- Cuando los pseudo-intelectuales de nuestro tiempo, cegados por su propia “ilustración”, nos ofrecen sus pontificaciones, ¿les prestas atención?
Si no eliges a Cristo y a su Iglesia, ¡estás más ciego que los fariseos o los anticlericales franceses! Elegir la luz significa tanto pensar correctamente como actuar correctamente.
San Juan Pablo II marcó el tono de su visita pastoral a Francia en 1980 al formular la incómoda y embarazosa pregunta: “Francia, hija primogénita de la Iglesia, ¿qué has hecho con tu Bautismo?” En esta Cuaresma de 2025, deberíamos escuchar un eco de esa pregunta dirigida a cada uno de nosotros, personalmente. ¿Ha sido nuestro Bautismo una verdadera “iluminación”? ¿Una verdadera “ilustración”? Bajo el poder de la gracia divina, podemos experimentar un auténtico retorno a la inocencia bautismal, volviéndonos una vez más “hijos de la Luz.”
Acerca del autor
El Padre Peter Stravinskas tiene doctorados en administración escolar y teología. Es editor fundador de The Catholic Response y editor de Newman House Press. Recientemente, lanzó un programa de posgrado en administración de escuelas católicas a través de Pontifex University.